Cada mañana, Martín Fernández se coloca su bata de cuero y, con hilo y aguja en mano, se prepara para curar los pasos cansados y enfermos de cientos de mercedinos. Martín es zapatero, uno de los pocos que quedan en la ciudad y probablemente uno de los más conocidos. En su taller, instalado en uno de los locales que están dentro del club Jorge Newbery, repara calzados, cintos, bolsos y mochilas. Y con cada enmienda le alarga la vida a un oficio que sobrevive y se acomoda al paso del tiempo.
Tiene sesenta y dos años y durante más de la mitad de su vida, tuvo entre sus manos lo que otros llevan en sus pies. “Aprendí un poco de casualidad. Yo era enfermero y en 1983, estaba sin trabajo. El señor Silvestre Rodríguez, que era uno de los zapateros más antiguos de Villa Mercedes, necesitaba un empleado y yo de caradura me presenté. Se dio cuenta de que no sabía nada de zapatos pero le caí bien y tuvo la voluntad de enseñarme”, relató, con la misma calma que le aplica a su labor.
Es que si algo atrapó a Fernández de ese universo de pomadas, tijeras y pegamentos es que "es un trabajo creativo, que requiere imaginación y mucho detalle. Si viene un cliente y dice que un zapato no le gusta, yo pienso qué le podemos aplicar para mejorarlo. Y no me canso nunca porque no es una rutina. Cada día y a cada momento, tenés un trabajo distinto”, expresó.
Tanto se apasionó con el oficio, que dejó de lado definitivamente su carrera como enfermero y después de estar dos años con su mentor, un hombre mayor que al poco tiempo falleció, Martín decidió empezar su propio negocio. Primero tuvo un local en el barrio 960 Viviendas, después en "la estación" y hace unos trece años se instaló en un salón del club, que mira hacia la calle Buenos Aires.
Con el tiempo, el negocio se expandió y hoy cuenta con la ayuda de Roberto Gatica, un buen empleado que contribuye con las reparaciones. Tienen una clientela ganada y muchas veces deben dar turnos porque el tiempo no les alcanza para tantos calzados. Pero admitió que no todas las épocas fueron buenas. “En la presidencia de Menem, cuando estaba el uno por uno, no sólo cayó el trabajo del zapatero, sino todos los servicios de compostura, como pueden ser los que arreglan televisores, electrodomésticos o los modistas. Porque la gente prefería comprar cosas nuevas antes de arreglarlas. Pero fue un período mentiroso y después empezamos a sufrir las consecuencias de todo eso”, repasó, acodado sobre el mostrador atiborrado de herramientas.
Los "médicos" de zapatos tuvieron que acomodarse a los cambios generacionales e incorporar técnicas y materiales a sus talleres. “Hoy hay muchas más zapatillas que antes y tuvimos que modernizarnos y aprender a cambiarles el fondo, la tela y hoy hacemos todo eso”, sostuvo. Porque la industria también mutó y en el afán de abaratar costos, modificaron la materia prima para confeccionar los calzados. "Yo creo que la industria, sobre todo la nacional, decayó muchísimo. Hoy, por ejemplo, un ochenta por ciento del calzado viene con suela de cartón, con mucha cuerina y poco cuero, al igual que los cintos", analizó.
Sin embargo, según Fernández, hoy el oficio goza de buena salud aunque tiende a envejecer. En Villa Mercedes, los reparadores no son más de una decena y cada vez son menos los jóvenes que se interesan por aprender a dominar las técnicas.
Aún así, cree que los zapateros siempre van a existir. "Perdurar vamos a perdurar porque la gente siempre tiene que calzarse. Ha habido tiempos duros pero hoy un par de zapatos no cuesta menos de 1.500 pesos y un arreglo puede salir menos de la mitad, entonces trabajo siempre vamos a tener", aventuró.
Las mejores épocas para los talleres son durante el otoño y el invierno, cuando la gente usa calzados más abrigados que en verano, cuando lucen apenas ojotas o sandalias, "pero gracias a Dios, tenemos trabajo todo el año", detalló.
En su local, en esa especie de hospital donde cosen las heridas de suelas y tacones, reposan unos cuatrocientos calzados recuperados. Un gran porcentaje de ellos son ejemplares que sus dueños no vuelven a buscar. Por eso, todos los años retiran los zapatos olvidados y los donan a comedores de barrios necesitados.
“Aparte de ser mi medio de vida, es una profesión a la que yo amo. Y es parte de mi vida y de la de mi familia. Llevo tantos años y creo que voy a morir con este oficio”, concluyó con satisfacción y un dejo de nostalgia.


Más Noticias