SAN LUIS - Martes 14 de Mayo de 2024

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Cartagena empieza a extrañar a su cronista eterno

Por redacción
| 19 de abril de 2014
Inspiración. Bahía de la Ánimas. Atrás, la muralla gigante.

 

Es imposible caminar por las calles de Cartagena de Indias sin tropezarse con una historia de Gabo. Ubicada en el norte de Colombia y bañada por las aguas del Mar Caribe, la ciudad nació como un puerto esclavista. “La heroica”, la llaman los cartageneros, en memoria a la histórica resistencia frente a la avanzada española que en 1815 intentó restituir, sin suerte, esas tierras a la Corona. 
García Márquez llegó allí en el año 1948. Tenía 21 años y fue amor a primera vista. “Me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”, confiesa en “Vivir para contarla”. 

 

 

"Bastó dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza”

 

 
 

 

En el diario “El Universal” publicó su primera nota. Fue el  21 de mayo de 1948, apareció sin firma y en la página cuatro. La consigna para ese primer escrito fue clara: informar que el gobierno local había levantado el toque de queda. El resultado fue un texto que pasaba por alto aburridos nombres de funcionarios, números de decretos y resoluciones. Y que, en cambio,  describía con precisión y metáforas (que ahora podemos identificar como “garciamarquezcas”) de qué manera habían cambiado las costumbres de los cartageneros a partir de ese sonido que enmudecía las calles y que  describía como  “un gallo grande, equivocado y absurdo, que había perdido la noción del tiempo”. 
“La mitad de mi primera novela la escribí en las madrugadas ardientes y olorosas a miel de imprenta del periódico El Universal”, dice García Márquez para referirse al viejo edificio en la calle San Juan de Dios, que aún hoy se conserva con un pequeño cartel tallado en madera que lo identifica. Unos pasos más allá está el mejor y único legado que quería dejar: la sede de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. 
Escenarios
Un vallenato suena en el bar “Donde Fidel”. Adentro, parejas bailan con gracia mientras un puñado de parroquianos toma cerveza helada. No importa que sean las 10:30. En Cartagena hay parranda a cualquier hora. Y el calor acompaña siempre, mezclado con el olor a mar, a guayaba y al frito de arepas que venden en cada esquina. Apoyado en una pared, un hombre toma un tintillo que desprende un aroma imposible de comparar con cualquier otro café. A un costado está el Portal de los Dulces bajo la sombra de una larga galería con arcadas altas donde se pueden degustar panelitas, cocadas y melcochas. Detrás de esas columnas, se escondía Florentino Ariza, para cortejar a Fermina Daza, en “El Amor en los Tiempos del Cólera”. 
El convento de Santa Clara (hoy convertido en un hotel lujoso), es el escenario de “Del amor y otros Demonios” que cuenta la historia de Sierva María de Todos los Santos, la niña mordida por un perro rabioso cuya cabellera rojiza sigue creciendo aún después de muerta. En ese relato, también quedan retratados el hospital de leprosos en el cerro de San Felipe y el arrabal de Getsemaní, el barrio que gestó la independencia de la ciudad con el olvidado “Romerito” como protagonista.
Alguien desprevenido dirá, con acierto, que muchos nombres en la ciudad amurallada hacen honor al realismo mágico. Pero no. Son reales y están allí desde antes que Gabo llegara a la ciudad: la Calle de la Amargura, la Bahía de las Ánimas, la Calle Tumbamuertos, el Portal de los Escribanos, el Muelle de los Pegasos, la Calle de la Medialuna. El inventario podría ser infinito.
“No has inventado nada en tus libros. Eres un simple notario”, le propinó una vez un editor español que lo visitó y recorrió la ciudad. Para Gabo, fue una de las mejores críticas que recibió en su vida.

 

 

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