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Luis Aníbal Funes: de Santa Rosa del Conlara al Mundo

Nació en Salta, vivió toda su vida en Santa Rosa del Conlara. El destino lo llevó a ejercer la docencia y se jubiló como director de una escuela albergue en Neuquén. Es un reconocido radioaficionado. Da charlas y disertaciones en los colegios.

Por Johnny Díaz
| 06 de abril de 2018

Luis Aníbal Funes es un reconocido radioaficionado salteño, vecino desde siempre de Santa Rosa del Conlara. A Funes se lo conoce en el mundo como "LU8YY". Es un docente jubilado que abraza la pasión de las comunicaciones y ha logrado que grupos de alumnos de lugares recónditos, puedan comunicarse con una nave espacial y mantener una fluida comunicación con hombres del espacio por más de diez minutos, algo infrecuente. Esa experiencia también lo logró no hace mucho tiempo en la ciudad de Villa Mercedes donde un grupo de unos 20 alumnos habló con Lucas Parmitano, un astronauta italiano que orbitaba la Tierra a millones de kilómetros.

 

Funes nació el 28 de diciembre de 1949 en la ciudad de Coronel Moldes y de muy chico se radicó en la norteña Santa Rosa donde vivió con sus abuelos paternos: Baudina y Rogelio. Y después de peregrinar haciendo docencia se convirtió en su indestructible hogar.

 

"En 1973 comencé a incursionar en el mundo del radioaficionado y no paré más,  en el sur las distancias son muy largas, con lugares muy inhóspitos y todos buscan estar comunicados. Yo no fui la excepción, tuve hasta una pequeña radio FM, es una de las pocas maneras de estar conectado con el exterior", dice.

 

Una de las más grandes satisfacciones que tuvo como radioaficionado y como autoridad de Ciencia Educación y Tecnologí­a Unidos por la Radio afición (CETRA) y de la Asociación Mundial de Satélites de Radioaficionados  (Amsat) fue poder comunicar a niños de Neuquén con escolares de Córdoba en 1994. "Fueron diez minutos porque hubo que esperar la órbita adecuada", recuerda y añade: "Esa experiencia la volví a repetir años después en Villa Mercedes. Fue en el  Teatro y Centro de Convenciones Calle Angosta, donde se llevó a cabo el contacto radial con la Estación Espacial Internacional (ISS), entre chicos de diversos establecimientos educativos de la provincia y el astronauta italiano Lucas Parmitano, quien se encontraba en dicha estación".

 

“Fueron ‑continúa‑ unos 20 alumnos  provenientes de Santa Rosa del Conlara, Bajo de Véliz, Cerrito Blanco y Villa Mercedes quienes realizaron preguntas y dialogaron en italiano con el hombre del espacio". El contacto se llevó a cabo durante el tiempo en el que transita la ISS sobre el espacio al alcance de las antenas de la estación telebrigde.

 

Según el docente, “es una satisfacción muy linda ver que pequeños como éstos, algunos de escuelas rurales, hayan tenido un contacto con el espacio” y asegura que volvería a realizar este tipo de comunicaciones.

 

Funes reconoce que en el logro mucho tuvieron que ver el Gobierno de San Luis, el Ministerio de Turismo y todo el personal del Complejo Molino Fénix, que puso a disposición el Centro de Convenciones, a los que agradeció.

 

El radioaficionado cuenta que su padre de 40 años se casó con su madre cuando ella tenía 18 años y vivían en Salta, pero un día su mamá  se  descompuso y la trasladaron al hospital. Su familia cree que murió tras una mala praxis. "Tenían que colocarle una inyección intramuscular, se la pusieron por vena, sólo tenía 20 años cuando la perdí, yo era muy chico”, se lamenta.

 

“Mi papá, que era sanluiseño, me trajo a la casa de sus padres, Rogelio y Baudina que me dieron todo. Fueron la luz de mi vida, en la casa vivía mi tío Carlos, otra persona maravillosa, siempre los recuerdo porque es una gran familia, llena de amor y solidaridad", sostiene. Su padre regresó a Salta donde siguió trabajando en el Ministerio de Salud, y volvía a visitarlos en vacaciones.

 

"Viví toda mi vida con mis abuelos en San Rosa, ellos me mandaron a la escuela de esa localidad, donde estudié hasta tercer año, terminé mis estudios en el Normal Nacional de Villa Mercedes”.

 

Admite que su vida fue como la de todo niño: feliz, maravillosa, siempre jugando y con muchos amigos. "Nos gustaba mucho el fútbol, participábamos de los campeonatos barriales como 'El Taponazo' y en la escuela éramos imbatibles. En los torneos estudiantiles, el único que se nos acercaba era un equipo de la Escuela de Comercio de Villa Dolores. Yo era defensor o mediocampista, firme para el puesto”, rememora con orgullo.

 

En 1969 ya estudiaba para maestro en Villa Mercedes. Asegura que los directivos eran muy estrictos como Gutiérrez, Vecino y Ramonda y recuerda como compañeros a “El Percha” Allende, Enrique “El Cabezón” Miranda y Julián Fuentes.

 

“Cuando me recibí, hice unos cursos de capacitación para profesor de Educación Física en San Luis, pero volví a Villa Mercedes para trabajar en el Departamento de Aplicación y en la noche, era preceptor en la escuela. No me quiero olvidar del profesor Genovar y de 'El Negro' Herrera", dice tomándose la cabeza.

 

Su carrera docente comenzó en  1972 en Neuquén. Su tía paterna, Dora, era amiga de Luis Aostri, el presidente del Consejo de Educación de esa provincia. A través de ese contacto, a los dos meses le llegó el ofrecimiento de hacerse cargo de una escuela albergue. "Mi tía había conocido a Aostri en San Francisco del Monte de Oro, donde era profesora de religión, ahí nació una gran amistad que a mí personalmente me sirvió de mucho”, añade.

 

La escuela estaba en Coyunco, al norte provincial, a 1.600 metros sobre el nivel del mar, 80 kilómetros de pura montaña y a unos 500 de la capital de esa provincia. Las clases comenzaban en setiembre y terminaban en mayo.

 

Trabajaba 22 días corridos, incluidos sábado y domingo. A su por entonces esposa, Martha, la habían asignado como personal único en otra escuela, en la zona de Campana Mauida, cercano a los cerros Tres Puntas y La Parva.

 

“Era muy grande el sacrificio, para llegar a mi escuela, en las madrugadas y alumbrado por una linterna hacía unos 900 metros por la costa del río Agrio hasta la casa de la familia Retamar, que me prestaba un caballo, daba clases y a la noche volvía. La escuela estaba muy deteriorada, no se podía habitar. Hice gestiones para cambiar de lugar la escuela, y dieron buenos resultados, comencé con unos 30 alumnos y terminé con 92, había niños que venían de muy lejos, horas caminando entre los cerros y otros a caballo”, expresa.

 

“Estaba feliz ‑sigue‑ porque era un nuevo desafío y sentía que no podía dejar que esos niños pasaran hambre y frío. Esa gente al saber que la escuela tenía un nuevo director, estaba agradecida, y a cada paso que daba me mostraban afecto y cariño muy difíciles de olvidar. Esa gente apuesta a la educación para que sus hijos no sean igual que ellos, y no hay que defraudarlos”.

 

Funes cree que, por lo general, las escuelas albergue no reciben lo necesario para cumplir el objetivo para lo que fueron creadas y que muchas son de adobe y muy precarias. "La escuela tenía piso de tierra, un solo ambiente grande que era cocina, comedor, dirección y por las noches, dormitorio. Afuera había un aula. Hacíamos lo imposible para no sufrir frío y tener la comida necesaria para todos los días. Logramos mejorar el establecimiento y estábamos orgullosos del paso que habíamos dado", manifiesta.

 

También revela que se pasó horas y horas a caballo con recorridos casa por casa para que los niños volvieran a la escuela. “Las temperaturas eran sumamente bajas y por más abrigado que estaba, me sentía mal. Fue hasta que me acostumbré”.

 

A modo de anécdota, Funes dice que de Cajón de Almanza hasta la escuela lo llevaron 17 kilómetros arriba de un tractor y que al pasar los ríos, el agua les llegaba hasta el acoplado “Cuando llegamos me dolía todo el cuerpo al ir sentado en la baranda para no mojarme”.

 

El ex docente sostiene que luego presentó un proyecto para utilizar las instalaciones abandonadas de la mina de cobre y no tuvo suerte. La idea era hasta de poner un tambo y paneles solares. Está convencido de que se podían hacer muchas cosas, pero no lo logró. "Hasta las vacas lecheras nos facilitaban. No sé por qué fue, si por cuestiones políticas o porque la idea no era de ellos. Frenaban todo. Trabajé con las agrupaciones indígenas, conocía de sus necesidades, viví momentos hermosos, hasta de las fiestas nativas participaba. Fue un bajón porque teníamos muchas esperanzas de que se concretara”, expone como si fuera ayer.

 

"En 1999, mis últimos años como docente, hicimos un trabajo educativo que mereció el Martín Fierro de la Educación. Yo ya estaba en la  escuela mixta de Cochico a unos a 50 kilómetros más arriba, cerca del volcán Domuyo. Era muy completa, con una vertiente que alimentaba a un invernadero. Hacían dulces y conservas, era muy lindo, hasta lo ampliamos para mejorar la calidad de vida, no faltaba nada. Repsol nos ayudó mucho con las donaciones que eran muy importante por lo mucho que significaba”, relata.

 

Funes añade que así fue cimentando su pasión por los radioaficionados. "Somos muy necesarios en todo el mundo. Donde quiera que uno esté, debe haber un radioaficionado. Yo lo tomo como una vocación porque sirve para todos quienes alguna vez vivimos en zonas verdaderamente inhóspitas. Lejos de todo y de todos".

 

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