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Venancio Vicente Ramírez, "El Hojalatero"

Nació en Tucumán y vivió casi como un linyera. Hace siete años que se radicó en Concarán, San Luis, donde es hojalatero artesanal. Su vida cambió, ahora con su trabajo mantiene a su familia. Tiene una hija campeona internacional de kick boxing.

Por Johnny Díaz
| 15 de enero de 2018

Venancio Vicente Ramírez dice que nació en Tucumán, pero la realidad lo transformó en un hombre multifacético, en un buscavidas en el buen sentido de la palabra. Radicado San Luis desde hace siete años, Venancio es un artesano de la hojalatería y un destacado profesor sin título de kick boxing que da clases en su humilde casa de Pedernera 999, en Concarán.

 

Venancio vive allí porque un puntano, remisero y amigo que vive en La Rioja, lo aconsejó.  La vida de este artesano está cargada de sinsabores, penas y alegrías, más dolor que felicidad, más malas que buenas. Pero es inmensamente feliz junto a su esposa Miriam y sus cuatro hijos.

 

Tan feliz está que pese a que no tiene dónde vivir, hace poco tiempo viajó a México a acompañar a su hija Yaselie a competir en un campeonato mundial de kick boxing y ella se trajo para San Luis el título principal en la categoría amateur.

 

Venancio jura que tiene raíces gitanas y sangre circense porque abuelos, tíos, sobrinos y primos fueron y son parte de la troupe de los circos Warranti -desaparecido- y del Rodas. Cuenta con detalles del periplo de su vida y su familia hasta llegar a Concarán, donde lo encontramos golpeando chapas para transformarlas en artesanías de hojalatería con las que se gana el sustento diario. Y como contrapartida sirve a la comunidad deportiva, enseña kick boxing gratis a unos 35 niños.

 

El tucumano no quiere hablar de su familia paterna, pese a que tiene siete hermanas. Dice que nunca entendió por qué lo dejaron “con lo puesto”. “Si no fuera por el amor de mi mujer y mis amigos, no sabría qué hubiera sido de mi vida”, dice con mezcla de resignación y agradecimiento.

 

“Llegamos a La Rioja con toda la ilusión que uno se pueda imaginar, creyendo que tenía familia y no la tenía, es una parte muy fea de mi vida, el sólo recordarla duele mucho. Tengo siete hermanas mujeres y una me dijo que me fuera a trabajar con ella. Fui a parar a un ranchito, vivía de prestado, como si fuera un linyera. No tenía puertas ni ventanas, nuestras vidas eran un suplicio, parecía que nunca saldríamos del pozo. Salía a vender y mi esposa se quedaba en la casa porque teníamos miedo de que nos robaran lo poco que había”.

 

“El puntano que conocí en La Rioja vivía allá porque su señora era riojana, él me aconsejó para que me venga a vivir a San Luis, incluso nos trajo con el remis. Pasábamos muy malos momentos, ni para comer teníamos", agrega. 

 

"Recuerdo que era un viernes, cargamos unos bolsos con ropa, unas colchonetas y partimos. Hasta vendí un lavarropas, un ventilador y una cocina por 1.500 pesos, estaba loco, me quería ir de La Rioja y venir a San Luis, que ni sabía dónde era, pero  contaba con todo el apoyo de mi señora".

 

“Cuando llegamos, estuve un día buscando alquiler y en el barrio San Martín conseguimos una pieza de 4x4, pero el dueño no quería  niños. De rodillas le supliqué que nos alquilara, era como para empezar solamente. Finalmente accedió. Tiramos las colchonetas en el piso -cama no teníamos- y con los últimos 300 pesos compré chapa para trabajar”, recuerda.

 

"Salía a vender con mi hija y nos iba bastante bien, un día conocí a un pastor evangélico –nosotros somos cristianos- y nos pedía que tuviéramos fe y tranquilidad, nos fuimos a vivir a Balde, en una casa amueblada. Era un verdadero lujo. Vivimos un tiempo yo vendía mis trabajos en San Luis o el interior de la provincia, incluso llegamos con la mercadería a Merlo, Mina Clavero, La Paz, Villa Dolores, siempre en compañía de mi familia. A mi hija le pusieron ‘Gitana’ porque se dedicaba a la venta de la hojalatería”, cuenta.

 

“Es asituación duró unos dos años. Cada vez tenía que viajar más lejos a vender, hasta que me pidieron la casa y nos tuvimos que  ir a un par de cuadras. Un amigo me regaló una cama y compré otros muebles, pero parecía que Dios no quería que saliéramos del pozo. Cada día estaba más preocupado porque las ventas habían caído mucho, todo era cuesta arriba, más difícil el camino. Hubo puertas que se cerraron porque en realidad mucho por nosotros no podían hacer. Me aferré a mi fe, le pedí al Señor que no nos abandonara, que nos ayudara, que no merecíamos esa suerte. No le hacíamos mal a nadie y entre nosotros no había conflictos familiares. Fuimos y somos todos para uno”, asegura convencido.

 

"Cada día se acortaba más el tiempo y un viernes vine a vender a Concarán, no teníamos ni diez pesos, secos. Un amigo, Ariel Gatica, me pidió que le arreglara un frezzer, no tenía ni idea pero la necesidad tiene cara de hereje y comencé a desarmarlo con cuidado hasta que lo logré. Nunca hubo nada difícil para mí, yo había hecho en Tucumán unos trabajos parecidos, pero nunca un frezzer. Fue un milagro de Dios. A todo esto mi señora me llamaba para decirme que el dueño de la casa apuraba para que se la desocupáramos porque tenía un problema familiar. Estábamos desesperados”, relató.

 

"Entonces salimos con mi hija a vender hojalatería, colocamos todo, juntamos como 4 mil pesos, una fortuna. A todos le preguntaba si no tenían un lugar para alquilar, pero no pasaba nada. A la noche, por el hospedaje apareció don Víctor Barrio, parecía que lo había mandando Dios, me ofreció una vivienda y después de que unos amigos (Ariel Gatica y Orlando Villegas) me dieran una mano con el transporte, nos vinimos para acá. Debo reconocer que vivíamos en una extrema pobreza, había días que con mi señora no sabíamos qué hacer para darles de comer a nuestros hijos”.

 

“Don Barrio nos alquiló una casa por un par de meses, pero en el afán de mejorar, caímos en otro alquiler en un barrio muy feo de Concarán. No merecíamos tener tanta mala suerte. Hasta que conocí a don Mario Nievas, quien en realidad no quería alquilar, pero lo convencimos con el llanto de mi mujer. Así conseguimos ésta humilde casita donde estamos muy cómodos”, dice y recupera la sonrisa perdida.

 

“A la casa había que hacerle muchos arreglos, revocar paredes, los techos se llovían, el piso, la instalación eléctrica. Yo quería esta casa por una mejor calidad de vida y estaba más cerca del centro de Concarán. Hicimos todo para que el dueño se sintiera bien con nosotros. En realidad la vivienda estaba cerrada, porque, según contó don Nievas, tuvo un problema muy grave y no la quería alquilar”.

 

“De a poco fui armando más nuestro hogar, me dieron un crédito en la empresa de Ricardo Barrio para pagar los muebles que compramos, porque si no, no tendríamos ni para comer. Estamos inmensamente agradecidos”.

 

Venancio nunca en sus 39 años la tuvo fácil. De chico se ganó la vida en el Warranti, que era de sus abuelos y se quemó cuando él era un niño. Después trabajó de payaso en el circo Rodas.

 

"Vengo de una familia circense, en la pista hice de todo, hasta de payaso (lo que más le gustaba) con un doble salto mortal incluido. Cuando fue el incendio, la familia hizo como un 'impasse'. Yo seguí viviendo en casilla rodante con un hermano que se dedicaba a tirar (leer) las cartas, predecir el futuro. Leía las palmas de las manos, adivinaba la suerte y todo eso que dicen que hace un tarotista o un mano santa, según cómo se lo mire”, recuerda divertido.

 

"Mi padre quería que me dedicara a la hojalatería, decía que ese era mi futuro, que me iba a hacer rico. No podía creer eso, si él no tenía nada, ¿cómo iba a tener yo una fortuna vendiendo hojalatería?”, se pregunta.

 

"Con el tiempo me fui a trabajar de soldador a Tinglados Moya, estuve un tiempo ahí hasta que aprendí bien el oficio y me largué a otros lugares donde hubiera un mejor futuro. Esa experiencia me abrió el camino pese a los sufrimientos”, jura Ramírez, quien dice que anduvo rodando por la vida. Va mezclando recuerdos: de Tucumán pasó a La Rioja, de allí a San Luis, Balde y Concarán, su hogar por ahora, donde atesora muchas vivencias y se siente plenamente identificado.

 

Ramírez es un hombre que tiene miles de anécdotas y vivencias muy peculiares, como aquella que cuenta de los días de su estadía como soldador en la empresa de tinglados, cuando no tenía ni idea de lo que era una soldadura hasta que aprendió. “Yo le ponía todo mi empeño, quería progresar en la vida y no sabía cómo", acepta. O cuando tuvo un conflicto laboral con una persona que resulto ser el hijo del dueño.

 

Venancio, que fue boxeador amateur, cuenta que su hija Yaselie, la famosa "Gitana", comenzó a practicar kick boxing en el pueblo. “Me parecía que tenía condiciones y así fue”, dice hoy su orgulloso padre.

 

Yaselie hoy es campeona internacional de ese deporte, título que logró en México, y Venancio Vicente Ramírez da clases gratis a unos 35 niños que llegan a su humilde gimnasio de Pedernera 999, en Concarán.

 

“Las clases son gratis, si vos faltás y aparecés a la semana, ahí tenés que empezar a pagar una cuota, de esa manera tu trabajo se ve y el alumno lo toma con seriedad, soy representante de la asociación tucumana de ese deporte”, dice.

 

Venancio cuenta la historia de su hija: "La empecé a entrenar después de que hizo una exhibición en San Pablo, un pueblo vecino al mío. Con el tiempo  hizo nueve peleas más en el BAP, bajo las ordenes de Cristian Sosa. Hoy tiene ese título gracias a una gestión del senador Adolfo Rodríguez Saá".

 

“Al Adolfo le daría mi vida por lo que hizo por mi hija y por mi familia. Ella lo conocía por Facebook, a través de esa red social se contactó y él le consiguió los pasajes para que pudiéramos ir a México, todo sin pedir nada a cambio. Nunca lo olvidaremos. Nosotros pusimos nuestra parte. Trajimos el título para San Luis. Fue un gesto inolvidable que sólo un peronista entiende”.

 

“Usted no imagina nuestra alegría, el doctor Adolfo se interesó por la carrera de mi hija y nos dijo que nos va a ayudar en lo que pueda. Nuestro agradecimiento es de por vida, espero que se me entienda. De la nada fuimos a México. ¿Usted se lo imagina?", relata todavía sin poder creerlo.

 

El hombre a los 39 años ha hecho de todo y va por más. Siempre con su trabajo artesanal de hojalatero y dando clases de kick boxing. Vive rodeado del amor de sus hijos y su esposa, que nunca bajaron los brazos ante la adversidad. Un ejemplo de vida para imitar.

 

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