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Alegría infinita en Merlo: 272 familias ya disfrutan de su casa

Pertenecen a los viejos planes Progreso y Sueños. Adolfo Rodríguez Saá participó del acto. "Llenen sus hogares de felicidad", les pidió. 

Por redacción
| 15 de septiembre de 2017
La felicidad de la vivienda propia. Foto: Alejandro Lorda

San Luis me ha dado mucho. Me dio tranquilidad,  trabajo, terminé de estudiar y ahora me dio mi casa propia. Estoy feliz", dijo Aurelia Schweieder y acomodó en su regazo a un pequeño perrito raza callejero que le acababan de regalar. La mujer, de rasgos tan germanos como su apellido, es uno de los 272 adjudicatarios que ayer vivieron la tarde que habían soñado tanto. Recibieron sus casas y la alegría se hizo abrazo, beso, llanto, carcajada y grito. Fue en Merlo, bajo un sol picante y con las sierras más bonitas del mundo como testigo.

 

La entrega del barrio -que lucía impecable, hasta con sus calles recién barridas- arrancó un rato antes de las 16, con las cumbias de Grupo Menta que levantaron aún más el espíritu de las familias que coparon una de las esquinas principales (las avenidas están hormigonadas). A muchos la música les ayudó a sacudir su modorra porque en la noche previa la ansiedad no los dejó dormir.

 

Las ganas de entrar a sus hogares por primera vez eran muchas. Habían transitado un largo camino porque la construcción de las casas se detuvo a raíz de la quiebra de la empresa a cargo y el abandono posterior regó la incertidumbre. Pero luego Alberto Rodríguez Saá asumió en Terrazas del Portezuelo y todo se encaminó hasta la entrega de ayer.

 

Al rato, junto al intendente de Merlo Miguel Flores, llegó al predio el senador Adolfo Rodríguez Saá, y la gente lo saludó con el cariño de siempre. No faltaron las fotos, los besos ni la entrega de cartas de puño y letra que el legislador guardó en sus bolsillos.

 

 También se sumó la senadora por Junín, Gloria Petrino y desde el principio estuvo la secretaria de Viviendas, Ángela Gutiérrez de Gatto, que lloró emocionada al igual que muchos nuevos dueños.

 

El acto estuvo lleno de sorpresas. De principio a fin. Fue distinto a lo que se había visto antes: lo organizaron los propios vecinos y lo condujeron dos dueñas de casa que le dieron participación a todos. En una pantalla gigante proyectaron un video con fotos de todas las familias. La emoción fue profunda. Luego hubo una suelta de palomas como símbolo de la paz que debe reinar en la barriada y un grupo de chicos rodeo dos maquetas que recreaban sus casas en un abrazo simbólico a su propio terruño.

 

Instantes más tarde Adolfo tomó el micrófono y felicitó a los nuevos dueños. Y les contó lo que vivió anteayer. “Anoche fui a buscar a mi hijo menor en mi auto y mientras circulaba vi un pequeño bulto. Lo esquivé pero frené y me bajé a ver qué era. Y al mirar vi que era un pequeño cachorro. Estaba mojado, tiritaba. Lo miré y decidí llevarlo para mí casa. Nos encariñamos con él, nos hicimos amigos. Allí mi hijo menor lo bautizó Mirko. Todos sabemos que las mascotas son amigas, compañeras, leales. Y como este barrio nos ha costado tanto esfuerzo y lo veo hermoso quiero dejarles algo mío. Nos emocionamos tanto recién con las palomas, que significan la paz. Por eso quiero dejar algo acá. Porque cada vez que vengo a inaugurar algo a Merlo, alguna obra o en cualquier otra localidad, dejo algo mío. Dejo mis sueños, mis anhelos, mi trabajo. Por eso traje a Mirko. Lo quiero dejar acá en el barrio. ¿Alguien lo quiere adoptar?”, expresó Adolfo.

 

Con cabellos entre blancos y rubios, ojos color cielo, una mujer mayor saltó de su silla y pidió adoptar al cachorro. Adolfo se lo entregó con un regalo: una casita para perros. La señora era Aurelia, la de rasgos y apellido germano.

 

“Es un momento feliz, cada uno de nosotros va a tener su casa. Ahora, en este momento, cada vivienda tiene sus puertas abiertas para que vayamos ya mismo y entremos. Son sus hogares, que los esperan para que los llenen de alegría, de felicidad, de amor. Las cosas grandes se construyen con amor. Cada uno de ustedes tiene que ser feliz en su casa. ¡Vamos a verlas, tienen que llenarlas de felicidad!”, expresó feliz Adolfo.

 

Ante semejante noticia, la gente se levantó de sus asientos y partió rápidamente a sus inmuebles. Tocaron los picaportes y la ansiada espera terminó. Solo tuvieron que entrar. El resto fue todo emoción. Fue sentir la calma que solo brindan las conquistas muy duras.

 

Al pasar por las veredas se podía escuchar la felicidad. Los dueños, dentro de sus hogares, reían, hablaban a los gritos, se hacían chistes. Otros cantaban. Muchas parejas, en los jardines todavía vírgenes, lloraban abrazadas.

 

"Y además de la casa, el Adolfo me dio a mi mascota. El Mirko. No es sólo mío, es el perro del barrio. ¿Me entiende cuando le digo que San Luis me ha dado mucho?", reflexionó Aurelia, la mujer de ojos germanos que eligió a Merlo hace muchos años.

 

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