SAN LUIS - Domingo 19 de Mayo de 2024

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Agricultura familiar, una tendencia que crece

Por redacción
| 08 de febrero de 2015
Aseguran que San Luis tiene un clima extraordinario para las hortalizas.

Sedosos tomates cortados en finas rodajas, un par de hojas frescas con todo el perfume de la albahaca, unas gotas de aceite y otras tantas de vinagre, una pizca de sal. Recién salidos de la huerta, los ingredientes mezclados en el bol ya están listos para ir a la mesa. Esta rutina envidiable, repite todos los días Abelina, la jefa de la cocina, de la huerta y de su hogar.

 

En esta época ya es posible empezar a hacer los almácigos de brócoli, cebolla, coliflor, espárrago, puerro y repollito de Bruselas. Una vez que alcancen los 8-10 centímetros pueden ser trasplantados.


Desde hace ocho años que vive con su marido Jorge y sus tres hijos en una precaria casa, a orillas de la ruta 146, a menos de diez kilómetros del centro de San Luis. Vinieron de Potosí, Bolivia. Él se dedica a fabricar ladrillos mientras ella es la de las manos verdes, la encargada de cuidar la huerta, un sector de más de cien metros cuadrados, metido en medio del monte  plagado de jarillas y algarrobos.

 


“Empezamos con pocas plantitas de tomate, ají picante y otras cositas más, hasta que la asistente social nos dio las semillas para hacer los almácigos y ahí pudimos agrandarla”, recordó Jorge sobre el inicio del vergel de donde sacan las verduras que necesitan. La salita de salud fue la que los puso en contacto con Pro Huerta, un programa del INTA que incentiva la creación de huertas familiares, dan semillas y hacen el seguimiento —todo en forma gratuita— para mejorar la sustentabilidad y la calidad alimentaria de sus miembros.

 


Con un poco de asesoramiento de los técnicos, un par de semillas, y toda la voluntad de sus dueños, ahora en una tupida huerta conviven tomates cherrys, peritas y redondos, berenjenas, maíz dulce, cebolla, cebollita de verdeo, pimientos, lechugas de distintos tipos, zanahorias y pepinos, entre otras verduras que lucen rozagantes.

 


Comen rico, sano y con el sabor inalterable de lo fresco. Tenerla en el fondo de su casa no sólo cambió el sabor de sus comidas sino también la profundidad de sus bolsillos. “Ahora compramos muy pocas verduras porque usamos todo lo que tenemos aquí. Hubo un invierno que no plantamos nada y sentimos no haber tenido la huerta”, comentó Jorge. Incluso podrían comenzar a explotar una veta comercial, aunque por ahora prefieren seguir como están: “A veces vienen vecinos para comprar un atadito de verdura determinada, pero tendríamos que agrandar la superficie”, agregó.

 


Lo curioso es que no requiere de mucho esfuerzo, sólo voluntad. “Es como todo, hay que dedicarle unos minutos al día y sale, pero la verdad es que no cuesta trabajo. Además, acá se da todo”, afirmó Jorge, conocedor que cuenta con una gran ventaja: la geografía puntana.

 


Así por lo menos lo aseguró uno de los encargados del programa del INTA y asesor de la huerta de Abelina y Jorge, el ingeniero agrónomo Esteban Suárez Folari: “Por mi experiencia, a lo largo y a lo ancho de todo el territorio de la provincia es posible lograr una buena huerta. Tenemos beneficiarios del programa en distintas latitudes y de toda la geografía y puedo decir que en el este, oeste, norte y sur se puede hacer”.

 


Según dijo, San Luis cuenta con un extraordinario clima para las hortalizas. Nada tiene que envidiarle a sus vecinas como Mendoza, San Juan, o más al norte Tucumán y Salta. Aunque quizás sí se extrañe esa  cultura entrañable de las casaquintas que enmarcaban a la capital puntana, de patios partidos con frutales, hortalizas, y gallineros.

 


Pero algo pasó y esa tradición se perdió. Para Suárez Folari hubo tres factores: el recambio generacional que no conservó esa costumbre, los sistemas de riego por canales que terminaron tapados por la ciudad y poca predisposición para conservar lo propio. "Evidentemente cambiaron los tiempos de la gente, pero el INTA está para ayudar", dijo Folari.

 


Pero la tendencia está virando otra vez y creció el número de interesados de todos los sectores en fundar su huerta. Ya sea por los aires generacionales nuevos o por una conciencia saludable más presente, las huertas empiezan a volver a los centros urbanos. En algunos casos vienen en formatos renovados, como las colgantes que se colocan en las paredes; en otros, con el esquema tradicional.

 


“Es impresionante como estos últimos años y de manera creciente, cada vez más gente está volviendo a la producción”, aseguró el ingeniero, quien detalló que el interés en muchos casos no está puesto en los beneficios económicos para el hogar, sino en la revalorización de lo orgánico, lo saludable, incluso hasta lo terapéutico.

 


No hay recetas, sólo algunos pasos para evitar tropezones y una buena dosis de voluntad. Todo es cuestión de esfuerzo. Para empezar con una huerta sólo hay que proponérselo. “No es difícil, con ganas se puede tener huerta en invierno y verano. Sólo se necesita un poquito de dedicación”, sentenció Folari. Habrá que hacerle caso al entusiasmo, porque según los que tienen experiencia, ahí está la clave.

 


Algunos tips

 


En las ganas está la clave del éxito. Pero más allá de lo personal, en lo físico y real se necesita: tierra de la buena que tiene que estar nivelada, pala, pico y semillas. Un cerco que la proteja de agresiones externas, en caso de que se haga a campo, o una maceta para los espacios reducidos de la ciudad.

 


En todos los casos, “siempre tiene que estar en un lugar con sol —preferentemente orientada hacia el norte—, bien ubicada, que le dé la lluvia o bien garantizarle el agua”, aseguró Juan Pablo Suárez, jefe del programa Arraigo Rural que trabaja en conjunto con el proyecto “Cultivando nuestra tierra” del Ministerio del Campo.

 


Las semillas son baratas, para tener un poco de todo con 100 pesos ya se puede armar. “Es una pequeña inversión que nos reditúa con creces, porque un kilo de tomate en la verdulería hoy está alrededor de los 30 pesos, y cuatro plantines ya te dan seis kilos, es decir que en definitiva te sale más barato”, agregó. La otra opción sería acercarse al Programa Pro Huerta del INTA o a “Cultivando nuestra tierra”, que dan las semillas y algunos insumos en forma gratuita.

 


Para febrero ya se pueden empezar a hacer los almácigos de otoño-invierno, y en invierno-primavera se preparan las especies que son de verano. El calendario de hortalizas está disponible on line en “El Manual de cultivos para la huerta orgánica familiar” del INTA, un libro de 140 páginas que detalla el clima, el suelo, la forma y la época de siembra, las variedades, el cuidado y la cosecha de más de 30 especies.

 


 El almácigo es una pequeña porción de tierra en donde se desparraman las semillas para que den pequeños plantines que luego serán trasplantados a la huerta.  El lugar debe estar separado de la huerta, en un lugar de buena tierra, no muy grande, plano. La técnica es muy simple: hay que desparramar las semillas y luego pasar la mano. “No hay que confundirse con plantarlas o enterrarlas demasiado porque las semillas son muy pequeñas y de estar enterradas no pueden germinar”, agregó Folari. A los 8-10 centímetros hay que sacarlos y trasplantarlos para que comiencen a crecer las hortalizas.

 


El sitio tiene que estar libre de malezas, y ya en pleno desarrollo de la huerta hasta la cosecha hay que mantenerlo limpio.  Para eso están las asociaciones beneficiosas, como las de las aromáticas con algunas hortalizas, que hacen de repelente natural de plagas. Es el caso de la albahaca con el tomate, por ejemplo. Si no están los preparados naturales de ajo o “las bolitas amarillas que larga el árbol paraíso”.

 


“Es simple, se recoge un puñado, se las deja macerar en agua tres o cuatro días y después con un pulverizador se aplica en las plantas. Esto previene que tengamos ataque de pulgones o cochinillas y lo bueno es que no es tóxico, uno lo lava y no hay problemas”, indicó Suárez Folari. Según explicó, el olor y el PH que genera el macerado hacen que la plaga no se acerque, por eso es un método meramente preventivo, que se puede aplicar semanalmente o cada diez días. “Si no, una vez que la plaga entra, ahí ya hay que pensar en aplicaciones químicas”.

 


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