23°SAN LUIS - Viernes 26 de Abril de 2024

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Querida Raquel

El humor de Raquel Weinstock siempre fue especial, como su lucidez. Ácida e insultadora compulsiva, era muy directa para decir las cosas y no escatimaba adjetivos para ser determinante al dar sus opiniones. Esa característica incomodaba a quienes no la conocían y generaba sonrisas escondidas entre quienes sabíamos exactamente lo que quería significar.

 

Durante mucho tiempo supe de ella solo de nombre, por su trabajo como comunicadora. La conocí personalmente cuando comandaba un breve grupo de incipientes periodistas que hacían La Revista de El Diario de San Luis. Fumaba, discutía, se reía y volvía a discutir. Le gustaban las palabras, las decía, las regalaba, las desnudaba y las escribía. Muchas veces desde el dolor, otras veces desde la esperanza y siempre desde lo más íntimo de su alma.

 

Esa salud, que siempre le jugó en contra a su cuerpo, no afectó nunca su intelecto. Le gustaba leer e investigar, casi tanto como el calor. Más de una vez insultó el frío que aparecía en mayo en la ciudad y escapaba, literalmente, buscando calor y sol. En su casa de Potrero de los Funes, fuente de inspiración, disfrutaba de ese sol tanto como de las tertulias musicales que en los últimos meses había instaurado junto a un apreciado grupo de amigas y amigos que la acompañaban todos los fines de semana.

 

Rayza y Damián, sus hijos, fueron sus pilares, su todo, los mismos que se mantuvieron inmóviles junto a ella durante los últimos días. Muchas veces hicimos un parate en nuestros diálogos laborales para hablar de esa manera de maternar en la que muchas veces coincidíamos. Siempre agradeció a la vida por ellos.

 

También compartíamos la música francesa y por redes sociales nos "pasábamos" canciones. Indefectiblemente nos mencionábamos cada vez que encontrábamos nuevas versiones. Así como paseos virtuales por Barcelona, una ciudad que extrañaba. Como el mar, siempre el mar.

 

Disfrutamos de tres años de trabajo en La Opinión, donde fue columnista hasta el final. Nunca incumplió, nunca se quejó de tener que adelantar notas para adecuarse a nuestros tiempos, nada la frenó. Y hasta pedía consejos de cómo decir las cosas, como si los necesitara. Hablaba con poesía, escribía desde la nostalgia, le dolía el dolor de los demás. Su prosa nos sorprendía todas las semanas.

 

Siempre estaba en los actos y festejos de El Diario de la República, porque era de la familia. Fue en diciembre a la ceremonia de los Destacados y a nuestra fiesta de fin de año. Como siempre, tomaba de la mano a su interlocutor y charlaba un poco.

 

Así estuvimos un rato.

 

Muchas veces me dijo "te quiero, querida". Y por eso la tristeza de hoy. Porque más allá de la escritora, la comunicadora, la mujer que luchaba por los derechos de mujeres y personas con discapacidad, se murió la querida Raquel.
 

 

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