18°SAN LUIS - Domingo 28 de Abril de 2024

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Una mirada a la puntanidad

Por redacción
| 27 de agosto de 2014

Nací el 21 de agosto de 1949. Mi mamá era doña Teté, Lilia Esther Páez Montero (murió hace unos años) y estaba casada con don Carlos Juan Rodríguez Saá.

 

“Me crié en la avenida Quintana. Decíamos que éramos un poco del barrio de la Rinconada, del barrio de la estación, del club Defensores, del Automóvil Club, en medio de esa zona, más que de la plaza Pringles”, Alberto Rodríguez Saá.


Por esos días en que nací, mi papá se había ido a Buenos Aires, porque su mamá, doña Paula Rocío Jurado, estaba muy grave. Ella vivía en calle Santa Fe y Gallo. Mi papá vino después que yo había nacido, cuando había muerto su madre.

 


Mi mamá tuvo dolores de parto el 21 de agosto como a las dos de la tarde. Como no estaba mi papá, ella estaba en su casa materna, en San Martín 461. Allí la auxilió mi abuelo, don Gregorio Páez, que era un señorón de San Luis, muy puntano. Páez Lucero, hijo de Ascensión Lucero.

 


Don Gregorio buscó un coche de plaza y allí la subieron a mi mamá. Ella ya tenía experiencia porque había tenido a María Elena y a Adolfo, soy el tercero. Adolfo es más grande que yo, tenía tres años cumplidos. La llevaron a Teté al Sanatorio Rivadavia, donde nací exactamente a las 3 de la tarde.

 


El primer año de mi vida viví en calle 9 de Julio al 840, a media cuadra de Casa de Gobierno, en una vieja casona donde vivía mi tía Blanca Haydée Rodríguez Saá. Después nos fuimos a vivir a la avenida Quintana 151, que es hoy avenida Illia. Según parece, en la mudanza, me metieron en un moisés entre la ropa.

 


Me crié en la avenida Quintana. Decíamos que éramos un poco del barrio de la Rinconada, del barrio de la estación, del club Defensores, del Automóvil Club, en medio de esa zona, más que de la plaza Pringles. No sé por qué tiraba para la estación.

 


Jugaba al fútbol en todos lados, en la cancha de los Boy Scouts, en unas canchas de la Rinconada, en los potreros de la escuela Normal "Juan Pascual Pringles". Tenía dos lugares en donde jugábamos al fútbol, ahora hay rejas sobre calle Pedernera. Le pusieron rejas a principio de los ’80. Ahí armábamos partidos dos contra dos o tres contra tres. Si era más grande el partido nos íbamos atrás de la escuela Normal, o a la cancha.

 


Una vez, muy chiquito, me fui a jugar por la Rinconada, en la época de la epidemia de poliomielitis. Y cuando volví me preguntaron preocupados dónde había estado. Los chicos hacían cuarentena, los tenían encerrados en la casa porque las madres tenían temor al contagio. Me ligué un buen sacudón de Teté, un tirón de pelos y un chirlo en la cola. Qué alivio fue cuando apareció la vacuna. La primera era inyectable, después vino la Sabin oral que era maravillosa para los chicos porque era un terrón de azúcar.

 


Ahí me crié, cerca del Club Defensores. Iba a jugar al vóley, a los bailes de carnaval, al Club Defensores del Oeste.

 


Cuando era chico en mi cuadra de la avenida Quintana vivían los Salmerón, los Cabañez Arce, los Vergés, los Hissa, Dángelo Rodríguez, Julito Braverman, los Jofré. En frente vivían los Porrini, los Miranda, los Ojeda, Chada, Molteni. La estación de servicio de Salmerón, que era de Pagano, la Shell, era un lugar de encuentro, donde a la noche íbamos todos los chicos, después de comer, a hacernos los distraídos y tener las últimas reuniones.

 


Tengo una suerte de timidez social, me escondo los días de mi cumpleaños. Pero después no me molesta hablar del tema.

 


Hice la escuela de Dibujo Técnico de noche, de la que guardo un recuerdo inmenso, maravilloso. Ahí aprendí muchísimo, tanto como de la escuela "Juan Pascual Pringles". Yo iba a dos escuelas secundarias y eso me marcó mucho. La escuela de noche, además de enseñarme dibujo, que me permitió recibirme de abogado y trabajar en la Dirección de Hidráulica, me enseñó lo que es el sacrificio de los que no se resignan a no estudiar y buscan la noche, el sacrifico. O quienes después de tener un título buscan otro y siguen queriendo progresar.

 


Cuando trabajé en la Dirección de Hidráulica iba a sexto año de la secundaria, estudiaba y trabajaba. La secundaria la terminé trabajando a la tarde, pero en las vacaciones me pasé a la mañana, porque la tarde era como una excepción, trabajábamos muy poco. Un día de los que fui a trabajar a la mañana me asombró algo. Cuando salí -miren lo que es la puntanidad- vi unos 300 ó 400 trabajadores reunidos que se detuvieron porque salía alguien, a quien supuestamente todos le guardaban respeto o admiración. Me paré con todos y vi que quien venía era el señor Orlando de Luca. Se habían parado por respeto, admiración, cariño a uno de los más grandes fundadores de la radionovela y del teatro en San Luis. Orlando de Luca, el galán de los hogares, el galán de las madres. Me emocioné, sentí la misma emoción que todos. “El galleguito de la cara sucia”, “El Coronel Pringles”, “Galíndez”, “La historia de Juan Barrientos”, “La historia del 900” eran las radionovelas que escuchábamos. Ahí estaba también José Dimas Leiva y otros más.

 


Los chicos del barrio jugábamos al fútbol, nos juntábamos, a veces nos tirábamos piedras, peleábamos, nos abuenábamos, nos reuníamos en la tarde, andábamos en bicicleta.

 


Había un momento en que nos juntábamos todos: cuando Rosendo Hernández, el célebre automovilista puntano, sacaba a probar el auto. Lo conocí cuando ya había sido campeón, después de esos campeonatos no tenía esa gloria, a veces ni corría, pero preparaba siempre autos  de carrera. Rosendo, sacaba el auto, lo ponía con la trompa buscando la estación de trenes y en un momento, en situación de arrancar, teníamos que empujarlo. Todos los chicos teníamos que empujar el auto y él levantaba la mano agradeciéndonos.

 


El Club Defensores del Oeste, que tenía la sede social sobre la avenida Quintana, casi llegando a la estación, tenía mucha vida social. Ahí estaba siempre el doctor Miguel Hissa, que fue el presidente más famoso, o el que más tiempo estuvo. Era un médico de San Luis muy querido y respetado, jugador de golf, pero sobre todo se lo conocía por ser dirigente de Defensores. Lo sacó campeón, tuvo muchas glorias. Se podía ir al club y jugar al vóley, al fútbol, creo que también había bochas.

 


Cuando eran los carnavales, había un baile muy popular y ahí íbamos los del barrio. Era una especie de reina de carnaval del Club Defensores, Micaela Miranda. También era el barrio de los Bassi, en la calle Falucho. Los Caram, los Caime. Los Pereyra Guiñazú, Pereyra González, los Di Gennaro. Los de la otra cuadra eran los Arrúa, que tenían un almacén del barrio muy querido.

 


El gobernador Víctor Endeiza vivía al lado de lo que es hoy el obispado. El papá de Vitito, de Eduardo, de Dugen, Graciela, Antonio, que es camarista en Mendoza. Son de una familia muy tradicional de San Luis, muy querida y buena gente. Gente que nunca habla mal de nadie, que siempre hace las cosas bien, generosos. Un símbolo.

 


Vi caminar por el frente de mi casa a todos los obispos que alguna vez venían o iban a la Catedral caminando. Cuando era chico, en la institución estaba monseñor Di Pasquo, que fue el obispo que trajo a San Luis, con la ayuda de Eva Perón, lo que hoy es el Vía Crucis en la Villa de la Quebrada, que está hecho por artistas italianos. Lo hizo el maestro Arrighini con sus alumnos, con mármol de Carrara traído de Italia, retenido en la aduana. Gracias a la acción de Eva Perón, pudo llegar a San Luis. El Vía Crucis es una obra de arte de la religiosidad popular. El Cristo de la Quebrada comenzó siendo religiosidad popular y después fue mirada por la Iglesia.

 


Sobre la imagen del Cristo de la Quebrada hay historia, leyendas o milagros, según la mirada. Fue tomado por la familia Alcaraz de la Villa de la Quebrada, hasta que intervino la Iglesia y hubo una discusión. Hay un mito de que todos los que intervinieron tuvieron una desgracia, el Cristo los castigó. Porque el Cristo de la Quebrada fue traído a San Luis y sucedieron situaciones poco favorables o desgracias, para quienes intervinieron: el jefe de Policía, el juez y el sacerdote. Estas historias pertenecen al mito, como un secreto de San Luis, porque de eso no se habla, porque es incómodo.

 


Llevaron de vuelta al Cristo y ahí nacieron la iglesia de la Villa de la Quebrada y la peregrinación a la localidad que tiene historias y leyendas fantásticas. Me causan una enorme admiración y respeto la peregrinación, el sacrifico del peregrino que va buscando al Cristo de la esperanza. Le dicen santo también, que sería incorrecto desde el punto de vista religioso. Es una imagen de la esperanza, porque quien va caminando busca una esperanza, alguna lucecita. Es tanto el sacrifico y el caminar, que tal vez desde adentro nazca la luz, se cumpla la esperanza y se le den las cosas bien. Treinta seis kilómetros hay desde San Luis hasta el Cristo, por el camino del Alto. Por el Bajo es más peligroso y tardás más ¿Saben por qué hay que ir de noche? Porque no se ven las bajas y las subidas, que son pronunciadas. Como no se ven, se aguanta más.

 


Mi mamá siempre iba al Cristo de la Quebrada y una vez me llevó caminando. ¿Qué puntano no fue caminando a la Villa de la Quebrada, o a Renca? Son como primos hermanos, porque tienen el mismo origen, con leyendas, historias o milagros similares. El 3 de mayo es el día de la Cruz y se venera a los dos Cristos, los dos crucificados, al de Renca y al de la Villa de la Quebrada. ¡Eso es puntanidad!

 


Más allá de la religión, quienes no la profesamos, sentimos enorme respeto por ese sacrificio, por ese peregrinar, por la búsqueda de esperanza.

 


Renca llegó a ser la ciudad más importante de toda la región de Cuyo. Llegó a tener antes de 1810 más de 3 mil habitantes y fue una de las ciudades con mayor cantidad de habitantes, casi más que Mendoza. ¿Qué pasaba? Allí estaban los artesanos de la madera, se hacían carruajes, sillas, muebles, de lo mejor de la Argentina. Después se vino abajo con la apertura del comercio, se cayó porque comenzó a aparecer la industria. ¿Cuál es la diferencia entre artesanía e industria? La artesanía es hacer un mueble con la mano y no en serie, de a uno, en un mes se hacen tres. Uno para el artesano, uno lo vende y otro lo deja en la vidriera. Cuando llegó la máquina a vapor, toda la producción se convirtió en industrial, la máquina hacía de a 5 mil por mes. Invadieron la industria y mataron al artesano. Eso le pasó a Renca, que no sólo es uno de los lugares más bonitos de San Luis, desde donde se ve el Comechingones, con sus riachos, bosque y naturaleza.

 


Renca fue cuna de gobernadores. Ahí nacieron los principales hombres del Ejército Sanmartiniano. En 1810 era tan, o más importante, que la ciudad de San Luis, lo mismo que El Morro. Son los tres grandes pueblos fundadores de la puntanidad: El Morro, San Luis y Renca. Después hay que sumar a Santa Bárbara, al último aparece la Villa de Merlo, los pueblos que estaban en el departamento Belgrano, los pueblos de San Martín, Chacabuco, Junín, fundadores de la puntanidad.

 


Cuando llegó el ferrocarril a principios del siglo XIX se corrió unos 8 kilómetros al lado a la vía y se formó Tilisarao, que es hijo de Renca. La caída de Renca como centro cultural, industrial, laborioso y cuna de gobernadores fue a partir de la entrada de la industria, ese apresuramiento entre la artesanía y la industria, que se manejó mal desde el puerto.

 


Hemos logrado que Renca se ponga en valor como patrimonio histórico cultural de la Provincia. Y debería además  crecer y unirse a Tilisarao. Deberían ser en algún momento una sola, dos ciudades, pero con una sola mirada estratégica, dos municipios que se compatibilicen uno con otro, porque tienen el mismo nacimiento histórico.

 


En Renca nació José Santos Ortiz, los granaderos Basilio Bustos, Januario Luna y José Gregorio Franco, que murieron en la batalla de San Lorenzo, los Mendoza, Narciso Gutiérrez, entre otros.

 


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