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José Ángel Ferreyra es el "cieguito" de la playa

Un accidente laboral le provocó una ceguera total. Con un método simple y eficaz se maneja de manera asombrosa en sus tareas. Tiene dos hijas con graves problemas de salud.

Por Johnny Díaz
| 21 de abril de 2019
Historia de perseverancia. Desde hace 17 años, José Ángel quedó ciego. Es el único sostén económico de su familia. Fotos: Marianela Sánchez.

Hola Juan, ¿cómo estás? ¿Cómo anda la familia? Hola Fabio, ¿todo bien? Dale... pasá amigo, dejalo donde quieras. Así comienza la jornada de José Ángel Ferreyra, un no vidente que maneja con total maestría la playa de estacionamiento "El Ángel", ubicada en General Paz, pasando 9 de Julio.

 

Y sigue: "Ese que acaba de entrar es un boliviano... un muy buen cliente que siempre paga con 50 pesos y me deja el vuelto, hace 17 años que es mi cliente". Ingresa otro vehículo y dice: "Ese es un abogado amigo, ya verá que me dice que la patente de su auto es 256, pero en realidad en 526. Y ese otro que acaba de ingresar es patente 009, otro viejo cliente de la playa", amplía con total seguridad.

 

Y no está equivocado en nada. Todo lo que manifiesta se ve reflejado en su playa. José Ángel emplea un método simple y sencillo: el reloj de un viejo celular Nokia. Y se apoya en dos pequeños anotadores bien asegurados a una pequeña madera, uno blanco y otro celeste. 

 

Cuando ingresa un vehículo aprieta la tecla y el reloj le dice la hora, el dedo índice de su mano izquierda va guiando la birome donde anota -con irregular alineación- la hora de entrada y la patente alfanumérica y repite el método en el otro anotador. Al cliente le da el celeste. ¿Por qué los colores?, fue la obligada pregunta. "No sé, me los regaló un amigo, para mí los colores no existen, son un hermoso recuerdo", dice y  suelta la primera sonrisa de la mañana como para romper el hielo.

 

José Ángel era un trabajador de una empresa de maquinarias pesadas en avenida Lafinur y la colectora paralela a la avenida Santos Ortiz, y un lejano día, se cortó el cable de acero de una grúa que le apretó el pecho contra una casilla rodante. 

 

 

Con enorme esfuerzo logró levantar la pequeña mole y zafar del incómodo lugar. Un rato después, caminando se dirigió a la zona del shopping donde estaban las oficinas de la empresa. "Ya no veía casi nada, iba perdiendo la vista de a poco, mis ojos estaban inyectados de sangre, me sentí morir. Sufrí desprendimiento de retina bilateral", recuerda. 

 

Esto que cuenta el playero ocurrió hace 17 años. Hoy se maneja como puede en un trabajo sumamente difícil para una persona no vidente.

 

"Estoy acá porque tengo una familia que mantener, mi señora María Luisa Romero, y mis hijas Yamila Alejandra de 20 años y Fernanda del Valle de 21. Me encontraba en una encrucijada muy grande: sin trabajo, ciego y con muy pocos recursos económicos y apareció esto, lo de la playa", agrega.

 

"Me dieron trabajo en la playa de estacionamiento del Poder Judicial y por un comodato que me hicieron comencé a trabajar acá, donde usted me ve", señala con una sonrisa.

 

"Los dueños de esta propiedad son dos hermanos y viven en Mendoza, pero ahora no quieren reconocer ese comodato, no es nuevo, en otra oportunidad llegamos a un acuerdo y comencé a pagarles el alquiler y después que armé como pude toda esta estructura me quieren echar", puntualiza.

 

Relata que la playa tiene entre 70 y 80 años de antigüedad, la casa -según dicen- fue propiedad de un ex militar o de alguien relacionado con las fuerzas militares de aquella época y los hermanos lograron ser dueños mediante una posesión judicial. 

 

"Me di maña como pude y fui haciendo pozos y colocando postes, las media sombra, las chapas de zinc, el portón, hice paredes con cimientos y un pequeño baño de uso personal. Como pude la mejoré bastante, hoy es lo que hay y estoy orgulloso de mi trabajo", sostiene con firmeza. 

 

El no vidente agrega que nunca había trabajado en una playa, que pocas personas lo ayudaron y que a todos los que trabajaron con él  les pagó por las tareas realizadas. 

 

Cuenta que su padre, el chaqueño José María Ferreyra, se fue a Tucumán a trabajar en la zafra azucarera, donde conoció a su madre, Bienvenida Pilar Blanco, una aborigen nacida en unas tolderías de Catamarca, y nunca más se separaron. 

 

"Mi padre tenía las piernas llenas de cicatrices producto del trabajo zafrero, y mi madre decidieron radicarse en Recreo, Catamarca, donde había una reserva indígena. La familia materna nunca aceptó que mi madre se hubiera unido a un extraño, que se hubiera metido en su comunidad y que midiera más de dos metros", añade.

 

Puntualiza que su padre se tuvo que ir de Catamarca a Córdoba por esa diferencia ancestral que había y no pudo reconocer a su primera hija, María del Valle Blanco. Pero con el tiempo, se reencontraron y se volvieron a unir.

 

Él nació arriba de un colectivo en la ciudad de Córdoba el 25 de mayo de 1961, pero su padre lo anotó el 29 del mismo mes. "La ayudó en el parto mi tío Américo Blanco, que era el chofer, las contracciones fueron más frecuentes y no di tiempo de llegar a la Asistencia Pública".  

 

Hoy con 58 años asegura que su trabajo en la playa pasa mucho por la honestidad de quienes quieren dejar sus autos. "Todos los días me encomiendo a Dios para que nada me pase y que ayude a mi familia, cobro 30 pesos la hora, me las arreglo para dar el vuelto, en otras, cobran hasta 60 pesos y no hay fracción. Lo que hay es desigualdad", aprovecha a cuestionar sobre la amplia competencia.

 

"Mis clientes me pasan el número de patente o el nombre, a otros que tienen autos más antiguos, les conozco el ruido del motor. Además qué le van a robar a un ciego, 30 pesos hoy día no es plata", manifiesta entre risas. 

 

"Mi abuela tiene un campo de más de 20 mil hectáreas que maneja uno de mis hermanos. Yo no quiero nada de ellos, mi hermano piensa que lo quiero perjudicar y yo jamás le pedí nada, siempre me las arreglé solo, de lo que ellos tienen no me interesa nada, y nada les debo", expone sobre las diferencias familiares. 

 

Pese a haber nacido en "La Docta", José Ángel se considera puntano por adopción. "Quiero mucho a la gente de San Luis, me han demostrado muchas cosas sobre todo amabilidad, honestidad y no son sectarios". 

 

Hizo todo el secundario en el colegio "Marcelo Tomás de Alvear" en Córdoba de la mano de una familia sustituta. Había quedado huérfano a los 12 años, cuando su madre fue a dar a luz a su hermana Mariela, que a los 47 años había perdido por meningitis a gemelas y a otro bebé.

 

"Mi madre no podía tener más hijos, pero no escuchó a los médicos y murió", expresa con un dejo de nostalgia. Los Ferreyra vivieron bajo la tutela de su padre José María por un par de años. En ese tiempo, sus hermanos menores Ceferino del Valle y Daniel vivían muy solos porque su padre salía a trabajar las 5 de la mañana y volvía al atardecer. "Dos años después de la muerte de mi madre se fue mi padre y me hice cargo de mis hermanos", añade.

 

José Ángel consiguió trabajo en una carpintería y también salía a "cirujear". Nunca se quedó en la casa, era muy "buscavida" y sabía que había que mantener a sus pequeños hermanos. La situación se había puesto caótica para los menores hasta que fueron adoptados. 

 

Pasó a trabajar de custodio personal de varios personajes cordobeses y en algunos casos, nacionales. En una oportunidad, se trasladó a La Rioja y por tres años fue custodio de Rogelio De Leonardi, el líder de Ctera por aquellos años. "No quiero recordar esa etapa de mi vida, siempre fui maltratado en mi trabajo, pese a que les cuidamos la vida y sus bienes, a los custodios nos tratan mal, como si fuéramos animales y se olvidan que nosotros también tenemos una familia que nos espera", se apura en decir.

 

"Practiqué muchas artes marciales, la que más me gustaba era el Tai-Chi y estuve ranqueado entre los tres primeros con competencias en Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia, pero cuando estuve trabajando en La Rioja, me robaron hasta la catana", recuerda. 

 

"Espero que alguien entienda y comprenda mi problema ‑agrega‑. Solo aspiro a seguir trabajando hasta que mi madre me llame del cielo, no quiero ser una carga para nadie, tengo a mis hijas con graves problemas de salud. La más chica (Yamila Alejandra) fue operada tres veces de sus ojos por desprendimiento de retina y le cambiaron el cristalino. La mayor (Fernanda del Valle) tiene un retraso madurativo. Es una vida muy dura y ninguna puede trabajar, parecería que va por mi mismo camino por eso soy el único que trabaja en mi casa".

 

De su tío "El Malevo" Ferreyra (NdR: símbolo de la represión en Tucumán) no quiere hablar al igual que de su paso por las fuerzas de seguridad. Solo dice que su padre y su tío eran muy difíciles de llevar o de entender, muy complicados y que nunca se les caía el arma de la cintura, pese a que uno vivía en Córdoba y el otro en Tucumán.

 

El no vidente anticipa que su aspiración es seguir trabajando "en esto que sé hacer; sería diferente si no estuviera ciego". 

 

En la entrada de la playa se van sucediendo los clientes. Una señora deja su auto y Ángel le hace una respetuosa broma sobre el clima, otro abogado le dice "el mío es el 744". "Ya lo sé doctor", contesta él. Ingresa un cuarto auto y Ángel pregunta "¿todo bien doctor?, ¿su hijo Santiaguito en la escuela?". 

 

El hombre le contesta con un seguro "sí...sí... todo bien". Todo tan simple y solo había escuchado el sonido del motor del auto en cuestión. Todo con precisión asombrosa. 

 

Camina dentro de la cochera golpeando -a modo de guía invisible- su bastón de rústica madera los techos de la playa. Nunca tropezó o erró un paso y apunta como si pudiera ver a un viejo Pimiento. "Ese árbol tiene más de 220 años, me lo dijeron funcionarios del Gobierno que vivieron a verlo, dicen que es histórico", cuenta con sabiduría 

 

José Ángel sorprende por su eficacia, seguridad y su singular manera de trabajar. El "cieguito" de la playa tiene sus ojos totalmente perdidos, inmersos en la oscuridad absoluta. 

 

Vive en un mundo de donde no se regresa, pero a su modo es inmensamente feliz. Solo busca la tranquilidad del hogar, ese que ahora le quieren quitar.

 

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