Los nuevos privilegiados del algoritmo
Por qué la IA beneficia más a los que ya son los mejores.Por Alicia Bañuelos
La inteligencia artificial llegó con la promesa de ser el gran ecualizador en el mundo laboral, una herramienta mágica que daría a todos los empleados el poder de brillar como las grandes estrellas de la oficina. Sin embargo, un análisis publicado en The Wall Street Journal pone sobre la mesa una idea mucho menos optimista: la IA, lejos de nivelar el terreno, podría estar dándole una ventaja aún mayor a los que ya son los mejores, abriendo una brecha cada vez más grande entre ellos y el resto.
El desafío, entonces, ya no es solo aprender a usar estas nuevas herramientas, sino entender cómo evitar que se conviertan en el árbitro que decide quién gana y quién se queda atrás en el juego profesional.
El mito de la democratización y el efecto "los ricos se hacen más ricos"
La narrativa inicial de la IA generativa era casi un cuento de hadas tecnológico. Se nos dijo que los algoritmos democratizarían el talento, permitiendo que cualquiera pudiera redactar informes brillantes o analizar datos complejos con solo pedírselo a una máquina.
La realidad, sin embargo, parece seguir un patrón conocido. Cuando aparece una nueva tecnología en la oficina —desde las funciones avanzadas de Excel hasta las plataformas de análisis de datos—, ¿quiénes son los primeros en exprimir todo el jugo? Exacto: los empleados más competentes, curiosos y organizados. Son ellos quienes descubren sus capacidades ocultas y las aplican de formas que nadie más había imaginado.
La IA no es la excepción. Los trabajadores que ya tienen un profundo conocimiento de su área, disciplina y una mente estructurada son los que primero dominan estas herramientas. El resultado es que la brecha de rendimiento, en lugar de cerrarse, se hace todavía más ancha.
¿Por qué los expertos le sacan más provecho a la IA?
La clave está en lo que se conoce como experticia de dominio. Un trabajador con años de experiencia no le pide a la IA que "analice este mercado". Le pregunta por los márgenes de ganancia, las barreras regulatorias, los nichos de clientes desatendidos y los posibles escenarios de competencia. Esta capacidad para hacer las preguntas correctas y refinar las instrucciones convierte a la IA en un verdadero multiplicador de su inteligencia.
Además, los estudios demuestran que los expertos no sólo saben cómo aprovechar las respuestas correctas de la IA, sino que, y esto es crucial, son mucho mejores detectando cuándo la máquina se equivoca. La IA no reemplaza la experiencia; la premia.
A esto se suma otro factor: la organización. Las herramientas de IA funcionan mejor cuando reciben instrucciones claras y estructuradas. Por eso, las personas que ya tienen hábitos de trabajo metódicos consiguen resultados mucho más potentes que quienes interactúan con ella de forma desordenada o sin un plan definido.
El sesgo invisible: ¿quién se lleva el mérito?
La desigualdad no es solo técnica, también es social. Dentro de las empresas, existe un sesgo que amplifica todavía más la ventaja de las "superestrellas". Los jefes suelen darles más libertad para experimentar, perdonan más fácilmente sus errores y dan por hecho que cualquier resultado brillante es fruto de su talento innato, incluso si la IA hizo gran parte del trabajo.
Para el resto de los empleados, la situación es una trampa de doble filo:
- Tienen menos libertad para experimentar con estas herramientas por miedo a cometer un error.
- Y cuando, a pesar de todo, logran un trabajo excepcional, corren el riesgo de que sus jefes o compañeros piensen: "seguro que la IA lo hizo por ellos".
Esta dinámica es demoledora para la motivación y puede generar un gran resentimiento en los equipos. Es un círculo vicioso: los mejores reciben más crédito y confianza, lo que les da acceso a mejores proyectos, reforzando aún más su ventaja.
Tres ideas para que nadie se quede atrás
Lejos de resignarse, el artículo propone un plan de acción para que las empresas eviten crear una nueva aristocracia tecnológica.
- Fomentar la curiosidad: zonas de juego para la IA.
Las empresas deberían crear "sandboxes" o entornos seguros donde todos los empleados puedan experimentar con herramientas de IA sin miedo a equivocarse. Fomentar el aprendizaje a través del juego reduce la ansiedad y democratiza el acceso a la práctica. - Socializar el conocimiento: los trucos no deben ser secretos.
El conocimiento no puede quedar atrapado en manos de unos pocos. Las compañías deben crear sistemas para documentar y compartir las mejores prácticas, los prompts más efectivos y los flujos de trabajo más innovadores. Cuando un descubrimiento individual se convierte en un recurso colectivo, toda la organización se beneficia. - Evaluar con justicia: nuevas reglas para un nuevo juego.
Los sistemas de evaluación de desempeño deben actualizarse. Es fundamental establecer criterios claros sobre cómo y cuándo se utiliza la IA, valorar la habilidad humana para guiar y corregir a la tecnología, y entrenar a los managers para que no se dejen llevar por el estatus de una persona al juzgar su trabajo.
Conclusión: la IA necesita inteligencia humana para ser justa
En última instancia, la inteligencia artificial no reemplaza la inteligencia humana, la amplifica. El verdadero peligro no es que las máquinas nos quiten el trabajo, sino que la tecnología revalorice de forma desigual nuestras propias capacidades, creando una sociedad laboral de dos velocidades.
La IA puede ser un motor de inclusión o una máquina de desigualdad. Todo depende de cómo la implementemos. Si las empresas apuestan por la colaboración, la transparencia y el aprendizaje compartido, esta revolución fortalecerá la creatividad de todos. Si la dejan en manos de una élite sin un contrapeso ético, la brecha entre los privilegiados del algoritmo y los demás será cada vez más difícil de cerrar.
La pregunta clave no es qué hará la IA por nosotros, sino qué haremos nosotros con la IA. El futuro del trabajo depende enteramente de esa respuesta.
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