11°SAN LUIS - Martes 21 de Mayo de 2024

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Un criadero que apuesta a la sanidad

Por redacción
| 10 de julio de 2016

El conocido refrán es contundente: “Chancho limpio, nunca engorda”. Y si bien suele usarse como una metáfora, el sentido literal sugiere que para que un porcino crezca hay que darle rienda suelta en el chiquero y darle de comer toda la basura que sea posible. Justamente esa es la lógica que aplican algunos establecimientos, en su mayoría clandestinos, que alimentan a sus animales con desechos y ponen en riesgo el sistema sanitario de cualquier población cuando faltan controles.

 


Sin embargo, la sanidad, la higiene y una dieta adecuada, son elementos fundamentales para la formación de cerdos de buena calidad y para garantizar productos inocuos a los consumidores de este tipo de carne. A eso es a lo que apuesta Magdalena Michel, una pequeña productora que hace menos de un año instaló un criadero en su campo, ubicado a unos pocos kilómetros del ingreso a Lavaisse. Porque a pesar de que es nueva en el rubro, afirma que mantener los establos limpios y una alimentación natural, es una premisa vital para obtener lechones sanos.

 


No es muy común ver a una mujer al frente de un establecimiento agropecuario, pero Magdalena pertenece a una generación de damas que se animan a arremangarse, meterse en los corrales y comandar un negocio sin sonrojarse ni dejarse amedrentar. Tiene 44 años, nació en Villa Mercedes pero un duro golpe en su historia familiar la llevó a radicarse definitivamente en el campo que su esposo, Jorge Bellettini, heredó de su abuelo materno.

 


La estancia “San José” (bautizada así en honor a José Matías Garciarena, abuelo de Belletini) tiene 2.000 hectáreas. Los dueños alquilan un porcentaje de esas tierras a un productor bonaerense y en el sector central dejaron una fracción donde está el casco que habita Michel y donde a mediados de 2015 colocó el establecimiento porcino.

 


“Cuando comencé no tenía conocimiento sobre los cerdos. Así que me empecé a asesorar con los veterinarios, con revistas, con internet, hice de todo para saber cómo salir adelante”, bromeó la mujer, que arrancó su producción con una jaula de treinta madres y ahora tiene más de setenta crías de dos razas distintas: Jersey y Landrace. Está inscripta como productora en el Registro Nacional Sanitario de Productores Pecuarios (RENSPA) y vende la carne producida a un frigorífico de la provincia de Buenos Aires.

 


Si bien Michel tuvo que respetar todas las sugerencias y exigencias del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) para poder habilitar el establo, desde el comienzo tenía claro que quería generar buenas condiciones para la cría, caminar por la buena senda, con transparencia.

 


Es que la carne porcina pelea con el pollo el puesto de escolta de la vacuna en la lista de los cortes más elegidos por los argentinos. Por ahora está tercera, pero en los últimos años, su consumo se ha incrementado considerablemente y también han crecido los controles y exigencias en la cadena de producción para evitar enfermedades en los animales que puedan ser transmitidas a los seres humanos (las famosas patologías zoonóticas), de las cuales la triquinosis es la más conocida, pero el aujesky también es motivo de preocupación para los criadores y el gobierno provincial.

 


Por ello, Michel asegura que respeta los planes sanitarios como una prioridad en sus cuadrillas. “Yo misma los vacuno, obviamente asesorada por el veterinario. A los diez días de haber nacido les pongo hierro, y a los quince días les aplico un antiparasitario. La madre, treinta días después de haber parido ya tiene la Parvovirus, que es una vacuna reproductiva y le da anticuerpos y así sigo con todo el ciclo”, ejemplificó.

 


Además levantó los corrales con caños de hierro y trató de prescindir de los postes de madera, más propensos a atraer roedores o insectos y contaminar el ambiente donde se desenvuelven los cerdos. Para servir a las madres, optó por padrillos de cabañas de buena genética, que pudieran ir mejorando el rodeo. La regla dice que el período de gestación de una cerda dura aproximadamente tres meses, tres semanas y tres días (114 días en total) y que una misma madre puede quedar preñada dos o tres veces por año. Mientras, Magdalena aseguró que entran en servicio sólo dos veces para no exigirlas demasiado y no afectar su condición física. 

 


Una alimentación eficiente es uno de los aspectos fundamentales para asegurar buenos rendimientos productivos. Por eso descarta la alimentación con desperdicios y los nutre a base de granos y pastoreo natural. Aunque el criadero tiene techo para dar sombra y cobijo a los cerdos, la mujer los libera todos los días para que caminen por el sector abierto del campo y los vuelve a encerrar entrada la tarde.

 


“Sólo cuando lo necesitan, les doy alimentos balanceados, si no es todo natural, a base de maíz y verde. No los tengo encerrados todo el tiempo, porque el animal también se estresa. No caminan, no disfrutan y eso influye en la producción. Se nota en la grasa, en la carne, en la productividad en general. La sanidad y la limpieza es todo, porque por más que esto sea un negocio, yo soy consciente de lo que quiero que la gente consuma”, expresó con firmeza.

 


Así, la creación del establecimiento en Lavaisse es una muestra más de que la porcicultura está en alza y, junto a la avicultura, cada vez se consolidan más como alternativas a la ganadería bovina, cuya carne pegó un salto de precios que la  puso fuera del alcance de los bolsillos más humildes.  “A mí no me da miedo de que me vaya mal, porque si vamos a pensar de esa forma, nadie va a empezar un negocio. Tenemos que ponerle ganas y yo pienso que me va a ir bien”, afirmó con entusiasmo.

 



Cuando las ganas superan el dolor

 


Antes de establecerse definitivamente en el campo que hoy habita, Magdalena vivía en Villa Mercedes junto con su esposo y Matías, su hijo de tres años. En aquellos tiempos solían visitar la estancia en la que construyeron una acogedora casa para disfrutar durante los fines de semana.

 


Sin embargo, en el año 2000, uno de esos paseos habituales se convirtió en una tragedia que marcó a fuego a la familia. El pequeño Matías subió a jugar a un tractor pero en un momento de descuido, cayó del vehículo y el impacto de su espalda contra el piso le provocó la muerte.

 


Desde entonces, Magdalena decidió quedarse a vivir en el lugar donde perdió a su hijo, tal vez como una forma de no separarse del recuerdo del niño.

 


“No hay consuelo cuando se pierde un hijo y más cuando es el primero, porque hay que empezar la vida de nuevo. El primer año es el más difícil, pero después el tiempo te ayuda a salir adelante”, sostuvo. 

 


Magdalena buscó en el trabajo y en los proyectos, una forma de combatir la quietud que puede generar la tristeza. Contempló la posibilidad de incursionar en la cría de gallinas, pero finalmente, hace poco, se decidió por el negocio de los porcinos. 

 


“A mí siempre me gustó el campo y por ahí no me daban el lugar por ser mujer, pero mi marido terminó convenciéndose de que soy capaz y me apoya mucho. Yo me siento capacitada para hacerlo. No tengo problema de ponerme los guantes para agarrar los chanchos, poner las vacunas. No es fácil, pero con esfuerzo todo se puede”, expresó.

 


El matrimonio logró tener su segundo hijo, Ignacio, quien ya tiene trece años y de a poco superó la pérdida. Pero en el 2008, Michel tuvo otro obstáculo que afrontar. “Tuve un tumor de mama, me hicieron quimioterapia, me operé y estoy de pie. No hay nada que me asuste. Quizá lo que viví con mi hijo, hace que no haya obstáculos que me detengan”, afirmó con orgullo.

 


Michel sigue establecida en la estancia y elige el aire y el paisaje rural por sobre las “comodidades” de la vida urbana. “Voy una vez a la semana a Villa Mercedes a hacer las compras. Pero mientras menos pueda salir de acá, mejor. Llego a la ciudad, veo paredes y rejas por todos lados. En cambio, acá puedo ver a la distancia el horizonte”, confesó con la paz interior de quienes lo han superado todo.

 


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