SAN LUIS - Sabado 04 de Mayo de 2024

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La madre de Victoria de la Mota despidió a su hija con un poema

La escritora eligió palabras de Miguel Hernández para manifestar su desazón. 

Por redacción
| 02 de abril de 2024
Lis y María Victoria, en el casamiento de la joven con el golfista Emilio Domínguez, en 2017. (Foto: Archivo)

Con un dolor propio de la situación, la madre de María Victoria de la Mota Claverie, despidió a su hija en las redes sociales con un poema de Miguel Hernández.

 

Lis Claverie es escritora, vive en San Luis y encontró en las palabras algo de consuelo al subir a Facebook “Elegía a Ramón Sijé”, un poema del autor español que escribió ante la muerte de un amigo. La obra dice, entre otras cosas, “No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida”.

 

De la Mota, madre de dos hijos de cuatro y un años y esposa del golfista Emilio Domínguez, murió el sábado en San Luis tras contraer dengue y estar algunos días internada.

 

El posteo de la madre de María Victoria fue subido en el mediodía del domingo junto a una foto de la mujer. Tituló la presentación “Mi hija pequeña ha muerto”.

 

 

A continuación, el poema completo.

 

 

 

Mi hija pequeña ha muerto.

 

«… Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañera del alma, tan temprano.

 

Alimentando lluvias, caracolas y órganos, mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas

 

daré tu corazón por alimento.

 

Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento.

 

Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado.

 

No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida.

 

Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos.

 

Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo.

 

No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada.

 

En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes

 

sedienta de catástrofes y hambrienta.

 

Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes.

 

Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.

 

Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores.

 

Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irá a cada lado disputando tu novia y las abejas.

 

Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado.

 

A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas,

 

compañera del alma, compañera».

 

 

 

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