SAN LUIS - Jueves 02 de Mayo de 2024

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El Cafelandia: la ciudad del café

Por redacción
| 29 de septiembre de 2016
Tranquilidad. El lugar era muy familiar y rápidamente se hacían amigos de los dueños y los encargados de atender.

Los descendientes de Humberto Antonio “El Jefe” Miranda no recuerdan a ciencia cierta cuándo abrió el tradicional bar "El Cafelandia". Pero sí tienen bien grabado en la memoria cómo se trabajaba y que sin proponérselo fue el pionero en hacer un servicio gastronómico puerta a puerta. En bicicleta o en moto, llevaba pedidos a domicilio, con ello, había nacido el primer delivery de San Luis.

 


La familia rememora sin precisión que fue en 1954 o un año después que lo inauguraron en uno de los accesos del por entonces Mercado Central, hoy Paseo del Padre, sobre la calle Rivadavia y Heriberto Mendoza. El local ocupaba el costado izquierdo del coloso comercial de aquellos años.

 


Humberto Miranda había regresado a San Luis después de probar suerte en Buenos Aires  como dibujante, paisajista, humorista y caricaturista. El sanluiseño había presentado sus trabajos en la revista "Rico Tipo", que dirigía  José Antonio Guillermo Divito, pero sus puertas nunca terminaron de abrirse y decidió regresar. Volvía con sus valijas repletas de ideas, proyectos y un montón de ilusiones que lo llevarían a ser uno de los gastronómicos más reconocidos.

 


"El Cafelandia" fue por años un bar y rotisería en la capital puntana. En sus mesas y mostradores se reunían distintas clases sociales y todos recibían el mismo trato. “El Jefe” imponía orden y respeto. Además de ser también “idóneo en farmacia” (el que se encarga de despachar y entregar los medicamentos, reponer en las vitrinas, y orientar al cliente entre otras cosas), era cinturón negro de karate, un deporte que por años había abrazado con pasión. “Nunca hizo falta que en nuestro local se ejerciera la violencia” dice hoy su hija Mónica que junto a su tío Julio Elías Miranda, van desgranando la historia del comercio que marcó una época.

 


“Mi padre regresó con muchos proyectos en los cuales estaba incluida toda la familia, y entre los años 1954 y 1955 abrió 'La Ciudad del Café', 'El Cafelandia', el único lugar que era un verdadero desayunador, donde servían café con leche, chocolate con churros o el submarino con recortados (una especie de porción de bizcochuelo con dulce de leche al medio en forma rectangular y rociado con agua saborizada con anís). No vendíamos bebidas alcohólicas”, rememora Mónica.

 


Humberto Miranda había probado suerte como dibujante y no logró su objetivo, por eso retornó y decidió abrir un negocio gastronómico, armar una cafetería que sirviera de sustento a toda su familia. Su hermano Julio estudiaba para ser “telegrafista” en la escuela industrial "Domingo Faustino Sarmiento" de la calle Pringles. Junto a él y su otro hermano, Rudecindo, a quien todos le decían “El Gordo Chicho”, conformaron un trío que los llevó a tener una inusitada fama.

 


Los tres eran hijos de Clotilde Rodríguez y Borja Miranda, un conocido comisario de Pozo del Tala, pero además tenía dos hermanas, Dora y Teresa, que rápidamente se incorporaron al floreciente negocio.

 


“Al poco tiempo se sumó mi madre, Andrea Garro, a las tareas gastronómicas. Ella se encargaba de llevarles el desayuno a los empleados del mercado, a las tiendas vecinas y a los bancos de la zona. Sin querer, fue la primera camarera de San Luis”, señala orgullosa su hija.

 


La hermandad, el respeto y la convivencia hicieron que los tres trabajaran juntos y a la par por más de cuarenta años. “Mi padre y mis tíos eran la cabeza visible del negocio, pero también trabajaron primos, sobrinos, tíos y unos treinta  empleados”, dijo.

 


Mónica, mirando a su tía Nélida agrega: “Con el tiempo comenzaron a servirse las 'media mañana', que consistían en servir pizzas y/o empanadas después de las diez de la mañana y hasta el mediodía. Mucha gente del interior la llamaba pan tostado con queso y salsa a las pizzas. Las cosas cambiarían radicalmente cuando el Mercado Central cerró definitivamente sus puertas”.

 


En la década del '60, bajo un gobierno de facto, según la ordenanza municipal número 31, "se resuelve el cierre y demolición del Mercado por encontrarse emplazado en el centro de la ciudad, por la inseguridad y falta de limpieza en la zona". Los Miranda fueron buscando un lugar adecuado y acorde con sus necesidades, alquilaron una propiedad del ingeniero Mollo en Colón y Pedernera, (hoy una colchonería). Comenzaba otra época para "La Ciudad del Café", tal vez una de las mejores en su larga existencia.

 


El progreso llevaba a los hermanos a ir modernizándose y ampliando el emprendimiento familiar. El nuevo local era amplio con dos puertas principales y una de servicios por calle Pedernera. Era en la época en que en San Luis existían "Ocean", "Brianzó", "Edén", confitería y pizzería "Mayo" y otros pocos más.

 


La esquina en cuestión era el paso casi obligado de muchos de los que venían al centro sanluiseño. Al negocio le incorporaron varios metegoles y minipool. También una máquina para escuchar música marca Aconcagua (Rockola Jukebox) o máquina de discos, singles, de vinilo de dos canciones a 33/45 revoluciones por minuto, funcionaba con monedas, siempre  en un rincón donde no molestara u ocupara espacio.

 


La comodidad y amplitud del local hizo que incorporaran más mesas y sillas y contrataran empleados. A los desayunos y media mañana le agregaron los sánguches de milanesa con queso, lechuga y tomate, que con el tiempo se transformarían en una rica costumbre. “El Jefe” había comprado máquinas para elaborar pastas y su hermano Rudecindo se hizo cargo de amasar ñoquis, ravioles, tallarines y la elaboración de empanadas que se servían en el salón, pero fue tanta la demanda que también fabricó para vender a pedido.

 


Mónica asegura que en su nueva dirección tuvieron un éxito total, siempre se trabajó bien, los clientes nunca los abandonaron, especialmente la gente del interior. "Se hacían más de 150 pizzas por día, era impresionante. La leche se vendía en tachos, y don Manolo que vivía en Ituzaingó y Pedernera era nuestro proveedor, a veces vendíamos más de 120 litros por día. Siempre se vendió comida fresca. Las pizzetas del día anterior se tiraban a la basura. La salsa, que era preparada por mi padre, siempre fue un secreto de familia y nunca más la pudieron repetir”, señala.

 


Julio Miranda recuerda entre sus empleados “a los hermanos Pereyra, Lindor, a quien le decíamos 'Pastoriza' y Jorge. también 'Perico' Bustos, uno de los mejores empleados que tuvimos, después trabajó su hijo Mario, Julio Lucero, a quien todos conocen por ‘El Pitiña’, Norberto y Ricardo Ponce. 'Sandro' un flaquito, que fue uno de los primeros repartidores de comida. También en el salón estaba Miguel 'Litto' Ledesma, otro gran trabajador".

 


"Pero por sobre todas las cosas, nuestros familiares, primos, tíos y sobrinos se mezclaban con los empleados. Muchos atendían en el salón, algunos ayudaban a hornear empanadas o pizzas y otros a repartir pedidos”.

 


Julio también señala que entre sus clientes más conocidos figuraban el ingeniero Mollo, don Segundo Rosso y su familia,  Bentolila, Sócrates Cortines, “Petete” Liceda, la familia Vincco, don Ferrier, los Celorrio, los dueños del desaparecido hotel "Royal", don José La Vía y sus hijos, el doctor Bravo. Hasta una vez llegó a comprar la esposa del presidente de facto Jorge Rafael Videla, porque en las cercanías vivía una de sus hijas. Y lógicamente la gente del barrio, ellos nunca faltaban, nos conocíamos todos, eran los más fieles y críticos de "El Cafelandia".

 


Mónica recuerda con nostalgia que los logros del emprendimiento gastronómico eran dibujados por su padre y que las cajas tenían un dibujo flúor en la fachada. Al logo lo encargaron a Córdoba y era una atracción más del negocio. "Yo armaba más de ciento cincuenta cajas los domingos, no se podía creer. El teléfono no dejaba de sonar, sin dudas fue nuestra mejor época”.

 


“Con los años el fuerte fueron las minutas, muchas veces para abaratar los costos hacíamos promociones o combos universitarios, media pizza y seis empanadas. Una milanesa con fritas. Fideos con salsa y empanadas eran las preferidas, los sábados y domingos se destacaba los escabeches y los platos de carne a la masa".

 


“Allí estuvimos varios años, si no me equivoco, de 1960 a 1989. Tuvimos la intención y el dinero para comprarle la propiedad a Mollo porque era un muy buen punto y llegamos a un acuerdo, pero a la hora de hacer los papeles, el ingeniero se arrepintió. No sé por qué, nosotros teníamos la plata en la mano”, se lamenta  Julio Miranda.

 


Sin embargo apostaron por otra propiedad en calle Ayacucho al mil. "Nos trasladamos en 1989 pero ya no fue lo mismo. Seguimos trabajando y poniéndole todo el empeño y dedicación posible, nunca perdimos el rumbo de nuestro objetivo. Mantuvimos por años la vieja tradición que nos hizo crecer como personas y como gastronómicos", empieza a relatar el tobogán comercial.

 


"Los años habían pasado casi sin darnos cuenta, las fuerzas no fueron las mismas, primero falleció nuestra madre, después Rudecindo y posteriormente Humberto, eso nos pegó muy duro y sentimos el golpe. Como éramos un grupo familiar muy fuerte, muy unidos, esos golpes fueron demasiados para nosotros",  sostiene apesumbrado.

 


"Es verdad,  en 1995 cerramos 'La Ciudad del Café'. No por problemas económicos, sino por problemas familiares. En 1994 falleció mi abuela que era la 'patriarca', de la familia, tres años después mi tío Rudecindo y en 1999 mi padre", agregó Mónica y completó: "Además avanzó la modernización y la tecnología, comenzaron a proliferar pizzerías y confiterías. Pero los problemas de salud en la familia, fueron el desencadenante, fuimos perdiendo poder adquisitivo y vendimos las propiedades que la familia tenía, fue tremendo y cerramos definitivamente", dijo entre la resignación y la nostalgia.

 


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