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Un virus que se ensaña con los escépticos

Los libros y los manuales de medicina del futuro tendrán la tarea de hacer el balance científico preciso sobre el coronavirus y su impacto. Pero de algo podemos estar seguros: a la cepa COVID-19 no le gusta pasar desapercibida y tiene una gran habilidad para atacar a los escépticos. Aquellos que subestimaron, minimizaron o desconocieron la peligrosidad de la patología son los que más han sufrido con su expansión.

 

Uno de los primeros ejemplos corresponde a Boris Johnson. Los propios medios ingleses subrayan que el primer ministro británico no solo ignoró las primeras señales de alerta cuando el virus se esparcía, sino que no preparó al sistema público de salud de su país para enfrentar la pandemia. El dirigente era uno de los principales defensores de la “Herd immunity” (inmunidad de la manada), una estrategia sanitaria arriesgada que busca generar defensas en la población a través del contacto directo con el microorganismo.

 

Minimizó la amenaza del coronavirus y eso se tradujo en que el confinamiento fue implementado de manera tardía. Pero la patología no le hizo precio a esta subestimación. Las islas son la región más golpeada de Europa, con el mayor número de casos y de fallecidos (307 mil y 43 mil, respectivamente). En una vuelta irónica del destino, el mismo Johnson enfermó de COVID-19 a principios de abril y pasó tres noches internado. 

 

Estados Unidos manifestó un escenario similar. Donald Trump relativizó al principio el riesgo del virus, al que consideraba como una simple gripe que se iba a desvanecer durante los meses más calurosos. Sus proyecciones no fueron acompañadas por las cifras. El país del norte es el primero del ranking por número de contagios (2.300.000) y muertos (121 mil). Especialistas de la salud, incluso los que trabajan para el gobierno, coinciden en que las medidas más rigurosas deberían haberse aplicado antes.

 

Quizá el caso más emblemático de negacionismo, al menos en referencia a líderes políticos, sea el de Jair Bolsonaro. Obstinado en su ideología de no alterar la marcha de la economía por la pandemia ni un milímetro, el presidente brasilero ha repetido hasta el cansancio en sus encuentros públicos que el coronavirus no es más que una “gripecita” y que todos los ciudadanos deben seguir una vida normal.

 

La realidad le pegó una cachetada. Brasil es el segundo país más afectado del mundo por la pandemia y contabiliza más de un millón de casos y 52 mil muertos. Además, esta semana un juez federal de Brasilia ordenó que el primer mandatario utilice barbijo cada vez que deba presentarse en público en esa ciudad. 

 

El ejemplo más reciente sobre cómo el coronavirus busca y castiga a los que ignoran su poder de infección es el de Novak Djokovic. El tenista serbio, número uno del mundo, había organizado el Adria Tour, un torneo con fines benéficos en varias naciones de los Balcanes en el que hubo fiestas y el distanciamiento social brilló por su ausencia.

 

El resultado: Djokovic, su esposa y varios tenistas top del circuito de la ATP ahora están enfermos con coronavirus. “Desafortunadamente, este virus todavía está presente, y es una nueva realidad que todavía estamos aprendiendo a enfrentar y vivir”, señaló el deportista en un comunicado.

 

El coronavirus no perdona y se ensaña con los escépticos.

 

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