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"La clave es que los padres escuchen más a sus hijos"

Por redacción
| 27 de noviembre de 2016
Samper posa con los juguetes que los chicos utilizan para graficar sus historias. Foto: Alejandro Lorda.

El 70 % de los chicos que pasan por la Cámara Gesell de la ciudad de San Luis fueron víctimas de algún tipo de abuso sexual, más de un tercio lo sufrió en su entorno familiar y repetidas veces antes de poder contarlo. Pese a ello, su declaración es una de las pruebas más cuestionadas por los abogados cuando el caso se judicializa. Tristemente, una mínima cantidad de las denuncias llega a debate oral, y si lo hace, es porque las víctimas, la mayoría niñas, fueron violadas. Esas son las estimaciones que la licenciada Marisa Samper puede hacer tras seis años de trabajo en el Poder Judicial de la provincia, donde lidia con una de las barreras más difíciles en este tipo de casos: el silencio. “Si a la criatura no se la escucha, o no se le cree, pueden pasar años hasta que decida volver a hablar”, asegura.

 


En la investigación por una denuncia de abuso sexual infantil hay dos pruebas clave: la revisación médica y la declaración de la víctima en Cámara Gesell, una habitación especialmente acondicionada para que los chicos brinden su testimonio frente a una psicóloga. Ese tipo de salas fue incorporado al sistema judicial puntano primero en Villa Mercedes, en 2009, después en San Luis y luego en la Tercera Circunscripción Judicial, en el Valle del Conlara. Curiosamente, “los jueces no se engancharon inmediatamente, hubo reticencia. No creían en las Cámaras y hasta hace poco una camarista decía ‘era mejor antes’”, cuando no existían, cuenta Samper.

 


Por eso, su trabajo es doblemente difícil. Tiene que lograr que las víctimas cuenten su historia y después convencer a las defensas y magistrados de que el relato es verídico.

 


La perito dice que no puede hablar de “estadísticas ni cifras” sobre el tema, pero asegura que “en los últimos años hubo un marcado aumento de los casos de violencia y abusos”. Y sí tiene un número para respaldar su afirmación, porque en sus registros figura, por ejemplo, que en setiembre de este año los turnos para la Cámara por denuncias de abuso se duplicaron respecto a marzo de 2016. “Busqué dos meses al azar, pero en marzo hubo 17 declaraciones por casos nuevos y en setiembre, 32”. En julio se completaron los turnos hasta diciembre y ahora ya programan citas para marzo de 2017.

 


Samper dedica cuatro días de la semana a tomar entrevistas, a razón de tres turnos por día; a la jornada restante la emplea para elaborar los informes y entrevistar a personas del entorno familiar de la víctima. Si del total de los casos que pasan por la Cámara dos tercios son abusos, podría deducirse que se tratan unas 8 denuncias por semana, tal vez 30 al mes.

 


De ese cúmulo de entrevistas, la licenciada saca sus comunes denominadores. “La mayoría de las víctimas son niñas de entre 9 y 15 años”; “diría que el 70 por ciento de los casos ocurre en el entorno intrafamiliar y que, por lo general, se dan más de una vez”; la mayoría de los agresores son varones y “dentro del grupo familiar es indistinto. Hay muchos abuelos, padres, padrastros, tíos, hermanos, medio hermanos, hermanastros”.

 


“Con frecuencia ocurre que la nena abusada es hija de una madre que también sufrió el mismo tipo de agresión en la infancia y nunca lo contó. Por eso, a veces la situación tiende a replicarse”; también hay casos que se dan en el ámbito extrafamiliar, “muchísimos. Colectiveros, remiseros. Pero siempre se trata de alguien de confianza, no desconocidos”, expresó Samper.

 


Sobre el perfil de los agresores dijo que tienen personalidades seductoras y mucha habilidad para detectar la vulnerabilidad de la víctima. También, que cuando el abusador busca una víctima dentro de su grupo familiar “es muy raro que utilice la coerción o la amenaza. Tal vez la utiliza para mantener el secreto una vez establecida la conducta abusiva, pero lo común es el mecanismo del soborno. Decirle al niño ‘yo te elijo a vos’, ‘es para enseñarte’, ‘si no le contás a nadie, te doy un regalo’. O ‘si le contás a alguien le voy a hacer lo mismo a tu hermana’, que es el peor caso, porque en su psiquis el chico cree que padeciendo el sometimiento cuida a otro”. Generalmente los agresores eligen a sus presas guiados por una franja etaria. "Hay abusadores con un tipo de víctima especial para su goce, mayormente determinado por la edad. Por eso cuando las nenas crecen no incurren más en el delito, porque ya no les agradan”, enumeró.

 


Los datos alarman, pero para Samper la cuestión no pasa por caer en la paranoia y buscar potenciales abusadores en todos lados. Primero considera que hay que hacer ajustes en la familia. Los padres deben hablar con sus hijos, escucharlos. Saber qué hacen en las horas que pasan fuera de la casa o dónde están cuando ellos trabajan, porque “hay gente que se entera lo que hacía el niño recién en sede judicial”.

 


Hay que estar más atentos. Tutores y educadores, en especial, porque cuando la víctima no puede expresarse en su hogar porque no encuentra un adulto en quien confiar, “esa figura pasa a ser ocupada por el docente”, lo que hace que muchos casos se destapen en la escuela.

 


Por eso explica que la prevención debe empezar en el núcleo familiar. “Hoy vivimos una declinación de la función paterna. A los padres les cuesta ser padres, incluso les cuesta ser adultos, entonces, al estar borrada esta figura de autoridad, se produce una serie de modificaciones en el psiquismo y los niños están más desamparados”. Ocurre que “el adulto está distraído de su función, está ocupado, con dificultades para ejercerla y poner límites. Y esa ausencia deja terreno propicio para que se concrete una situación de abuso”.

 


A su favor, cualquier padre podría decir que la situación económica lo obliga a salir a ganarse el pan, pero Samper cree que nadie tiene jornadas laborales de 24 horas sin días libres y que desentenderse de los chicos depende también de una relajación a veces desmedida. “Por ahí es el padrino o un conocido el que lleva o trae al chico de la escuela, pero después caen en situaciones como ‘se me hizo tarde y el vecino que se ofrece a cuidarlo es tan bueno que cuando no estoy, se lo dejo hasta la noche’”.

 


A pesar de que la Justicia actúa cuando el hecho está consumado, la psicóloga no duda de que el sistema judicial también previene. “La intervención es prevención, porque de algún modo la Justicia está evitando que el abusador continúe con la conducta abusiva. Y, cuando les dictan prisión preventiva, también se evita que lo haga con otros nenes, ya que el perverso no va a cambiar su modalidad de goce, va a buscar otras víctimas. Desde ese punto de vista, por más que lleguemos tarde a un caso estamos evitando la re victimización o que haya otros casos”.

 


Por eso también considera que se deben facilitar los mecanismos de denuncia, que pueda ser anónima y realizada, como el caso de los docentes, por personas externas a la familia. En igual sentido hay que concientizar a los adultos de que, “más allá de los resultados de la Justicia, el pasaje del niño por el proceso investigativo va a ser muy importante para reparar lo traumático” que vivió.

 


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