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Buscando el placer de estar vivo

Diseñó la máquina de ser feliz y recuperó la memoria emotiva de sus viejas canciones. “Cooltura” estuvo en los recitales que dio el músico en Córdoba para demostrar que el milagro argentino de la recuperación es posible.

Por Miguel Garro
| 13 de agosto de 2018
Charly nunca se paró de los teclados, lo que evidenció alguna dificultad motriz, pero se movió con soltura en su pequeño espacio. Fotos: Facundo Luque

Hay gente que llora. Son hombres y mujeres que traspasa - ron los 50 años y han vivido al ritmo del país que describió Charly García en sus canciones. Crisis, dictaduras, amigos del barrio que pueden desaparecer, democracias endebles, tuertos y ciegos. Las lágrimas son imposibles de contener en el tema que abrió los recitales que dio en Córdoba después de ocho años sin ir a la provincia: “Instituciones”, del tercer disco de Sui Generis, una descripción que Charly escribió cuando tenía 20 años y era adolescente, tal vez inocente, tal vez ingenuo, tal vez cándido, en el inicio del despegue de la relación con sus padres y con las primeras sábanas compartidas. Es probable que quienes lloraron durante ese tema vean reflejadas sus vidas en el comienzo de la recta final. Y es probable que lloren porque no saben cuántas veces más podrán ver en el interior del país al músico que tienen enfrente.

 

Hay gente que ríe. Son los más chicos, los de la mediana edad, los que tienen a Charly como una persona indispensable para entender la cultura nacional y como un perfecto cronista -aún con algunos años de más, seguramente con algunos excesos de más- de una vida que fue tan parecida al amor. También ríen los adolescentes, los hijos de la lágrima que fueron con sus padres para escuchar en vivo lo que hace mucho tiempo escuchan en discos. Ríen porque disfrutan las canciones con otras vivencias, con otros recuerdos. Porque para ellos los dinosaurios desaparecieron.

 

Hay gente que canta. Todos cantan. Todas las canciones, las nuevas, las viejas, los clásicos, las que roquean. Las de las épocas lúcidas y las de las épocas oscuras. Cantan a coro, cuando el recital ya había terminado, a capela, abrazados, “Canción para mi muerte”, “No voy en tren”, “Olé, olé, olé, Charlyyyy, Charlyyy”, “El que no salta es un militar”, “Mauricio Macri la puta que te parió”.

 

El resurgimiento de Charly García tras un tiempo de escasa producción y mucha internación empezó a principios de año con un recital en el Coliseo. Y se confirmó en La plaza de la mú- sica, en Córdoba, el miércoles 25 y el lunes 30 del mes pasado, en dos funciones a sala llena, con tickets agotados en menos de media hora y una devoción que sigue en pie. En principio, el músico iba a dar un único recital a mitad de la última semana del mes –una fecha para nada cómoda-, pero la demanda fue tal que se vio obligado a agregar una segunda función, también repleta.

 

Un recital de García hoy es una caja de sorpresas. Todas buenas. Previsto para las 21, el show tuvo un retraso de siete minutos. Un sonido impecable, un Charly que cantó todas las canciones, apenas sostenido por el prodigio de Rosario Ortega (que en algunos de los últimos recitales tuvo mucho protagonismo en el plan de tapar las dificultades en el canto del líder) y un repertorio que recorrió todas las épocas.

 

Charly nunca se paró de los teclados, lo que evidenció alguna dificultad motriz, pero se movió con soltura en su pequeño espacio. Dos micrófonos, algunas intervenciones con su fina ironía, pequeñas arengas con sus manos huesudas –endurecidas por la artrosis- para que la gente cante y una postura del abuelo que todos queremos tener. El que guiña un ojo y da caramelos delante de los padres, pero permite algunos tragos a escondidas. También con un guiño de ojo.

 

Un saco brillante que no le quitó un aire de sobriedad fue la única parte de la vestimenta que se le alcanzó a ver. Se le podría pedir (ya que su carrera fue tan prolífica como exigente) un poco más de prolijidad y ensayo en las interpretaciones, pero el carácter emotivo del reencuentro fue más fuerte que cualquier análisis técnico o musical que se pueda hacer. Luego de un intervalo de cinco minutos, el cantante apareció en la misma posición de la primera parte con una bata con el símbolo de Say no more en la espalda.

 

Cerca de la resurrección

 

El nuevo milagro del dios del rock nacional es que siga tocando después de tanto trajín tóxico. Obviamente no es el mismo que años atrás, pero genera una extraña y una entrañable satisfacción ver a Charly cantar, tocar, dirigir a su banda. Hay que decirlo: es bueno verlo a Charly vivo y bien después de una vida en la que se lanzó de un noveno piso, prefirió las drogas sin sol al sol sin drogas, quemó las cortinas, se incendió de amor y demolió hoteles. Puede que su resurrección no sea completa pero hay que valorarlo como uno de los pocos sobrevivientes que le queda a la música nacional.

 

Si se acuerda que los verdaderos padres del rock argentino son Charly y Luis Alberto Spinetta (los anteriores, los de la primera generación, fueron los iniciadores pero no alcanzaron la popularidad y el reconocimiento masivo de ambos), hay que condecorar a García como el que mantiene viva la esperanza de más crecimiento. No sólo porque sigue haciendo canciones, sino también porque la proyección de cualquier arte se puede hacer en retrospectiva, apoyado sobre algo ya creado.

 

Porque si hay algo que no se recupera es el tiempo perdido. Charly lo sabe bien y supo practicar esa sabiduría aún cuando toda una generación de rockeros argentinos despreció su influencia y su adelantamiento musical y filosófico. Esa camada navega ahora en la intrascendencia y, con absoluta ignominia, desperdició una oportunidad magnífica para basar su carrera y promulgar una cultura. De hecho, algunos de sus integrantes están presos (Pity Alvarez, Cristian Aldana, José Miguel Del Pópolo) y otros deberían estarlo (Patricio Fontanet, Gustavo Cordera).

 

Porque más allá que en sus letras contó con asombrosa realidad lo que pasó a él, a su generación, a su país y al mundo, García fue el primero en incursionar en muchos ritmos cuando eran, cuando no poco comunes, desconocidos en el país. Charly fue el primero en hacer heavy, en hacer rap, en incursionar en el tango, en merodear el rock sinfónico y, como para determinar un acercamiento dialéctico con su público, fue el primero en tutearlo en las canciones.

 

Con García se acabaron los “tú” que incomprensiblemente todavía usan algunos cantantes (no sólo melódicos) argentinos y empezaron los “vos” de un modo nunca agresivo. Como muchos de los que vivieron en sintonía contemporánea, Charly creció con Videla, miro por el día que vendrá, preparó la cama para dos, le siguieron pegando abajo, pidió por alguien que lo emparche un poco (¿quién no lo ha hecho alguna vez?), rasguñó las piedras y rezó por nosotros.

 

Un repaso general

 

Tras la emoción de “Instituciones”, a la larga el único tema de Sui Generis de las noches cordobesas, Charly armó para el show llamado “La torre de Tesla” un listado de canciones que le dio al público cordobés un recorrido por su magnífica carrera. Hubo temas tranquilos como “No soy un extraño” –ideal para presentarse en una ciudad ajena- y otros movidos, como “Cerca de la revolución”, “No llores por mí, Argentina”, “Reloj de plastilina” y “Demoliendo hoteles”.

 

Las pocas intervenciones hacia la gente tuvieron su cuota humorística. Le pidió a una fanática que dejara de sacarle fotos con el flash, dijo que “King Kong” era “cordooobé” y presentó un tema como “escrito en Nueva York, ayer”.

 

El listado de clásicos siguió con “Rezo por vos”, “Fax U”, “Me siento mucho mejor”, la increíble “Promesas sobre el bidet”, “Inconsciente colectivo”, “Anedonhia” y “Los dinosaurios”, mezclados con cuatro canciones de “Random”, su nuevo disco.

 

Acompañado de una banda de base chilena que supo llamarse “The prostitutions” y que lo sigue hace mucho tiempo, Charly intercambió algunas palabras con Rosario Ortega (quien con un pañuelo verde revoleado y luego atado al pie el micrófono se encargó de la única manifestación ideológica emitida arriba del escenario) y se rió con un encendido Fabián “Zorrito” Quintiero, quien no paró de bailar con su teclados en toda la noche.

 

Una pantalla gigante en el fondo del escenario demostró otro detalle que hacen de Charly un artista completo: muchas de las canciones fueron acompañadas por imágenes de clásicos del cine internacional, un punto que reforzó el mensaje que pretendió darle a cada tema. Empezó con “El increíble hombre menguante” y aportó, entre otros, segmentos de “Odisea en el espacio”, “Toro salvaje”, “Las alas del deseo”, “Un tranvía llamado deseo” y “King Kong” para el tema homónimo y “Psicosis” para acompañar “Asesíname”.

 

Pero la mayor participación de la pantalla llegó cuando tocó “No importa”, del oculto disco “Kill gil”, y las imágenes recopilaban muchas de sus escandalosas apariciones públicas, con agresiones a periodistas, colegas y fans, recuerdos de sus épocas más borrosas y placas rojas de Crónica incluida. “Lo que leen en los diarios por ahí es cierto, por ahí no”, dijo Charly casi sobre la despedida.

 

La frase y la recopilación esconden una tregua que el artista propone para sus aliados y sus detractores, algo así como la izada de una bandera blanca que acepta los errores cometidos con tanta sapiencia que hasta se anima de reírse de ellos. Charly quiere vivir lo que le resta en paz, con sus canciones y sus paranoias. Se lo merece. Al fin y al cabo sigue celebrando el hecho de que nazca una flor y todos los días salga el sol.

 

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