10°SAN LUIS - Martes 16 de Abril de 2024

10°SAN LUIS - Martes 16 de Abril de 2024

EN VIVO

Cerebros rosas y azules: un mito que apoya estereotipos

Un nuevo paradigma habla de mentes construidas con base en la experiencia y no por el sexo de sus dueños.

Por Raquel Wolansky
| 04 de julio de 2021
"El concepto de cerebros en mosaico rompe con la idea de la complementariedad. Cada persona es única", Florencia Labombarda, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora adjunta del Conicet. Foto: ilustración.

Hace apenas dos siglos, la ciencia empuñaba orgullosamente la teoría de que las mujeres tenían un cerebro inferior, con todo lo que eso nos significó. Luego, hace menos de 100 años, un nuevo paradigma empieza a valorarnos cognitivamente y comienzan a hablar de los cerebros binarios, proclamando que los cerebros de los hombres tienen mayores habilidades innatas para la vida pública y la conquista del mundo, y que —en complementariedad— las mujeres tenían más desarrolladas las habilidades emocionales y para los cuidados. Pero este no fue más que otro paradigma desarrollado por hombres para, de esta manera, perpetuar y legitimar los estereotipos de género.

 

Con la incursión cada vez mayor de las mujeres en la ciencia, se empiezan a conocer otras miradas, quizás más cercanas a la realidad y que hacen tambalear todas las anteriores interpretaciones sexistas. Es justamente un grupo de científicas que a principios del siglo XXI presenta una investigación que revolucionó todas las bases de la neurociencia y que indica, con base en numerosos experimentos, que los cerebros del Homo Sapiens no vienen en dos versiones distintas según su sexo, sino que en realidad en "mosaicos".

 

Sobre esta disruptiva teoría y la posibilidad de un mundo más equitativo, entrevistamos a Florencia Labombarda, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora adjunta del Conicet, quien ha profundizado sus estudios en neurosexismo y el "sexo del cerebro".

 

—Estos paradigmas que va sosteniendo la ciencia a través de los siglos ¿se vinculan, de alguna manera, al momento histórico que representaban?

 

—Claro. La craneometría, por ejemplo, es propia del siglo XIX, cuando se pensaba que la mujer era inferior al varón por tener un cerebro más pequeño. Por eso no podían asistir a las universidades y no eran consideradas ciudadanas con los mismos derechos que el varón.

 

Ya en el siglo XX, a la mujer no se la considera inferior, sino complementaria al varón. Se establece que los cerebros son distintos desde el punto de vista anatómico y funcional y, por lo tanto, las capacidades son distintas. Y en esta división de roles, el cerebro de la mujer es mejor para el manejo de la emoción y la capacidad verbal, lo que la ubica inmediatamente como cuidadora, madre y esposa. Mientras que los varones tienen cerebros más analíticos y mejores capacidades visoespaciales y, por ende, pueden modificar y dirigir el mundo.

 

—¿Parte de estos estereotipos tiene que ver con el escaso acceso de las mujeres a la ciencia?

 

—Sin duda que sí, porque desde la biología del siglo XX se consideraba el cerebro del varón con mejores capacidades matemáticas, más potencia de cálculo y mayor poder analítico, todas cualidades que la gente relaciona con la actividad científica. A las mujeres se las relaciona con las tareas de cuidado, no con la actividad científica; a lo sumo estudian medicina, que implica cuidar a otros.

 

—¿De qué hablamos cuando hablamos de un cerebro celeste o de un cerebro rosa? ¿Cuál es el mensaje que hay detrás de estas posturas?

 

—Se refiere a que hombres y mujeres tienen características cerebrales distintas que son innatas. Desde el desarrollo las hormonas moldean los cerebros de manera distinta, generando dos cerebros completamente diferentes desde el punto de vista anatómico y funcional. Hay dos sexos que producen dos géneros: mujer y varón. Como si el ser humano viniera en dos versiones diferentes. Estos cerebros distintos tendrán comportamientos diferentes, por lo que cada uno es bueno para un determinado rol en la sociedad. Por supuesto que el de ellos es tomar decisiones y gobernarla y el nuestro, cuidar de quienes toman decisiones.

 

—¿Cuándo y quiénes empiezan a hablar de cerebros en mosaicos y qué es lo que este paradigma plantea?

 

—Empiezan con la idea Daphna Joel, Gina Rippon y Cordelia Fine, un grupo de científicas feministas. Este nuevo paradigma sostiene que en realidad no existen cerebros rosas y azules, sino que el cerebro humano es una especie de mosaico, es decir, algunas partes corresponden a lo que diríamos que es el prototipo de cerebro masculino, otras al prototipo de cerebro femenino y otras no corresponden a ninguno de los dos. Cada persona tendría su cerebro particular. Y esto ocurre porque el cerebro cuando nacemos no está terminado y tiene la capacidad de cambiar con la experiencia, con lo que cada uno va haciendo de su vida. Por lo tanto, el cerebro nos dice más de las experiencias que ha vivido que del sexo de su dueño.

 

—¿En qué consistió la investigación de las científicas?

 

—En el trabajo se midió el volumen de la sustancia gris de distintas cortezas cerebrales en miles de hombres y mujeres. Encontraron que el 92% de las personas tenían cerebros con partes que correspondían al prototipo del cerebro masculino y también tenían muchas partes que correspondían al prototipo de cerebro femenino, es decir que el cerebro de cada persona era una mezcla de partes femeninas y masculinas; a esto lo llamaron cerebro en mosaico. Solamente el 8% era cerebro puro, masculino o femenino.

 

—¿Cómo vinculás la idea del paso de cerebros complementarios a en mosaicos y los cambios que se están dando en la búsqueda de una sociedad más inclusiva e igualitaria?

 

—La idea de complementariedad es tramposa. Implica que cada género tiene un rol determinado y generalmente a nosotras nos toca jugar en toda la cancha: trabajamos, cuidamos de los hijos y nos ocupamos de qué se cena a la noche. No es parte de las cualidades innatas de las mujeres saber cuidar a los hijos y limpiar el baño. El concepto de cerebros en mosaico rompe con la idea de la complementariedad. Cada persona es única y su género no le adjudica inmediatamente un rol en la sociedad ni en la pareja. Creo que, sin dudas, ese es el camino para una sociedad más inclusiva e igualitaria: considerar un cerebro sin género.

 

LA MEJOR OPCIÓN PARA VER NUESTROS CONTENIDOS
Suscribite a El Diario de la República y tendrás acceso primero y mejor para leer online el PDF de cada edición papel del diario, a nuestros suplementos y a los clasificados web sin moverte de tu casa

Suscribite a El Diario y tendrás acceso a la versión digital de todos nuestros productos y contenido exclusivo