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Pegame un tubazo

En épocas de información instantánea como TikTok, el paso de Alexander Graham Bell por esta vida terrenal puede que haya quedado en el olvido. Sin embargo, este muchacho de Edimburgo (Escocia) fue un inventor que contribuyó al desarrollo de las telecomunicaciones.

 

Pasaron años de batallas judiciales tras una serie de trámites, pero finalmente en 1876 pudo patentar su invento en Estados Unidos, la meca de todas las supuestas glorias. Sin embargo, el italiano Antonio Meucci ya había desarrollado con anterioridad algo similar. Pero el crédito siempre está en el noroeste del globo.

 

De hecho, de manera póstuma, se lo declaró oficialmente como el inventor del teléfono, más de 120 años después. Fue el 11 de junio de 2002.

 

El teléfono es sin dudas uno de los inventos que en la modernidad ha calado hondo en la vida cotidiana de los humanos. En los setenta u ochenta era el aparato para mantener un contacto a la distancia con los familiares, principalmente. Y si ese llamado cruzaba la frontera, había que aguardar la voz del o la operador u operadora para poder concretar esa ansiada comunicación.

 

Incluso en la pandemia que comenzó en 2020 acercó a las familias a pesar del distanciamiento social y de no poder salir del hogar. Claro, era otro soporte ya con un teléfono móvil, pero que igual sirve para hablar. Igual sirve, aclaro, porque ya nadie usa ese medio cuando se puede escribir por un sistema de mensajería, más rápido y no tan invasivo para el receptor.

 

Si bien el celular acompañó más desde las videollamadas, los mensajes asiduos o gracias a la bendición de internet, que permitió navegar y naufragar a los internautas en informaciones erróneas sobre el coronavirus o para el desempate familiar entre los chequeos de datos en discusiones.

 

Pero la llamada es la llamada. Nada como escuchar la voz de la otra persona, el timbre, su capacidad de reacción y, claramente, las palabras seleccionadas. Porque las letras frías no transmiten emociones. O sí, pero hay que ser más certero para poder utilizarlo en un modo correcto.

 

Entonces no queda más que pensar en la felicidad de poder contactar a otra persona y el castigo, al mismo tiempo, de depender de un aparato para acelerar los procesos de comunicación. “Hola, ¿puedo ir a tu casa a las 15?”, podíamos preguntar. Y las horas se convertían en un martirio para que el otro no se olvidase. Nada de caer de sorpresa. Eran otros tiempos, otros modos.

 

El 2 de agosto de 1922, Bell murió en la Isla del Cabo Bretón, Canadá.

 

Con él, la comunicación cambió rotundamente. La utilización de su invento, claro está, depende de cada persona particular.

 

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