El Teatro Ciego presentó "Un viaje a ciegas"

Una vela encendida luego de una hora de absoluta oscuridad fue la prueba suficiente de que no hace falta un gran escenario, trajes costosos ni una escenografía estrafalaria para transportar al público y para relatar una historia. Imaginación de un lado y del otro, y poco más, es la retina ideal para enfocar la mirada en lo que no se puede ver, pero sí sentir.

El Teatro Ciego se despidió de la provincia con la función que se hizo en San Luis, luego de que la semana pasada sorprendiera en Villa Mercedes. La compañía demostró dos dichos comunes, pero que en el trajín de la cotidianidad pasan desapercibidos: la risa es contagiosa y lo esencial es invisible a los ojos.

Los primeros momentos de oscuridad pueden ser atemorizantes. Incluso, antes de ingresar a la función, los actores advirtieron sobre la incomodidad que a veces genera y la necesidad de enfocarse durante unos minutos, respirar hondo y asimilar la profunda, y a la vez plana, negrura. También remarcaron que quien necesitase salir debía pedir en voz alta ayuda. Por fortuna, en la función puntana no fue necesario.

Con una trama en varias oportunidades guiada por el clásico borracho de bar que aunque no era cordobés podría haber pasado como tal sin problemas, no les fue complejo a los cuatro actores despertar la risa. ¿Qué más divertido que las palabras arrastradas y la ocurrencia de una persona que se bebió sus inhibiciones?

Sin embargo, no es el humor lo que distinguió la obra, que duró un poco más de una hora y que ya habían traído a la provincia hace unos años, sino más bien el efecto sorpresa.

Tan poderoso que cuando una persona del público era rociada por un poco de agua fría o la acosaba el hocico de un chancho, los gritos de asombro, seguidos por las risas inocentes, se contagiaban hasta el otro extremo de la sala “Berta Vidal de Battini”.

El perfume de naranjo en flor fue uno de los aromas que inundó el espacio acompañado del homónimo tango, interpretado por una mujer. La cantante del grupo hizo tres presentaciones bajo el rol de Betina “Tina” de Valencia en el bar, que fue la escena oscura predominante de la obra. La gama aromática se completaría con el inconfundible olor a un café bien batido y espumoso, y otros que trasladaban a la selva tropical.

 A partir de un solo escenario, la función de teatro ciego transportó al público a una balsa en el medio del mar, a la selva africana y a una noche de parranda con unos cuantos ruidos y las, por momentos, exageradas pero necesarias acentuaciones de los actores.

Unos plop plop mientras la siempre fiel, aunque desprolija, moza guardaba copas en el bar fueron suficientes para asumir que el implemento usado era el adictivo papel de embalaje con burbujas.

Las pequeñas simplezas de la vida representadas por los demás sentidos que no fueran la vista hicieron inolvidable la función del grupo. Luego, el retorno lento con la luz de una vela a la visual cortó el hilo invisible que hizo a los puntanos emocionarse como niños ante las sorpresas que esconde la oscuridad.

Redacción/MGE