SAN LUIS - Viernes 27 de Junio de 2025

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24 es un número y 30.000 también: relativizar la dictadura es un acto de cobardía

Puede parecer a destiempo referirse hoy, 25 de marzo, al inicio de la última —y espero poder decir esto hasta el último día, incluso en el más allá— dictadura en Argentina. Son tiempos que no viví, pues nací en 1991, dos años después que el cordobés exégeta del proceso. Sin embargo, de igual manera me atraviesan. ¿Adoctrinado, según Agustín Laje? Más bien, diría yo, cruzado por la historia.

 

De niño y en la primera adolescencia, estudié en una escuela privada y católica, aunque bastante progresista. Los últimos años, en cambio, los cursé en escuelas públicas, populosas, donde el 24 de marzo era un día de "reflexión". En mi generación, el debate siempre estuvo vigente: por la cifra de 30.000 desaparecidos , por los "muertos del terrorismo" e incluso por si la violencia de los '70 tenía que ver o no con lo que vino después.

 

Es curioso que un muchacho de apenas 35 años, formado en Estados Unidos, hable de adoctrinamiento en Argentina. Más aún cuando, en su diatriba, ni siquiera menciona el papel del país en el que se educó en la promoción de las dictaduras en Argentina desde 1955 en adelante.

 

Esta columna busca —y por eso la tardanza en su publicación— reflexionar sobre cómo se vivió en Argentina el 25, el 26, el 27 de marzo y cada uno de los días en los que el país estuvo bajo el "Proceso de Reorganización Nacional". Cómo se vivió en aquellos tiempos en que las garantías constitucionales estuvieron suspendidas. Cuántas historias de madres citadas a comisarías con la promesa de recibir información sobre sus hijos, cuando en realidad solo era una burda treta para atraerlas a un lugar donde serían burladas y vejadas.

 

Negar o relativizar esas instancias, en las que el peso total del Estado caía sobre cada humanidad, en días en que subvertir el pretendido orden impuesto era motivo de ser aniquilado, sólo puede interpretarse como una provocación o como un acto de cobardía.

 

Un intento de no reivindicar abiertamente el terrorismo de Estado, pero sí de aproximarse tangencialmente a él, pretendiendo, como siempre, que los victimarios sean las víctimas. Solo por no animarse a vivar el nombre del dictador de bigote. Ni del argentino ni del austríaco.

 

Será la última dictadura. Porque aunque hoy haya quienes reivindiquen el proceso, siempre seremos más los que sentimos que, aunque el otro piense distinto, nunca se lo puede hacer desaparecer.

 

Memoria. Verdad. Justicia.
 

 

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