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En agricultura, el manejo puede mover montañas

Sin perder la fe en que lleguen las lluvias, once especialistas brindaron algunas pautas para mejorar los rendimientos del maíz y la soja, los dos cultivos principales de San Luis.

Por Juan Luna
| 27 de octubre de 2019
Secuela. La jornada se realizó en Villa Mercedes y funcionó como la segunda parte de una que ya se había hecho a principios de julio.

La fe puede mover montañas, pero evidentemente hay que ayudarla con algún empujoncito. Los productores agrícolas saben que no alcanza con rezar para que se multipliquen las ansiadas lluvias, que este año han sido más escasas de lo que se podía prever y tienen bastante castigados a los campos en el comienzo de una nueva campaña. Pero más allá del pequeño alivio de la semana pasada y de que las bondades climáticas sean indispensables, reconocen que el manejo es fundamental para reducir los riesgos y problemas en los lotes y poder salir airosos al final de la temporada.

 

Por eso, la jornada técnica que se realizó en Villa Mercedes fue una oportunidad ideal para detenerse a pensar en las técnicas y tecnologías que se aplican en los dos principales cultivos de la provincia y lógicamente de todo el país: la soja y el maíz.

 

En total fueron once los expositores, todos pertenecientes a diferentes instituciones públicas y privadas, que sacaron a relucir los conocimientos cosechados en ensayos, experiencias recientes, o a lo largo de una carrera dedicada al estudio de las múltiples caras que tiene un proceso agrícola.

 

Varias de las charlas estuvieron destinadas a observar estrategias de control de malezas, de enfermedades y de insectos y ácaros, pero también hubo otras que recomendaron la utilización de hongos y otros microorganismos para aumentar la fertilidad de los suelos. Mientras que al final, algunos disertantes hicieron un análisis de la agricultura en la región y de su potencial como un producto agroindustrial.

 

Pero todas tuvieron un mismo espíritu: fomentar el manejo integral como una forma de mejorar los rendimientos de los cultivos sin recurrir a las aplicaciones químicas en exceso, con el fin de adecuar la producción a las necesidades de los tiempos que corren, en los que se piden alimentos cada vez más sanos y una agricultura mucho más sustentable.

 

 

Entre soja y maíz

 

Aunque fue el último en disertar, algunos de los conceptos que transmitió Maximiliano Riglos serán los que aquí abrirán las referencias a los dos principales cultivos. Porque el joven investigador exhibió los resultados de los ensayos que realiza con colegas de otras provincias y que grafican muy bien las condiciones a las que están sometidas las plantaciones en San Luis, que son más exigentes que las de otras regiones productivas.

 

En primer lugar, resaltó que la producción agrícola en Argentina se quintuplicó desde 1971 a 2018, gracias a un aumento de la superficie utilizada para realizar cultivos extensivos y de la obtención de cada vez mejores rendimientos en las cosechas.

 

Sin embargo, advirtió que no es muy probable que el área cultivable pueda expandirse demasiado para continuar con el crecimiento de la agricultura. Por lo tanto, la única variable que todavía tiene mucho margen es la de los rindes, y para eso es necesario poner también la mirada en los sistemas de producción.

 

“Solo cambiando la estructura de manejo podemos lograr mejores rendimientos. El maíz tardío, por ejemplo, vino para quedarse y desplazó al sorgo, solamente con el cambio de una herramienta, como es la fecha de siembra”, remarcó.

 

En San Luis, "la soja y el maíz ocupan más del 90% de la superficie agrícola de la provincia. Son 700.000 de las 800.000 hectáreas que se siembran y con pequeños ajustes en las tecnologías o en el manejo se pueden obtener mejores resultados", le explicó luego a la revista El Campo.

 

Para lograr esas transformaciones de los cultivos hay que conocer las condiciones de cada región, las limitantes y el potencial de los ambientes. “Cada localidad tiene sus particularidades, cada fecha de siembra genera ambientes distintos que hacen que el cultivo explore ambientes diferentes, e incluso dentro de un mismo sitio”, planteó.

 

Y en ese aspecto fueron muy útiles los datos que recolectó en un ensayo comparativo en Villa Mercedes.

 

Esa información fue comparada con las pruebas hechas en otras dos zonas con más potencial productivo, como Manfredi, en Córdoba, y Pergamino en la provincia de Buenos Aires, a lo largo de dos campañas.

 

Con distintos gráficos, Riglos pudo demostrar que la localidad sanluiseña tiene varias desventajas: mayor probabilidad de que haya días con temperaturas superiores a los 35°, pero también más cantidad de días con mínimas bajo cero. Por lo que la amplitud térmica es mucho más grande.

 

Pero al mismo tiempo, la ventana de siembra (el período sin riesgos de heladas) es más chico. Además, los suelos tienen una mayor demanda de milímetros de lluvia, pero los promedios de precipitaciones esperables son más pequeños.

 

Con todo ese combo, pareciera que cultivar en estas zonas es una aventura que exige cada vez más precisión en el manejo de los recursos para poder achicar la brecha que hay entre los rendimientos potenciales de cada especie y los resultados reales que se obtienen en los campos de la provincia.

 

De eso se trató un poco la charla que dio el ingeniero Diego Martínez Álvarez, que es docente de la Universidad Nacional de San Luis. El profesor dio algunos números generales de lo que se obtiene en soja en la región (alrededor de 20 quintales por hectárea) y lo que se podría obtener en condiciones ideales (más de 60).

 

Pero más allá de los rindes, trató de incentivar a los productores a reconocer el enorme potencial que aún tiene la oleaginosa como producto agroindustrial, sobre todo ante la nueva apertura del mercado chino para la harina de soja.

 

Argentina es el tercer productor y exportador de granos, el tercer productor y primer exportador de aceite, de harina y de biodiesel, además es el segundo complejo industrial oleaginoso, resaltó.

 

"Paradójicamente, durante muchos años no hubo interés en controlar o mejorar la composición del grano, debido a que no existe una bonificación por calidad de producción", alertó.

 

Y explicó que mientras han incrementado los rendimientos de la oleaginosa, la cantidad de proteínas que contiene ha disminuido paulatinamente a lo largo de los años, hasta llegar en la campaña 2017/2018 al nivel más bajo de las últimas dos décadas.

 

"Dada la importancia que tiene la calidad del grano, que es nuestro principal 'commodity', deberíamos plantearnos un cambio de paradigma en la producción y comercialización de la soja, alentando al mejoramiento genético para generar granos con nuevas propiedades y características que incrementen su calidad, optimizar el manejo del ambiente según el propósito de la producción y tecnificar a la industria para un adecuado procesamiento del grano, según la calidad requerida por el mercado", instó Martínez Álvarez.

 

 

Tener el control

 

Pero si de mejorar rendimientos se trata, los productores saben que tienen algunos obstáculos que vencer en cada campaña.

 

Jorge Garay se ocupó de hablar de uno: las malezas. Sus efectos son tan importantes para la región semiárida que se estima que la pérdida de producción por la presencia de estas especies problemáticas en los cultivos de maíz y de soja, puede alcanzar hasta el 80%, planteó.

 

Llevó noticias a la reunión, aunque no del todo positivas. Informó que ya está declarada la aparición de una nueva maleza resistente al glifosato, que es conocida como cebadilla criolla. Con esa, ya son 36 los biotipos y 20 las especies que han adquirido algún tipo de rebeldía contra los productos químicos.

 

Por eso, sostuvo que el primer paso para lograr un control sustentable es identificar y reconocer las especies que invaden o pueden invadir al cultivo, para realizar un plan de acción. "Es por esto que el monitoreo constante de lotes es una práctica casi obligatoria que debe ser llevada a cabo por profesionales calificados en la materia", remarcó.

 

Garay recomendó pasar de un modelo que únicamente contemple las aplicaciones de productos a uno que tenga en cuenta un manejo integral del problema. Y recomendó varias prácticas que pueden contribuir a reducir la emergencia de las malezas, como los cultivos de cobertura, la rotación de las especies, el regreso a la labranza de los terrenos, retrasar fechas de siembra, implantar con menor densidad, limpiar las máquinas que se utilicen en los lotes, y optar por herbicidas que tengan un mejor efecto residual. Pero advirtió que no es suficiente con un solo método, sino que lo ideal es combinarlos.

 

La participación de dos ingenieros que forman parte del plantel que asesora a Ser Beef sirvió para mostrar cómo piensa y enfrenta el tema de las malezas una empresa reconocida, que está instalada en la provincia desde hace años.

 

Nicolás Ríos Centeno reveló que a lo largo de los años han recibido una gran cantidad de recomendaciones de caldos y productos para atacar las 72 especies invasoras que han llegado a detectar en sus campos.

 

Por eso, han elaborado una lista con las virtudes y el efecto de cada producto, el costo, las restricciones y la fitotoxicidad. Esa información les sirve como un historial para saber qué aplicar en cada caso, aunque han tenido que hacer sus propias experiencias, probar, equivocarse y volver a intentar.

 

Pero todo eso les permite buscar la mejor herramienta posible para reducir lo que invierten en herbicidas en cada campaña.

 

Una de las prácticas que decidieron implementar desde hace varias temporadas es la de exigir una inspección técnica de pulverizadores a los contratistas, que les garantiza que no ingresen malezas desde otros establecimientos en las máquinas.

 

En ese sentido, las recomendaciones que realizaron las docentes de la UNSL, Silvia Bonivardo y Nora Andrada, apuntaron a también encontrar formas de controlar la aparición de enfermedades, insectos y ácaros sin abusar de los químicos.

 

"Con un manejo integral, los resultados van a ser más lentos y quizás menos visibles, pero más sustentables en el tiempo", planteó Andrada.

 

Nombraron dos tipos principales de patologías, aquellas que son infecciosas y las que no lo son, pero que se producen por la falta o exceso de algún factor, como el agua, el calor o las heladas.

 

Para manejar efectivamente aquellas que son ocasionadas por un patógeno, dijeron que es mejor prevenir un brote cuando está en niveles bajos, en lugar de intentar controlar la enfermedad que ya ha producido daños importantes. El monitoreo de parcelas en todas las etapas del cultivo es importante para detectar síntomas y poder tomar decisiones acertadas.

 

En el caso de los insectos, resaltaron varias especies que pueden ocasionar diferentes tipos de perjuicios a los cultivos, desde aquellos que pueden afectar en la emergencia, en las siembras tempranas como tardías, a aquellos que lo hacen en pleno desarrollo vegetativo o en el desarrollo reproductivo.

 

Belén Bravo y Eduardo Guillín se refirieron a los hongos de la familia Cercospora, que pueden afectar a la soja, y aconsejaron más medidas de manejo para combatirlos, como las rotaciones, y el uso de semillas certificadas y genética más resistente.

 

 

Entre bacterias y hongos

 

Alejandro Petricari llegó desde Concarán para introducir a los productores en un mundo no tan conocido, el del uso de microorganismos para fijar nutrientes de forma biológica en el terreno y los cultivos.

 

"Hay una gran cantidad de organismos en el suelo. Algunos son neutros, es decir que no tienen ningún efecto concreto, otros son patógenos y disminuyen los rendimientos, pero hay algunos que son benéficos y pueden ayudar al crecimiento de las plantas", explicó.

 

Así, sostuvo que en los ambientes en donde hay mayor biodiversidad es más factible que haya especies que contribuyan con los cultivos, principalmente a reducir el estrés que puede provocar la falta de agua o los calores intensos, o a incrementar la fertilidad.

 

Una de las formas de aumentar estos beneficios es la de inocular semillas con determinadas cepas, como las que llevan el nombre científico Bradyrhizobium japonicum.

 

El investigador comparó los resultados de una serie de ensayos realizados a lo largo de 18 años en soja, y demostró que la inoculación ayuda a fijar el nitrógeno y a aumentar los rendimientos.

 

Un estudio similar realizan Paula Hurtado y Claudia Terenti, pero basado en el hongo denominado Trichoderma spp, que funciona como un controlador biológico y ayuda a frenar el avance de patógenos, tiene un efecto estimulante sobre los cultivos, contribuye a fortalecer a la planta y compite con otros microorganismos que puedan ser dañinos para ella.

 

El año pasado realizaron un ensayo en el que intentaron averiguar si había cambios en las cosechas al tratar semillas con esta especie. Aunque todavía no cuentan con resultados concretos, aseguraron que cada vez hay más necesidad de una agricultura sustentable.

 

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