Murió Maradona, falleció mi infancia

De pibe quería ser como él, un gran futbolista. Pero lo más cerca que estuve de tenerlo fue en el álbum de figuritas y verlo en algunos partidos por la televisión. Maradona era el recuerdo de la casa de los Martínez Díaz, en Florida, donde nos reuníamos con mi familia. Eran los vinilos de los “Abuelos de la Nada” de Miguel, el “barrilete cósmico”. Era la alegría.

Festejar por la Panamericana y una vuelta rutinaria de 10 minutos, transformarse en una hora. Con los colores celeste y blanco. Ese Fiat 147 anaranjado-rojizo dio la vuelta olímpica a su manera.

Maradona era Maradona. Dentro de la cancha, porque no me interesaban los noticieros ni las revistas. Maradona era el pibe melenudo de remera celeste y blanca que nos dio una alegría. Porque pensábamos que después del '86 íbamos a ganar cientos de Mundiales. Y aún estamos esperando.

Todos nos confundimos, todos nos equivocamos. No hay que ser jueces de la vida ajena, hay que ser jueces de nuestra propia vida, de nuestros propios valores.

Porque en el fondo Maradona era “Pelusa”.

Hasta siempre, barrilete.