Lo positivo que me brindó esta experiencia fue unir ese sentimiento nacionalista, que me inculcaron de chico, con la profesión para brindársela a nuestros militares. Me siento un elegido y estoy muy orgulloso”, expresó Federico Garro, el primer médico puntano en trabajar como profesional en la base permanente Esperanza, en la Antártida. Durante un año, compartió con las esposas e hijos de los militares que estaban allí. Aseguró que no es fácil estar encerrado y no ver el sol durante el invierno pero que es una vivencia que le encantaría volver a repetir. Estudió radiología en Córdoba porque recordó que siempre quiso ser como su padre. Hoy vive en San Luis, porque afirmó que es el lugar donde pertenece.
“La base Esperanza es permanente, las transitorias se abren solamente durante el verano. Es del Ejército Argentino y también es una base científica. Había nueve mujeres y 22 niños. Es una experiencia para la familia y sirve para ver cómo se desarrolla el ser humano en todas las edades. En la dotación éramos 67 en total. Estuvimos un año, de febrero a noviembre”, contó.
Estudió en el Liceo Militar de Mendoza, General Espejo. Luego, ingresó a la carrera de Medicina en Córdoba y se especializó en Radiología en el Hospital Italiano de Diagnóstico por Imágenes durante cinco años.
Garro, de 40 años, se desempeñó como jefe de unidad de sanidad de la base. Además, fue Oficial de Medio Ambiente (OMA) y era el encargado de juntar la basura, procesar los desechos. “Tenía que recorrer todas las dotaciones para controlar que nada causara impacto ambiental en el lugar”.
Pero no solamente atendía a los huéspedes de la dotación sino que también se dedicó a la investigación. “Hice un trabajo científico sobre el síndrome ‘Winter Over’ o del encierro. La gente se pone ansiosa porque cuando llega el invierno tapian todas las puertas y ventanas, porque hay vientos de 180 kilómetros por hora y vivís en una temperatura de 40 grados bajo cero. Esto genera hipertensión, insomnio o fobias”, explicó Garro.
Viajar a la Antártida requiere de una preparación previa. “Allá no hay supermercados ni kioscos, no hay nada. Es un desierto de nieve, es muy frío y a veces no podés salir. De acá tenés que llevar champú, dentífrico, jabón y todos los productos de aseo personal para todo un año o más. Se sube todo a un buque y se lleva a todas las bases”, contó.
“Todos los días son distintos. No hay verano, no se siente. En marzo y abril no hay sol. En otoño e invierno ya no hay luz, sólo una penumbra. A partir de fines de noviembre comienza a amanecer de nuevo. En verano podés salir, y cada uno tiene un rol pero todos hacen todo. Es una ciudad chica”, relató.
Garro aseguró que “era como estar en otro planeta. Era un gran desierto blanco de nieve”.
Pero en su estadía en la Antártida le tocó vivir uno de los momentos más difíciles. Perder a su padre. “Me enteré que mi papá se estaba muriendo. Fue duro porque no podía tomar un avión y decir que me iba. Fue muy impactante”, lamentó.
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