El Trapiche se debate entre calles rotas y contaminación

Al fondo de El Trapiche, donde la ruta que divide sus caminos entre Siete Cajones y la cola del perilago, pasando unos 500 metros el centro de salud, se divisa un basural a cielo abierto que parece burlarse del cartel, que perdió su color verde clarito hace rato pero mantiene en alto la prohibición de arrojar basura y escombros. Hay sillas rotas, bolsas de polietileno con restos de comida y hasta un lateral de un auto al pie de la sierra.

Los hoteleros se quejan porque ya no tienen exenciones por tener abierto todo el año.

El sitio tiene una tranquera de madera con candado, pero igual los desaprensivos se las arreglan para seguir tirando desperdicios y dañando el medio ambiente. Es una fea postal para los turistas que vienen recorriendo el dique La Florida, ya que después de admirarse con los paisajes que ofrece el embalse, terminan descubriendo la basura diseminada, a pocos pasos del pueblo.

También hay un tema sensible de contaminación del río. La planta de tratamiento de efluentes cloacales no funciona como corresponde y es algo que ya llegó al Ministerio de Medio Ambiente, que intimó a la Municipalidad a hacer las obras necesarias para evitar males mayores. El Diario visitó una planta de bombeo (la número 2), que está dentro del predio del SUM, pegada al camping municipal, y comprobó algunos problemas. Una especie de filtro de hierro está perdiendo agua con olor nauseabundo, que va directamente al arroyo La Resbalosa y de ahí al río, que está a 50 metros. Además, las llaves de paso están oxidadas y las conexiones eléctricas no parecen muy confiables, pero lo más importante es que parte de los líquidos cloacales parecen ir derechito al cauce.

Hay colores que identifican pueblos. En El Trapiche es el verde clarito con el que están pintados los mojones de los puentes, las protecciones y algunas paredes características, como la del SUM o el contorno del camping. Pero en los últimos tiempos el verde se puso más pálido, fruto de una gestión municipal que languidece.

“Falta trabajo, lo único que hacen es levantar la basura y de vez en cuando cambiar alguna bombita, pero nada más”, dice un vecino mientras barre las hojas de un árbol que va tirando el otoño, que pinta todo de ocre. Una recorrida de punta a punta del pueblo basta para comprobar que sus palabras son ciertas, que además de basura a cielo abierto y contaminación ambiental, faltan otras cosas. Los costados de la ruta 9 están sucios más allá de lo que cae de los árboles, hay papeles, botellas y pozos que hicieron las ruedas de los vehículos durante alguna lluvia y que no fueron rellenados.
Y si hablamos de pozos, no sólo afloran en las calles de tierra que suben y bajan a ambos costados para internarse en el río. León Guillet, una arteria importante que comunica con el dique La Florida, se nota que alguna vez fue asfaltada. Hoy, salvo la primera cuadra, frente al supermercado Venecia, después parece una calle de Beirut o de Kabul. Enormes cráteres dificultan el paso de los autos, que encima tienen que ir en subida unos 300 metros rumbo al perilago. Además, proliferan los perros sueltos por todo el ejido municipal, animales flacos que hurgan y rompen las bolsas que están en unos cestos de basura que en realidad son medios tachos de lata oxidada y no son dignos de una villa turística de este nivel.

Se nota un ambiente tenso entre los vecinos y comerciantes, pocos quieren hablar, aunque en off se quejan de la intendenta Gabriela Ciccarone. “El Trapiche está mal, no arreglan las calles, no hay control de lo que la gente hace en el río, cuesta que cambien las luces que se queman y cuando llueve todo es un desastre”, se lamenta un reconocido propietario de negocios de varios ramos. Con pedido de estricta reserva, asegura que “con el Turco (por Hugo Hissa) estábamos mejor, era bravo con la gente, pero se veía gestión”.

Él, como tantos otros, sufrió la inseguridad en carne propia. Fue asaltado con un arma en la cabeza. Lamentablemente en El Trapiche hubo varios casos, con el de la estancia "Rama" como el más resonante, que provocó incluso un cambio en la cúpula policial. Se palpa en las calles la sensación de que “le puede tocar a cualquiera”, como bien apuntó la dueña de una hostería.

En la costanera del río, la vieja feria artesanal perdió lustre. Las casitas de madera hace rato que no reciben una mano de barniz e incluso fueron tapadas por puestos informales, llenos de lonas y plásticos que no colaboran con la estética de uno de los lugares de concentración turística emblemáticos de la villa.

Un grupo que se hace llamar Vecinos Autoconvocados estuvo distribuyendo algunos panfletos con preguntas que, según ellos, no tienen respuesta de la Intendencia. Dicen que ya no sale más el periódico local "El Trapichero", que el CID no funciona bien, que la radio “parece una repetidora de Estancia Grande” y que se ha abandonado a los alumnos del barrio Los Altos, que antes tenían transporte para ir al Centro Educativo Nº 5. Y lo mismo pasaría con los que estudian en San Luis, que  no cuentan con un abono pagado por la Municipalidad como antes. Un hotelero también confirmó que ya no gozan de exenciones impositivas por tener abiertos sus establecimientos todo el año, como pasaba con la gestión anterior. Esto desmotiva a los inversores y le da al pueblo una sensación de vacío en muchos momentos fuera de la época estival y de los fines de semana largos.

El verde Trapiche, ese verde clarito, esperanzador, está desteñido en los últimos tiempos. Habrá que volverlo a pintar con el esfuerzo de los vecinos y un replanteo de quienes tienen la obligación de gobernar.