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"Con la desesperación no íbamos a llegar a ningún lado"

Por redacción
| 25 de enero de 2016
Otra vez juntos. Jimena y sus hijos, Isabella y Valentín, y su pareja, Daniel. "estaba desesperada. Después, me mentalicé en que teníamos que volver bien sí o sí, por mis hijos", dijo la joven.

Jimena Paulina Santos y Daniel Santiago Correa se llevarán de recuerdo de su primera visita a San Luis una historia que les marcó hasta la piel, literalmente. La pareja estuvo perdida casi dos días en proximidades al Salto de la Moneda, en Potrero de los Funes. Tienen ahora una infinidad de raspones en el cuerpo, producto del roce con la vegetación autóctona. Ayer, además, cargaban un enorme cansancio, potenciado por las horas de angustia vividas en la soledad de las sierras, sin saber si alguien los rastreaba y si podrían salir vivos de ese laberinto natural, en el que no hay comida, abrigo y medios para comunicarse. Pero están vivos, junto a sus afectos. “En un momento, Jimena estaba muy alterada. Quería irse, caminar. Le pedí que se calmara, porque con la desesperación no íbamos a llegar a ningún lado”, confió Daniel.

 

Pese a que fueron buscados por policías, bomberos y perros adiestrados para el rescate, los turistas, en realidad, regresaron solos al pueblo, de donde habían salido el viernes a la mañana dejando a dos chicos en la colonia del “Camping El Potrero”.

 


Jimena es empleada bancaria y reside en el partido de San Vicente, en la provincia de Buenos Aires. Tiene 30 años y dos hijos, Isabella, de 5, y Valentín, de 3. Ellos y Daniel, de 42 años, llegaron hace una semana a la localidad e instalaron su carpa. Él, oriundo de Uruguay, también trabaja en un banco, pero vive en Capital Federal.

 


El martes, toda la familia hizo la caminata a la cascada, un atractivo cuya existencia conocieron a través de internet y al que llegaron a través de un sendero. Tres días después, la pareja decidió volver a la caída de agua.

 


“Salimos cerca de las 9. Yo iba vestida con malla, una remera, un short y unas ojotas. Daniel llevaba unas bermudas, una remera y unas sandalias” tipo franciscanas, detalló Jimena. No llevaron bolsos, ni mochila, ni botellas con agua o alimentos, ya que pensaban estar de regreso antes de las 13, para sacar a los chicos de la colonia y almorzar juntos, explicó la joven. Cargaban un solo celular, el de ella, que, para colmo de males, no tenía la carga de batería completa.

 


Fredy, un guía que estaba apostado donde comienza el recorrido, les dio un papel con un número de celular, para comunicarse si surgía algún imprevisto.

 


“Nos habían comentado que había otra forma de bajar del salto, que es por el río. Es lo que íbamos a hacer el viernes. Subimos, nos quedamos un rato y, al ver que no nos iba a alcanzar el tiempo para estar a las 13 en la colonia, decidimos volver, pero por el camino que ya conocíamos y que habíamos hecho el martes”, resumió.

 


“Al volvernos para atrás, nos desviamos hacia la izquierda. Después me di cuenta que estábamos en medio de una montaña, que para un lado estaba el salto y para el otro, el río Áspero”, explicó Daniel.

 


Apenas advirtieron que no iban a llegar al camping en el horario previsto, intentaron llamar por teléfono a los empleados de allí, para asegurarse que los chicos estuvieran bien, al cuidado de alguien. No pudieron hacerlo: no tenían señal. “Ya estábamos perdidos, y no teníamos dónde refugiarnos del sol, que pegaba muy fuerte. A la siesta, Daniel logró comunicarse con el guía, para pedirle que nos fueran a buscar y darle algunas referencias de dónde estábamos, describiéndole el paisaje que veíamos. Hicimos flamear una remera, para ver si nos ubicaban”, narró la mujer. Según lo que Jimena sabe, el guía, a su vez, habría estado en contacto con otra persona, que los habría visto.

 


Al menos hasta el momento en que fue entrevistada por El Diario, la pareja aún no tenía en claro cómo se originó el desfasaje en la comunicación, que hizo que no los hallaran antes. “El guía no fue a buscarnos, evidentemente, sino que llamó a los bomberos”, dijo ella. “Pero habría llamado como una hora después de que nos comunicamos con él”, acotó Daniel.

 


Por consejo del guía, bajaron hacia el río y siguieron su cauce. “Eso fue lo que intentamos hacer en un principio, y nos perdimos. Creímos que (quien iría a rescatarlos) estaba cerca. Nos quedamos esperando. Pero pasó una hora y media, y estábamos bajo el sol, por eso comenzamos a bajar. Caminamos, nos trabamos en una cascada, que tenía un piletón enorme. Y yo no sé nadar. Nos costó atravesar, por las piedras. Daniel se fue a buscar ayuda y yo me quedé sola un rato”, narró. El hombre, según explicó, tenía temor de que ella, desesperada, se fuera.

 


Como si no faltaran complicaciones, se sumó otra. El calzado de Jimena no resistió una caminata tan larga en un terreno tan áspero. Con un pañuelo que la joven tenía en la cabeza, Daniel trató de acondicionar una de las ojotas, que se había roto. Después, la otra también se dañó. El hombre se sacó sus franciscanas, se las cedió a su mujer y continuó la travesía a pie desnudo.

 


Con ayuda de la soga de la cámara fotográfica, Daniel la ayudó a pasar al otro lado de una roca, para ascender otra vez al cerro e intentar hallar un lugar donde guarecerse. Eran las 20, y en breve, la zona quedaría en penumbras.

 


En las alturas, Daniel armó un refugio con piedras y hojas de arbustos no espinosos, que no abundan en la zona. Parecía que la naturaleza les jugaba una broma pesada: de día, el sol abrasaba con su calor, y de noche, la temperatura descendía. Daniel se sacó su remera e intentó calmar el frío de Jimena arropándola.

 


Ella hoy no sólo agradece ese gesto, sino también el temple con el que su pareja se tomó la situación. Inclusive admite que sus nervios no fueron al comienzo una buena guía. Su marido la serenó, la contuvo y la ayudó a pensar en los pasos a seguir. “Yo le decía que se quedara tranquila, que los chicos seguramente estaban bien, cuidados. Y que era mejor que faltáramos días y no el resto de la vida, por ser imprudentes”, explicó Daniel.

 


Fue él quien decidió que al día siguiente no continuarían con la caminata en la franja horaria en la que el sol está más fuerte, entre las 10 y las 17. Hacerlo, según razonó, les habría traído otra complicación: la posibilidad de deshidratarse y descompensarse. Allá, en las alturas, lo que más se sentía era la sed, no tanto el hambre, aseguró el hombre. Los arroyos los proveyeron del líquido que necesitaban. Esta vez la naturaleza les dio un guiño.

 


Ya el viernes, el helicóptero afectado al Tour de San Luis colaboró en la búsqueda que montaron bomberos voluntarios de Potrero de los Funes, policías y personal de San Luis Solidario. Al día siguiente, los extraviados vieron la nave y le hicieron señas con la remera y con el flash de la cámara. Pero no los vieron.

 


“Me di cuenta que no era de rescate, por el color, porque no tenía la jaula que suelen tener éstos –especificó el hombre–. Esperamos un rato, con la esperanza de que nos hubieran visto. Pero al darnos cuenta de que no era así, después empezamos a descender”.

 


Más tarde, se toparon con otras luces, que volvieron a encender su esperanza. “Pensamos que eran los bomberos. En realidad, eran un grupo que iba a Valle de Piedra. En él había una chica de Villa Mercedes, que conoce mucho esta zona. Ella nos dio las indicaciones: nos dijo que si seguíamos por determinado lugar íbamos a encontrar una represita que  lleva a una calle de tierra, que conduce a la parte de atrás de la Municipalidad”, narró.

 


Los jóvenes los acompañaron un tramo. Les aportaron linternas y la chica de Villa Mercedes le prestó un par de zapatillas a Jimena. También les ofrecieron darle las frutas que llevaban, pero ellos prefirieron no aceptárselas, para no dejarlos sin provisiones. Poco antes de llegar al pueblo, la pareja le pidió una referencia a un muchacho que bajaba de un auto. En la charla, se dio cuenta que podían ser los extraviados. Cuando le dijeron que eran ellos, los invitó a subir al vehículo y los llevó hasta la Comisaría 33ª.

 


Un rato después, ya de madrugada, se reencontraron con Isabella y Valentín en el camping. Los chicos nunca estuvieron solos: hasta que su mamá y su pareja regresaron, ellos estuvieron al cuidado de gente de la colonia y luego con Francisco, el papá de Jimena, que viajó de modo especial para hacerse cargo de ellos. No los preocuparon diciéndoles que estaban perdidos en las montañas: les dijeron que habían ido a buscar un repuesto para la camioneta y que pronto regresarían.

 


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