El diafragma de una rosa

"Cómo es que nadie creó la inmortalidad", decía de niña, una máquina del tiempo quizá, una forma de volver a abrazar… de grande entendí que esa búsqueda se terminó porque encontré la fotografía, esa forma tan única de detener el tiempo en su totalidad. 

El tiempo de obturación, la forma de ver representado en él el paso, el tic toc seguido, constante, que nos avisa como una alerta continua qué está ocurriendo y qué ya pasó. De muy niña mis padres tienen rosales en su jardín, los vecinos pasan y si los ven en la puerta o llegando a sus casas les dicen: "Qué hermosas rosas". Las tienen de todos colores, mágicas y con pintitas. Recuerdo que durante un tiempo el gran protagonista fue el jazmín y se terminó yendo por este invicto de rosas, créanme que al llegar a este lugar los remite al jardín de "Alicia en el País de las Maravillas", es un laberinto y me vuelvo a preguntar si me cruzaré con el conejo y su reloj, contando el tiempo. El ámbito que nos rodea nos muestra cómo uno nace, florece, se marchita y muere. 

Recuerdo perfectamente la sensación de ver esta rosa cayendo, como una persona en su andador y sus rojos, recuerdo perfectamente pensar: "Debo de ir a buscar la cámara y retratarla", como un retrato de una mujer que agachada lavando te mira, como las manos de mi madre, como un suspiro cautivador la contemplo, con toda la sencillez que ella tiene y que en mí marca el paso del tiempo.

Algunos amarillos se deslumbran en la paleta y con ellos una forma más de dar un paso, congelando la captura en velocidades altas, trabajando el diafragma más bajo que tengo para que sobresalga del resto, queriendo mostrar una mirada, una forma más de vivir la vida. Un céntimo de piedad al júbilo, a lo último que tenemos en esta vida, al fin y al cabo, lo único que nos llevamos son momentos, de grandes alegrías, de enormes derrotas, de formas de encontrarse en el otro, formas… para no olvidar cuál es el camino, quiénes nos rodean y valorar la oportunidad de compartir.