Las últimas palabras que pronunció Antonio Quiroga las dijo hace ocho días. La última imagen que seguramente conserva de su vida diaria, del mundo, también la vio el domingo 31 de enero. Desde ese día está casi anclado a una camilla de la terapia intensiva del policlínico regional de Villa Mercedes.
No ha abierto los ojos. Respira con la ayuda de un aparato. Y se alimenta a través de una sonda. Su rostro aún está hinchado, cubierto de moretones, producto del golpe que sufrió cuando su cabeza cayó sobre el asfalto, tras ser arrastrado cinco metros por el automovilista que lo embistió en una esquina del barrio La Ribera y ni siquiera paró para ver cómo estaba, no, siguió de largo.


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