"¿Por qué horroriza tanto la palabra puto?"
La dramaturga uruguaya lanzó su primera novela, "Irse yendo", en Argentina. Un mapeo de la sociedad cruzando el charco que se construyó a base de chismes y las historias de las tías.
Al sereno Manuel Domínguez le pareció extraño que la puerta de la vivienda ubicada en Balcarce 384 estuviera entreabierta. Entró y encontró tirada en el suelo a una mujer. Estaba muerta y un bebé, quien sería su hijo, intentaba alimentarse de su pecho. El pequeño sería trasladado por la Policía a la Casa de Niños Expósitos. Era el 17 de marzo de 1871 y la fiebre amarilla atacaba Buenos Aires.
La historia verídica de esa madre y su hijo es la que retrató el pintor uruguayo Juan Manuel Blanes en óleo sobre una tela de 2,30 por 1,80. La bautizó como “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires” y está en el Museo de Artes Visuales de Montevideo. Fue esta pieza la que conmovió a una joven Leonor Courtoisie en una de sus tantas visitas al centro de la mano de su tía, una mujer a quien describió como creyente y que oficiaba el rol de madrina, aunque Leonor no esté bautizada ni profese el catolicismo.
A partir de allí, la artista uruguaya vería cada uno de sus escritos, dramaturgia o novela como un ensamblaje de una muestra en un museo. En lo visual encuentra la forma de estructurar la literatura.
—Tu primera novela, “Irse yendo”, se lanzó en Argentina. ¿Qué representa esto para vos?
—Estoy muy agradecida y para mí era algo impensado, porque estoy en una editorial de Uruguay desde hace diez años, pero no todos los libros que se editan dentro del sello se imprimen también en Argentina. La verdad que no lo esperaba.
—¿A qué crees que se debe?
—Acá, me imagino que allá debe pasar muchísimo, las provincias son muchísimos mundos y hay una diversidad impresionante, pero la potencia cultural que tiene Buenos Aires y el ida y vuelta han influido enormemente en mi educación mental y cultural. Yo crecí acá y no existe la televisión uruguaya, siempre se mira televisión argentina. El primer contacto cultural lo tuve en los '90, con los programas de allá. Por otro lado, estudié en Buenos Aires en 2015 Dirección de Teatro y Artes Escénicas, así que es parte de mi formación como artista.
—¿“Irse yendo” es un análisis de la sociedad uruguaya?
—Es más un mapeo o una crónica de lo que es la sociedad uruguaya, su vínculo con Argentina y de algo que escuché por primera vez en Buenos Aires, sobre que no se bancaban la falsa humildad uruguaya. Me causó mucha gracia, pero hay algo de esa humildad y de la representación que tenemos afuera de que vamos con la cabeza gacha y tenemos una cierta buena onda. En estas observaciones me di cuenta que hay un mundo de lo no dicho que expreso en el libro.
—¿Cómo fue el paso de la dramaturgia a la novela?
—Yo no limito mucho las fronteras entre géneros. El paso a la novela fue algo natural, no me propuse “ahora tengo que escribir una novela”, sino que ya estaba escrita, la encontré. Esa práctica de la escritura constante no la estaba generando; en general los proyectos personales no los delimito de antemano sobre qué van a ser, en un momento eso emerge.
—Hay mucho de tu intimidad y la de tu familia en el libro. ¿Lo escribiste con intención de ser publicado?
—Empecé a escribir sin pensar en la posibilidad de publicar. En Montevideo, que no es Uruguay, la posibilidad de publicar hasta hace unos años antes del progresismo para gente como yo, mujeres jóvenes, era muy improbable, casi nula. Antes eran pocas las que decidían hacerlo. Yo no soy una persona que se difunde con el arte diciendo qué va a hacer; yo hago y en el hacer no me pregunto si va a ser publicado o no. Ahora, en el momento de decidir que esto se publique, sí me hice preguntas sobre la intimidad, los relatos familiares y muchas cosas. Hay un cuidado sobre eso, más allá de que no es extremo, y hay un proceso de edición al momento de tomar la decisión de publicar que llevó por lo menos un año y medio. Ahí aparecieron las preguntas de qué pasa con la intimidad en la esfera pública, si se ponen ciertas escenas o situaciones narrativas, pero me parece que eso es parte del día a día; hay algo de la realidad en la narración cotidiana y los chusmeríos que muchas veces se dejan de lado, como si fuera algo menor, pero son parte de la tradición y de la cultura del arte y de cómo nos formamos. En definitiva, así aprendemos a contar historias y más que nada de las mujeres, rodeadas de tías que te cuentan lo que le pasó a tal o cual. En esa oralidad este libro está empapado de eso.
—Hacés una diferenciación entre Montevideo y Uruguay. ¿Por qué?
—Montevideo es una capital cultural. Hay otras cosas que andan en otras partes del país, pero hasta hace unos años si querías estudiar la gran mayoría del aparato universitario está en la capital y no podés hacerlo en otro lugar. Además, es más rápido ir a Buenos Aires que ir al norte de mi propio país. Tengo más cerca a un porteño que a una persona de Artigas, que está en la frontera con Brasil, y además tengo más vínculo. Aunque de la influencia brasilera en Uruguay no se habla tanto, ellos están muy presentes culturalmente, sobre todo en la música. Por ejemplo, cuando hice esa diferenciación tiene que ver con que conozco pocas editoriales de otras zonas de Uruguay, pero este verano estuve en Córdoba y hay una movida de editoriales muy buenas. Acá no pasa porque no hay movidas de ese estilo. Lo que sí hay fuerte es una corriente de teatro, pero casi todo pasa por Montevideo. Es una visión histórica que se ve en las votaciones, el conservadurismo que está en su mayoría no es de Montevideo.
—En la novela usás la palabra “puto” y no homosexual…
—Más allá de entrar en el ámbito de lo políticamente correcto, yo no escucho hablar a nadie que diga homosexual, quizás gay. Además, me parece que es una palabra que a veces se suele tomar desde un lado agresivo, con una carga negativa, pero también es una palabra que han utilizado para identificarse. Por otro lado, en la novela hay ciertas partes que son bastante incorrectas; no estoy a favor de lo políticamente correcto. No son incorrectas porque yo piense así, sino porque lo que me rodea es así. Es una observación de cómo habla la gente. El otro día, delante de un tío dije la palabra puto y me respondió “no digas así, que suena espantoso”, pero decir eso pasa más porque él no puede aceptar que hay gente dentro de mi familia que es así. No pasa porque es negativo, sino porque queda feo. Yo también les digo heteros a quienes son heterosexuales y lo digo con mucha más negatividad que lo otro. La reacción que hay me resulta más interesante que la palabra en sí. ¿Por qué horroriza tanto la palabra puto?
—“Hay que conocer la risa de mi madre para entender el miedo que le tengo cuando apenas sonríe”, reza uno de los pasajes de tu libro. ¿Cómo es tu vínculo con ella?
—Es una madre que también es la de la narradora. No sé si mi madre leyó el libro, porque a ella le gusta mirar a Tinelli, no le interesa lo que yo hago. Y está todo bien con eso, no me genera dolor; somos distintas. Ella prefiere no tener libros y los que lee son novelas de verano. No sabría contestar bien la pregunta, porque hay una distancia importante, no creo que mi madre se vea representada en la del libro. Hay algo muy hilarante, es un personaje muy representativo de las madres de grandes familias, ese concepto italiano, que gritan y putean, y que también está en la novela argentina, interpretado por gente como Georgina Barbarrosa. Es un bolazo lo que digo, pero es algo muy característico y arquetípico que puede ser representado en muchas madres. Esa que no deja crecer a los hijos, a los varoncitos los tiene todos juntos.
—Contás que a tu madre no le gustaba leer. ¿De dónde nació tu interés?
—Digo eso sobre mi madre porque es mi entorno cercano del día a día, comer papas fritas y mirar “Brigada cola” tomando Coca Cola por allá en el ‘94; esa es mi vida. Pero también vengo de una familia de artistas, de poetas, entonces para mí el arte es un estado natural, así como venir de una familia de maestros y ser maestra. Es un trabajo más, no es algo raro o ajeno. Tengo una tía, quien es mi madrina, aunque no estoy bautizada —eso también es una diferencia muy importante, la separación de la Iglesia con el Estado en Uruguay en el 1900; ya no tenemos religión ni fe—. Retomando, esta tía me llevaba a los museos, que acá son todos gratuitos, y hay uno que a mí me gusta mucho, que es el de artes visuales, donde está el cuadro de Blanes; esa pintura fue muy formativa. Lo visual en la forma de estructurar la literatura y la narrativa, que son como fragmentos o pasajes, y el armado de ellos para mí tienen que ver con los museos. Me interesa cómo se montan las exposiciones.
—En tu narrativa recurrís al uso de oraciones cortas y la repetición. ¿Es a propósito?
—No lo pienso de antemano. Me parece que, por ejemplo, las narraciones demasiado largas tienen que ver con las voces o la escucha de lo dicho. Como en esa cosa de tía que no para de hablar y que ya no se entiende el hilo de adónde va y quién es el hijo de quién o qué está contando. Va por una forma del habla cotidiana: eso de los Pérez García se hizo mucho, pero ¿cómo es ahora? Eso me pregunto. Lo de las oraciones cortas viene de la dramaturgia. A mí me interesa el fraseo, la textura del material, lo sonoro que sí está bien ubicado algo en el texto o escrito correctamente, entre comillas.


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