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Un puntano conquistó el Aconcagua

Por redacción
| 06 de febrero de 2017
Junto a luciano, su hermano, en la cima. "Sin él no podría haberlo logrado. Lloramos juntos al mismo tiempo", confesó Paulo. A las 16:10 del 21 de enero llegaron a la cima de la montaña más alta de América.

Las 16:10 del día 21 de enero fue el instante que no olvidará Paulo García a sus 42 años. Alcanzó los 6.962 metros del Aconcagua, la montaña más alta de América. Si bien jugó al rugby 24 años en Chancay y ahora tiene la suerte de ser el entrenador, nueve años atrás recibió un duro golpe. Un pico de estrés le disparó una diabetes tipo 1 que lo llevó a controlar su nivel de sangre por el resto de su vida. En 2014 intentó subir pero falló en el intento, quedando al borde la muerte. Tres años más tarde, con un control estricto, y otra vez junto a su hermano Luciano, su alma inseparable, tocó el cielo con las manos. Demostró que pudo desafiar, no solo la enfermedad, sino también a la montaña y a sus miedos.

 


La pasión por la montaña

 


“Mi hermano Luciano fue el responsable. Por una lesión en la rodilla empezó a escalar y después me sumé. Desde hace unos seis años que hacemos montaña. Nos pusimos como meta subir el Aconcagua. Tiene una estructura armada en cuanto a seguridad”, relata en una extensa y conmovedora charla con El Diario en la que su testimonio atrapante en primera persona. No es fácil cortar su historia que deja un mensaje de vida más allá del objetivo logrado. 

 


El diagnóstico de la diabetes

 


La diabetes es una afección crónica. Paulo tiene la tipo 1, necesitando la insulina de modo permanente para controlar su azúcar en sangre. “Hace nueve años que me diagnosticaron diabetes por un pico de estrés. Fue durísimo enterarme. Todos los días me pincho el dedo para medirme y después me inyecto la insulina con una 'lapicera' en el abdomen. Uno se acostumbra y ya es un hábito, hasta perdiendo la vergüenza. Le tenía fobia a las agujas, mi hermano (Luciano) me ayudó la primera semana. Después ya le perdí el miedo. Hasta mi esposa se da cuenta cuando viene un pico”, confiesa.  “Desde que me enfermé había bajado 26 kilos. Estaba mal medicado y me seguía deteriorando por dentro. El doctor Mariano Forlino tenía su último día de trabajo y caí en su consultorio. Me atendió como un profesional apasionado, explicándome todos los cuidados a tener. Estaba acostumbrado a entrenar, pero debí recuperar ocho kilos para volver a hacerlo. Estaba muy mal en mi casa. Me faltaba algo”.

 


La complejidad de subir el Aconcagua 

 


Paulo y Luciano, estudiaron todos los detalles. No había registros de gente que haya subido con diabetes, salvo un español en 2010. “El laboratorio Roche le hizo un seguimiento satelital controlando el nivel de sangre, haciéndole correcciones a la distancia. Mi aparato mide hasta los 3.500 metros y lo hacía sin saber si funcionaba bien. Muchos mueren o sufren edemas de cerebro, de pulmón y unos días antes murió un japonés. Se valora cuando uno llega a la casa y abrazamos a nuestra familia. Lo hice para llenar el vacío que me había dejado el retiro del rugby. Extremamos los cuidados, evaluamos los detalles y por suerte puedo contarlo como me pasa en esta entrevista. Disfruto mucho contar esa linda experiencia".

 


El primer intento fallido

 


“En el 2014 subestimamos lo que íbamos a hacer. En "campo 1" tuve un pico de azúcar. Me tuvieron que bajar en helicóptero. Por lo general el mal de altura genera náuseas y vómitos. Si bien trataba de hidratarme, no mejoraba. Estaba muy débil. Nos asustamos mucho e intentamos bajar pero me tenía que frenar porque estaba muy débil. Unos chicos de Estados Unidos y otros compañeros nos ayudaron para el rescate pero no pudieron. Llamaron a los rescatistas para que me saquen con el helicóptero. Me midieron el azúcar, estaba alto y había que equilibrarlo. Me atendieron en el hospital de Uspallata y después en Mendoza. En total estuve cuatro días internado. Mi médico de cabecera (Mariano Forlino) se enojó porque debí haber hecho un tratamiento especial. No le avisé y me salió mal. Quedé el borde de la muerte”. 

 


Tocar el cielo en las manos

 


Tres años más tarde planificó el regreso con el miedo de fallar. Sobrellevó esa carga hasta el último instante. “Se me vino a la cabeza todo el tiempo. Me medía cada dos horas y todo funcionaba bien. El apoyo familiar fue muy fuerte al igual que haber jugado tantos años al rugby. Cambiamos el sistema de control en la actividad física y en la alimentación con la nutricionista”, explica. Si bien el doctor Forlino estaba de vacaciones no dudó en acompañarlo a la distancia. “Me ayudó por Whatsapp. 'Hasta que tengas señal pasame valores'. La medición me dio 99 (lo normal es entre 70 y 120). Lo tuve que corregir dos veces pero anduve muy bien. Fue un orgullo disfrutar el camino. Cada paso fue una emoción”, relata. Toma una pausa para explicar con palabras lo que sintió en la última etapa de la escalada final. “Uno hace toda la preparación y tiene en mente que va a llegar. Son como dos montañas. Primero, llegar al último campamento a casi 6.000 metros y después hacer el último tramo. El 'ataque cumbre' es otra montaña. Esa travesía nos llevó diez horas. Nunca experimentamos mal de altura hasta la cueva del tránsito final. Nos dormimos un poco en el descanso. Mi hermano, tras siete horas, me dijo que estaba cansado y que ahí se quedaba. Yo estaba bien, médicamente y anímicamente para subir. Sabía que era mi oportunidad o nunca más. El estaba entregado. Agarré la bandera y le dije 'vamos', y arrancó. Sacó fuerzas donde ya no tenía. Le di el mensaje que 'se puede'. Faltaban tres horas, esquivando piedras y nieve. Tomamos aire y no nos frenó nadie. Cuando llegué a la cumbre, dos malayos también lo lograron. Esperé a mi hermano, y cuando lo vi, estábamos arriba. Lloramos juntos al mismo tiempo. No lo podría haber logrado sin su ayuda. El 21 de enero a las 16:10 hicimos cumbre. Ese momento no lo olvidaré jamás”.    

 


Bajar fue otro desafío 

 


El objetivo de alcanzar la cumbre estaba cumplido, pero descender fue otra complejidad que también se disfrutó. “Teníamos que bajar después de caminar 10 horas. Quedaban otras cuatro para bajar. Se puso más liviano el camino. La única parte difícil es la canaleta, tanto en la subida como en la bajada. A las 19:40 bajamos al “Campo Cólera” para descansar. Nos hidratamos con medio litro de agua y nos dormimos. No dábamos más. Mi sueño estaba cumplido. Lo pude lograr”, concluyó.  

 



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