Consciente colectivo
En el Día Mundial del Cerebro entender cómo funciona el órgano más complejo es lo que motiva a científicos, capitalistas y a la Inteligencia Artificial.
Salir a la mañana para ir a trabajar, hacer una cuadra y pensar "¿cerré la puerta?"; recordar melodías de publicidades, pero olvidar datos importantes o claves bancarias, y una de las peores cosas: despertarse de una siesta, pero no poder mover el cuerpo. ¿Cómo actúa el cerebro? Una pregunta con más interrogantes que certezas.
Diego Golombek es un doctor en Ciencias Biológicas y divulgador científico argentino que tiene la habilidad de explicar las temáticas más intrincadas del cerebro humano con una sencillez comprensible para el general de las personas.
Por el Día Mundial del Cerebro, el biólogo le explicó a Cooltura cómo funciona el cerebro, las funciones del consciente e inconsciente, y por qué dormimos.
—¿Somos cada vez más inteligentes? De ser así, ¿corresponde al nivel del desarrollo de la sociedad?
—Hay una paradoja y es que, efectivamente, la población en general puntúa cada vez mejor en las pruebas de inteligencia de laboratorio como, por ejemplo, la del coeficiente intelectual, que se conoce como IQ. Entonces, uno podría decir, primera conclusión, somos más inteligentes o, segunda idea, ese test ya no está midiendo algo que podamos llamar inteligencia, sino más bien cómo nos las arreglamos para resolver problemas. Por ende, el concepto de inteligencia tiene un problema de definición. Nadie tiene una buena definición. Las pruebas de laboratorio miden exactamente eso: cómo rinde uno frente a ciertos problemas y de ninguna manera se correlaciona con lo que hacemos en el mundo real. No tenemos una buena herramienta, un buen medidor de inteligencia. Lo que sí está claro es que el desarrollo científico y tecnológico avanza cada vez más rápido. Pero eso no es una medida de inteligencia, es una medida de habilidad, de saber resolver problemas. Es una pregunta muy amplia para la que no tenemos realmente una respuesta certera.
—Con respecto al aprendizaje, ¿por qué recordamos ciertas cosas o melodías sin querer y cuando tenemos la voluntad de aprender algo, cuesta mucho más?
—Las melodías son un problema. Hay una clase de melodía particularmente pegadiza, que es la que se denomina en la jerga como melodía de gusano, porque se te mete en el oído y no te la podés sacar de encima. Nadie sabe muy bien cómo ocurre. Claramente, pasa con las que son más repetitivas, más ricas, con un estribillo muy pegadizo. Hay algo ahí muy fuerte con las melodías que es totalmente inconsciente. Ahora, ¿qué pasa cuando uno tiene que recordar algo de manera consciente, por ejemplo, algo para un examen, el trabajo o lo que fuera? No siempre es tan fácil, no siempre se nos pega lo que queremos a la memoria. Es un fenómeno muy estudiado en neurociencia. En Argentina hay grupos excelentes de nivel internacional trabajando en memoria. Se sabe que tiene distintos pasos, que la memoria también depende del contexto en el que uno tiende a aprender algo: hay contextos que promueven más la memoria que otros. La sorpresa es uno de ellos. Esto incluso se ha aplicado en el aula: se han hecho experimentos en los que después de un concepto determinado, se induce una sorpresa y los chicos lo recuerdan más que a otros contenidos. También, a lo largo del tiempo, la memoria en algún momento se vuelve débil y puede romperse lo que se llama de reconsolidación de la memoria. En algún momento, algunas memorias se vuelven, si no permanentes, al menos de largo plazo. Eso es lo que más nos interesa: las que nos quedan por mucho tiempo. De lo otro que sabemos relativamente poco es sobre el olvido. El olvido es tan importante como el recuerdo, porque no tenemos una capacidad ilimitada. Un investigador argentino, quien falleció, se llamaba Iván Izquierdo y decía que lo más importante de la memoria es el olvido: saber seleccionar qué es lo que uno guarda en la cabeza y qué no. No sabemos tanto sobre cómo ocurre esto, pero si no pasara, estaríamos más o menos en la situación de un famoso cuento de Jorge Luis Borges, que es "Funes, el memorioso", en el que este gaucho, Funes, recuerda absolutamente todo, por ejemplo, la mirada de un perro a las 3:15 que era distinta a la de las 3:20. En un momento, Borges dice: "Sospecho, sin embargo, que no podía pensar". O sea, era un idiota, por no poder olvidar cosas, porque el olvido es fundamental para poder ordenar esas memorias, y eso que todavía tenemos muchos huecos en la comprensión de cómo se ordena.
—Se habla mucho del inconsciente, pero ¿qué tanto se sabe de la capacidad que tiene el cerebro de tomar decisiones conscientemente?
—La consciencia es, posiblemente, la última frontera de la neurociencia. Es la zanahoria que siempre está un poco más lejos, entre otras cosas, porque no sabemos bien cómo formular las preguntas a propósito de la conciencia. Últimamente se avanzó un poquito, pero realmente nos falta mucho: entender la conciencia de que estamos vivos, de que nos pinchamos un dedo y nos duele, de que vemos un color rojo y se forma un rojo en nuestro cerebro, que no sabemos cómo es que sucede. La conciencia realmente está muy lejos de poder ser entendida. Una de las estrategias para comprenderla es entender estados de conciencia diferentes. Por ejemplo, cuando nos estamos por quedar dormidos, por despertar o estamos en un proceso de anestesia en el que, claramente, estamos inconscientes y nos despertamos de esa consciencia son como ventanas para tratar de entender esa diferencia entre los distintos estados. Lo que es seguro es que una parte enorme de la actividad mental es inconsciente. Nosotros tenemos una superficie, una punta de iceberg en la conciencia. De hecho, la mayoría de las decisiones que tomamos se originan en cuestiones inconscientes; después las procesamos y nos convencemos de que las tomamos conscientemente. Hay muchísima evidencia de que la toma de decisiones, la confianza, la moral y un montón de cuestiones que pensamos "esto lo decido conscientemente" son, en realidad, procesos que van por debajo de la superficie, inconscientes, que después afloran. Las decisiones sobre la comida, por ejemplo, la gran mayoría son inconscientes: no nos damos cuenta del tamaño del bocado que elegimos o si le pongo más sal. El inconsciente es fundamental para entender cómo funciona el cerebro.
"El pasaje entre inconsciente y consciente es una ventana todavía oscura para la neurociencia".
—¿Se puede entrenar la inconsciencia por repetición? ¿Automatizarla al punto de olvidar si cerré la puerta de casa?
—Sí, ese es el terreno de los hábitos: un hábito es tal que se vuelve inconsciente. Después de haber repetido muchísimas veces algo, lo hacés de manera automática, sin pensarlo. Por ejemplo, entrás a un auto y te ponés el cinturón de seguridad; para la gente que fuma es no fumar en un lugar público, o lavarte los dientes. Ya lo hacés sin pensarlo. Y los hábitos requieren eso: una repetición permanente para que se vuelva automático. Para entrenar el inconsciente, de alguna manera, hay experimentos al respecto para poder entender de qué se trata. Por ejemplo, prendo una luz en una esquina de una pantalla durante microsegundos y, conscientemente, no lo ves, pero si yo te digo: 'Adiviná adónde la aprendí', resulta que muchas veces lo adivinás mejor que al azar. Quiere decir que hay algo que pasa del inconsciente al consciente. Tenemos que tratar de entender cómo funciona eso. Pero, insisto, ese pasaje inconsciente-consciente es una ventana todavía oscura para la neurociencia.
—¿Es verdad que usamos solo el diez por ciento de nuestro cerebro?
—Es uno de los tantos neuromitos que hay dando vueltas. Usamos todo el cerebro. Evolutivamente no tiene sentido. Si no, ¿para qué tenerlo? Eso sí: no lo usamos todo al mismo tiempo. Una buena analogía sería pensar en aterrizar en una ciudad donde está todo oscuro, pero se van prendiendo y apagando luces por todos lados. Eso es un poco el cerebro: se van prendiendo luces por todos lados. No sabemos bien qué origen tiene ese mito, uno es que hay una frase de Einstein que dijo un poco en broma: "Todo esto lo hice con el diez por ciento del cerebro". También es cierto que en el cerebro no todo son neuronas; hay otras células. Particularmente, hay un tipo de células que se llaman células de glia, por pegamento, "glu", en inglés, que en algunos lugares hay muchas más que neuronas. Hasta un 90 por ciento más. Tal vez eso dio origen a este mito del 10 por ciento, pero es totalmente falso.
—¿Qué es la neurona de Jennifer Aniston?
—Es muy interesante, porque el origen de ese descubrimiento lo hizo un neurocientífico, físico originalmente, argentino que se llama Rodrigo Quian Quiroga, quien estaba en una universidad en Inglaterra y vio que para ciertas cirugías de cerebro, por ejemplo, para tratar un foco epiléptico que hay que sacarlo, hay que hacer una cirugía de ese foco epiléptico para que no crezca, y uno tiene que estar seguro de que la cirugía se realiza en el lugar correcto y no te estás corriendo a lugares que pueden tener que ver, por ejemplo, con el lenguaje o funciones muy importantes. ¿Cómo hacés eso? Les ponés electrodos, o sea, agujitas a los pacientes, que pueden registrar la actividad eléctrica del cerebro, mientras están consistentes durante una semana, y vas registrando. Este electrodo mide cuándo la persona está hablando o está escuchando. Un grupo de investigadores se dio cuenta de que ahí tenía una oportunidad extraordinaria para medir la actividad eléctrica del cerebro en personas durante bastante tiempo. Rodrigo les ponía estímulos visuales a estos pacientes para ver cuál de estas pequeñas áreas del cerebro se activaban y encontró un paciente que se activaba en un área muy específica del cerebro cuando le ponía una foto de Jennifer Aniston, y después vio que se activaba cuando le mostraban imágenes de la actriz en distintas épocas con peinados diferentes, cuando escribía el nombre de Jennifer Aniston y un poco también se activaba cuando ponía alguna otra foto de la serie "Friends", donde estaba ella. Con esto llegó a una conclusión muy revolucionaria, que es que hay neuronas o pedacitos de cerebro muy chiquititos, no sabemos si es una sola neurona, porque eso es imposible de saber, que responden a un concepto; en este caso, responde al concepto Jennifer Aniston. En otros pacientes había neuronas que respondían al concepto con Maradona o "Star Wars". Fue muy interesante porque respondían a un concepto abstracto.
—¿Cómo responde el cerebro a estímulos como el orgasmo?
—El orgasmo es una sensación muy fuerte de placer físico, tiene que ver con las zonas erógenas, pero si esto no les informara a áreas del cerebro que tienen que ver con el procesamiento del placer, uno no sentiría nada. No es solamente el área genital, sino que todo lo que sentimos en algún momento se cruza con el cerebro. Hay un divulgador español, Pere Estupinyá, quien lo que hizo fue estar él en un resonador magnético, que es un aparato que mide la actividad del cerebro y qué áreas se activan o se inhiben cuando estás haciendo determinadas tareas. Lo hizo mientras estaba en un proceso de masturbación, mientras estaba experimentando un orgasmo, y vio, efectivamente, qué áreas específicas se encendían en el cerebro durante el orgasmo. En ese estudio encontró áreas relacionadas con los circuitos de placer y recompensa en el cerebro que se activaban en el momento del orgasmo.
"Entender cómo funciona el órgano más complejo es lo que motiva a científicos, capitalistas y a la Inteligencia Artificial"
―Una buena fórmula para absorber el aprendizaje es estudiar y después dormir. ¿Cómo se relacionan estas dos cosas?
―El sueño no es apagarse ni apagar el cerebro. Por el contrario, hay áreas del cerebro que se tienen que prender para que uno duerma. Durante el sueño, se fortalece el sistema inmune, crecemos, se repara el cuerpo y un montón de cosas más. Entre ellas, se consolidan la memoria y el aprendizaje, por lo que una garantía de no acordarse de nada es quedarse estudiando a la noche. Si tenés un examen mañana y no estudiaste, lo peor que podés hacer es quedarte estudiando toda la noche sin dormir, porque mañana ya no te vas a acordar de nada. En todo caso, estudiá una sola cosa, andá a dormir y rogá que te tomen eso, porque es lo único que te vas a acordar. No sabemos exactamente por qué sucede. Un paper de hace muy poco tiempo cuenta sobre un trabajo científico y demuestra qué pasa con esos circuitos de neuronas que median el aprendizaje que se fortalecen durante el sueño. Lo sabemos descriptivamente, tanto en experimentos con animales como con humanos, que el sueño consolida la memoria y el aprendizaje. El mecanismo todavía está por verse.
―Entonces, ¿por qué hay gente que aprende, estudia y trabaja mejor de noche?
―Una cosa es ser más noctámbulo o más diurno, eso es lo que se denomina cronotipo, que es el reloj biológico de las personas. Ese pedacito de cerebro que mide el tiempo y desliza el cuerpo apunta sus horarios un poco más temprano en las personas más mañaneras y un poco más tarde en las más nocturnas. Esto es una variedad que hay en la gente, como con muchas otras características. Durante el día, tenés grandes variaciones de cuándo rendís mejor. Cuando una persona dice "yo lo puedo hacer mucho mejor de noche", se está refiriendo a otras a cuestiones de no estar siendo interrumpida o confundida y de tener cierto nivel de concentración. Es muy difícil que una persona sea completamente nocturna, aunque puede haber algún caso. De hecho, hay casos incluso genéticos, familiares que no se pueden ir a dormir hasta muy tarde por la noche. Se llama insomnio por retraso de fase familiar, pero es muy raro eso.
―¿Cómo crea la mente toda una vida paralela en los sueños?
―La respuesta a eso es: no tenemos idea sobre los sueños. Sabemos que los contenidos de los sueños, en su gran mayoría, se refieren a cuestiones cotidianas, a lo que hiciste ayer o la semana pasada y un poco como no tenés una inhibición, un sensor, un policía del pensamiento que dice "podés pensar esto", porque no está activa esa parte del cerebro durante el sueño y ahí todo vale. Podés combinar experiencias, imágenes de manera aleatoria, inconsciente, claramente, pero ¿cómo ocurre? La verdad es que no lo sabemos; sí sabemos un poco sobre el sueño, menos sobre los sueños.
―¿Y de la parálisis del sueño?
―Si bien es muy aterrorizante, no es peligrosa, salvo psicológicamente. Las primeras veces que alguien experimenta parálisis del sueño, es despertar y no poder moverse, básicamente; da muchísimo miedo. Hay gente que cuenta que pensó que se moría; hasta que uno aprende que si espera unos segundos, o, como mucho, un par de minutos, de a poquito se puede ir moviendo. ¿Qué es lo que sucede? Cuando dormimos, no nos movemos o lo hacemos muy poco. Sucede que están inhibidas las áreas motoras del cerebro. Activamente, se les dice a las áreas que hacen que nos movamos: quedate quieta. Cuando uno se despierta, esa inhibición tiene que
desaparecer. Es muy importante despertarse y, si es necesario, salir corriendo, porque hay un peligro o lo que fuera. En el caso de la parálisis del sueño, esa desinhibición del sistema motor tarda un poco más. No es grave en la mayoría de los casos, pero puede dar muchísimo miedo; hay que aprender a vivir con eso y sobreponerse. Ahora, si pasa muchas veces, obviamente hay que consultar a un médico del sueño.
―¿Cuál es la relación entre cansancio y sueño?
―La pregunta es ¿por qué dormimos? Y la primera respuesta, posiblemente, es porque estamos cansados. Lo hacemos para descansar y es una parte de la verdad. Efectivamente, el cansancio promueve el sueño. El sueño tiene dos grandes componentes: uno es el del cansancio. A medida que uno está en vigilia, va acumulando cansancio que después se resuelve durmiendo. El otro es el del reloj biológico: no en cualquier momento del día uno se puede dormir. Cuando uno hace mucho ejercicio físico, o aquellas profesiones que hacen mucho ejercicio físico, no necesariamente duermen más y cuando uno no hace nada o está de vacaciones, no duerme menos; entonces, quiere decir que no es solamente una relación tan directa con el cansancio. De cualquier manera, el cansancio es un mal de nuestros tiempos: si vos le preguntás a la gente durante el día si está bien alerta o está cansada, en muchos casos te van a decir que no, que tienen lo que se llama somnolencia diurna y, peor aún, lo naturalizamos. Lo peor es que tenemos normalizado el estar cansados durante el día por estrés, pero eso no es natural. Al ser seres diurnos, durante el día tenemos que estar alerta, porque es el mandato evolutivo, y durante la noche tengo que dormir bien. La sociedad no está promoviendo estas conductas y es una señal de alarma para pensar por qué está ocurriendo.
―¿Se compara el cerebro humano con la Inteligencia Artificial?
―Hablar de inteligencia es un fenómeno animal, el poder resolver problemas de cierta manera, y la Inteligencia Artificial es tratar de emular ese proceso natural que se da particularmente en humanos. Con esto comienza mucho antes de lo que hoy conocemos como Inteligencia Artificial, tratar de entender cómo se relacionan las neuronas, cómo se forman redes entre las neuronas y eso llevarlo a modelos de computación para tratar de tener computadoras que, de alguna manera, emulen cómo funciona el cerebro. No estamos ahí, pero hay mucho camino para tratar de entender. La gran característica que tiene la Inteligencia Artificial no es la de resolución de problemas, sino de aprender de sus propios errores e ir alejándose cada vez más de lo que fue la programación inicial. La gran novedad es que a medida que va programando la computadora va a ir aprendiendo. Avanza tan rápido el fenómeno de Inteligencia Artificial que, por ejemplo, el ChatGPT empezó contestando cualquier verdura y de a poco, una vez que uno le va marcando errores, va mejorando muchísimo la respuesta. Todavía estamos verdes, no estamos en el momento en el que la inteligencia es totalmente confiable, aunque posiblemente lo vaya a ser. De cualquier manera, detrás de eso, aunque estén muy lejos, siempre hay humanos, por lo que no es objetiva completamente esta Inteligencia Artificial: tiene embebidos en ese código prejuicios, sesgos y formas de pensar que son humanas.


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