¿Cómo es "El Jockey", la película argentina que competirá por los Oscar?

La misma semana en que se estrenó comercialmente -con tres funciones diarias en San Luis-, “El jockey”, la nueva película de Luis Ortega, fue seleccionada por Argentina para competir en los premios Oscar y en los Goya, los más importantes del cine en español.

Más allá de lo imprevisible que son los galardones cinematográficos y que posiblemente no sea la mejor producción argentina del año, la nueva obra de Ortega tiene elementos de sobra para convertirse en una digna representante nacional. El espectador reconocerá fácilmente esos galardones.

La historia que eligió contar Ortega es la de Remo Manfredini, un jinete de turf absolutamente autodestructivo, incapaz de cuidarse solo ni acompañado. Bebedor escondido de botellas enteras de whisqui o de las drogas que le dan a los caballos para que mejoren su rendimiento, la vida del corredor es la excusa para abrir algunos caminos.

Diálogos sobre la existencia que no llegan a ser existenciales; la intención de renovarse, de cambiar, pero sobre todo, la más fuerte, de renacer cada vez que sea necesario; y una mirada a la primera infancia que puede resultar perturbadora componen las capas sobre las que se arma el que podría llamarse “marco conceptual” del filme. 

Aunque parezca, “El jockey” no es una biografía como lo fue “El ángel”, la película anterior del director, que le dio una masividad necesaria para ese momento de su carrera. Es más, la nueva propuesta de Ortega contiene algunas referencias a “Caja negra” y “Lulú”, sus dos primeras películas, no tan conocidas.

Coqueteos con el surrealismo, paisajes amplios de colores fuertes, planos cortos, calles mojadas en la nocturnidad y un personaje siempre al límite de la derrota convierten al filme en un deudor del cine Leonardo Favio. La escena en la que la banda de música del Regimiento de Granaderos a caballo desfila ante la quietud de Manfredini bien podría haber sido pensada por el ilustre mendocino.

Una de las cuestiones más llamativas del argumento es la temporalidad. Pareciera -de tan anacrónica- que “El jockey” transcurre en un tiempo difuso entre los 70 y la actualidad. El vestuario de los matones, una farmacia que sobrevive al tiempo, un hospital de azulejos celestes ubican la acción en un momento que se rompe cuando aparece un teléfono celular.

Nahuel Pérez Biscayart descolla como Remo y sus cambios y encabeza un elenco sobre el que se apoya la producción para despegar su itinerario internacional gracias a las presencias del mexicano Daniel Giménez Cacho y de la española Úrsula Corberó. Pero es un grupo de actores argentinos (Roberto Carnaghi, Osmar Núñez, Roly Serrano, Luis Ziembrowski, Jorge Prado, Adriana Aguirre) el que sostiene las historias colaterales.

En ese punto, es para destacar la participación de Daniel Fanego, recientemente fallecido, como un matón cercano al mundo del turf que “cuando mato, duermo tranquilo” y que, en la película, se llama “Fanego”, a secas.

Como en casi toda la carrera cinematográfica de Ortega, la música juega un papel preponderante para la narración. En este caso, las canciones de “Virus”, Nino Bravo y Palito Ortega, padre del director, acompañan y refuerzan el concepto atemporal que parece ser definitivamente buscado. 

Aunque en la primera parte Ortega sumerge su cámara en el impredecible mundo del turf y de los manejos espurios que contiene, “El jockey” tampoco pretende describir las costumbres de una actividad específica. Sí busca (y lo consigue) mantener al espectador atento a una historia que entrega sorpresa y humor en dosis similares.