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Felipe, un puntano que mantiene intacta su pasión por la peluquería

Todavía conserva las sillas antiguas y los utensilios de aquella época. Hoy lo hace como hobby.

Por Ayelen Anzulovich
| 09 de septiembre de 2019
Cariño. Felipe muestra con orgullo el interior de lo que quedó de su peluquería. Hoy solo lo hace por hobby y atiende a los amigos y familia. Fotos: Marianela Sánchez - Video: Marina Balbo.

Al entrar a la casa de Felipe De Pascuale (77), se puede percibir el amor y pasión que todavía siente por la peluquería. Un oficio que descubrió a los 12 años y que practicó por más de 60. Tan así es que conserva, no solo las sillas antiguas, sino que también los utensilios de aquella época. Sus manos, un poco más avejentadas, no perdieron la sabiduría y el rigor con el que se debe usar una cuchilla. Hoy sus clientes son sus hijos, nietos y amigos.

 

Por la puerta de la cocina, Felipe tiene paso directo a lo que era su peluquería y no hay mañana que no visite el lugar, que hasta hoy mantiene intacto. Parado al costado de un espejo, abrió un cajón y sacó una máquina antigua de barbería. Con una gran sonrisa comentó que esa fue una de las primeras que se compró y que en ese entonces los cortes se realizaban a mano. Paso seguido se sentó y recordó cómo fue que se enamoró de este oficio.

 

“Mi padre, Paulino, tenía una quinta de verduras en la esquina del policlínico. Por las mañanas atábamos el caballo al sulky y lo llevaba por las calles de tierra al mercado central, ubicado en el Paseo del Padre. Allí tenía un puesto y vendía lo que cosechaba”, contó el puntano, quien precisó que en ese entonces le dijo que tenía que aprender una profesión y fue así que llegó a la peluquería de Carmelo.

 

"Con la peluquería no fui millonario, pero pude tener mi familia, criar a mis hijos y construir mi propia casa", Felipe De Pascuale.

 

Con un poco de nostalgia manifestó que el local estaba en la calle 9 de Julio y Caseros. “Todos los días después de la escuela iba al negocio. Tenía 12 años y solo miraba cómo cortaba. Él me explicaba y yo le alcanzaba los utensilios. Así estuve dos años, hasta que me dijo que estaba listo para emprender mi camino en otro lado”, precisó Felipe, con los ojos vidriosos y rememoró una anécdota.

 

“Adentro de un cajón puso una lata de metal y me dijo que cuando apenas se levantara un cliente le pase el cepillo por la ropa y por el sombrero. Cumplí a rajatabla con lo indicado. Los hombres pagaban y el vuelto se lo dejaban al 'pibe', que era yo. Los días sábados la abríamos y nos encontrábamos con unos cuantos pesos. Me alcanzaba para ir al cine, comprarme una camisa y ayudar en casa”, detalló emocionado.

 

 

Los primeros clientes del puntano fueron sus hermanos, pero la prueba más difícil que le tocó sortear fue su papá. “Por suerte quedó conforme. Todo una prueba para mí”, dijo con una sonrisa pícara y detalló que en esa época se hacía “el completo”, que incluía barba y corte de cabello. “Los muchachos no salían al cine si no se sacaban la pelusa del cuello”.

 

Luego de hacer sus primeras pruebas, Felipe consiguió trabajo en lo de Francisco Cangiano, su local estaba en Colón y Pedernera. “Había mucho trabajo. Ahí estuve desde los 14 años hasta los 20, que me llegó el momento de hacer el servicio militar en Puerto Belgrano, en Bahía Blanca”, dijo.

 

Al enterarse de su nuevo destino armó su valija y partió con la esperanza de seguir con su vocación. Un tiempo después terminó cortándoles el cabello a los oficiales. “Al principio estuve en cubierta, salíamos a navegar y aprendimos tiro. Anduve en el crucero General Belgrano, que un tiempo después lo hundieron los ingleses. Luego se dieron cuenta de que era peluquero y me mandaron a realizar esa tarea”, manifestó el menor de diez hermanos, quien después de seis meses regresó a San Luis, porque su padre le consiguió la baja.

 

“Cuando se enteraron, los capitanes no querían saber nada. Ellos querían que me quedara y me iban a nombrar cabo primero para que tenga mi propio salón, pero tenía que volver a ayudar a mi familia”, contó Felipe, que con su mano se acomodó su cabellera blanca, que denota el paso del tiempo.

 

Para su sorpresa en la peluquería de Cangiano, todavía conservaba su puesto de trabajo. “Retomé mi rutina y todo volvió a ser como antes. A los 25 años me casé con mi actual señora y ya hace 54 años que estamos juntos. Tuvimos tres hijos y cuatro nietos”, comentó el puntano y precisó que un tiempo después pudo instalar su propio local. “Mi papá me ayudó a comprar el sillón y mandó a pedir las navajas. De a poco armé mi negocio”, acentuó. Expresó que en los años '70 el corte de cabello costaba 15 pesos y que también atendía a domicilio. “Si trabajabas bien los clientes siempre dejaban propina y con eso hacíamos una diferencia”, destacó.

 

Sentado en el sillón, por donde pasaron cientos de clientes, familiares y amigos, Felipe conmovido resaltó que “con la peluquería no fui millonario, pero pude tener una familia, criar a mis hijos, construir mi casa y salir adelante. Sin dudas lo elegiría una y mil veces más”, concluyó.

 

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