Hernán Silva
Jefe de Noticias de El Diario de la República
Villa Fiorito y Brooklyn, unidas por el mismo fuego
Las historias profesionales de Michael Jordan y Diego Maradona tienen varios paralelismos. Los dos son considerados por muchos como los mejores jugadores de la historia en sus respectivos deportes, regalaron jugadas de una belleza sublime y sus carreras coincidieron bastante en lo cronológico (brillaron durante la década del ochenta y los noventa). Pero hay otro punto que los vincula, y quizá sea el más importante y esencial. El enorme talento que traían desde la cuna terminó de forjarse al calor de la agresividad con la que eran tratados en la cancha, en tiempos en los que los árbitros eran mucho más permisivos con el juego violento.
"The last dance" ("El último baile"), la serie recientemente estrenada por Netflix, refleja cómo el símbolo de los Chicago Bulls antes de alcanzar la cima tuvo un desafío muy exigente cuando debió enfrentar a los Detroit Pistons, apodados, con toda justicia, "Bad Boys" ("Chicos malos"). Este equipo de la NBA se caracterizaba por jugar al filo del reglamento o traspasar sus límites sin el menor remordimiento. Con talento, pero también con un interminable arsenal de artimañas para someter e intimidar a sus adversarios, se las arreglaron para eliminar en tres ocasiones a los Chicago Bulls en la postemporada en la Conferencia Este y coronarse dos veces en la mejor liga de básquet del mundo.
El "Gusano" Dennis Rodman, quien en ese momento defendía la camiseta de Detroit y pocos años después descolgaría rebotes compartiendo equipo con el fenómeno de Brooklyn, admitió que quien forjó su carrera en Carolina del Norte realizó un esfuerzo sobrehumano para soportar todos los golpes, codazos y empujones que le propinaban. Los mismos jugadores de los Pistons se ufanaban de su fama de “sucios” y declaraban a los cuatro vientos: "Podíamos perder el partido, pero no la pelea".
Este castigo trae reminiscencias de las incontables patadas que tuvo que esquivar nuestro fenómeno de Villa Fiorito. Tras su paso por el fútbol argentino, cuando recaló en el Barcelona sintió como nadie el rigor en una liga española salvaje en la que en casi todos los cotejos le hacían infracciones que tenían el potencial de lesionarlo. No es una coincidencia que la única fractura que sufrió en su carrera se diera en su período en la península ibérica, en un partido contra el Athletic de Bilbao disputado en septiembre de 1983.
Ni siquiera los Mundiales le garantizaban tranquilidad a Diego para desplegar su juego. En España 82, por ejemplo, padeció una verdadera cacería humana protagonizada por el italiano Claudio Gentile, quien le cometió más de veinte infracciones fuertes. “El fútbol no es para bailarinas”, dijo con absoluta impunidad el europeo tras el partido, que terminó con una derrota para la Selección Argentina.
Pero tanto Jordan como Maradona usaron esta violencia y la convirtieron en combustible para incrementar su competitividad. Los Bulls finalmente arrasaron a los Pistons en la temporada de 1991 con una serie que terminó 4 a 0, lo que marcaba el inicio de una nueva era en la NBA. El juego sucio había sido una lección, un desafío para seguir mejorando. "No habríamos ganado seis títulos sin sufrir antes con Detroit", reconoció Jordan. Maradona comenzó México 86 como había finalizado el Mundial anterior: con una lluvia de golpes procedentes de todos los ángulos. Esta vez los que se turnaban para pegarle eran los jugadores de Corea del Sur. Sin embargo, las patadas nunca lograron frustrarlo ni desviarlo de su eje. Con un altísimo nivel de concentración e inspiración, el torneo marcó el pináculo en su carrera.
Villa Fiorito y Brooklyn, unidas por el mismo fuego.


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