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Nuestro hombre en la Revolución

Marcelino Poblet fue el primer representante de San Luis en un gobierno nacional. Para la mayoría de los puntanos es un ilustre desconocido.

Por Gustavo Luna
| 07 de agosto de 2017
María del Carmen Orozco Poblet, descendiente del prócer.

“¿Marcelino Poblet? Me suena, ¿no es el nombre de una calle de San Luis?”. Lo es. Pero no de una calle céntrica, porque ésas están reservadas a próceres nacionales, incluso extranjeros, o a batallas importantes. El nombre de don Marcelino está perdido entre otros ignotos a los que la mayoría de los puntanos registra sólo por la nomenclatura de la vía pública. Casi nadie sabe que ése hombre fue el primer representante de San Luis en el gobierno nacional que surgió de la Revolución de Mayo.

 

Integró la Junta Grande, llamada así porque a partir de diciembre de 1810, con la llegada de los diputados del interior, se amplió la Primera Junta, el primer gobierno patrio, en el génesis de la Nación Argentina.

 

Poblet fue nuestro hombre en la Revolución. El término representante se ajusta perfectamente a su figura. Porque trasluce su propia importancia, pero también pone en valor al pueblo que lo eligió para que llevara su voz y la sumara al movimiento revolucionario. No es poco. Ni es intrascendente. En el diputado por San Luis a la Junta Grande está simbolizado el coraje de los puntanos en la hora crucial de decidir si adherían a la insurrección contra el gobierno del virrey –representante directo del rey de España, preso en Francia tras la invasión napoleónica a la Península Ibérica– o se mantenían sumisos al andamiaje del devaluado poder de la monarquía española.

 

Si lo del coraje de los puntanos suena a discurso patriotero es porque no se conoce el contexto en el que los vecinos de San Luis resolvieron adherir a la revolución. Por el mismo motivo, Poblet es un ilustre desconocido. “Nadie sabe quién es. Cuando yo iba a la escuela sabía porque mi abuela, Carmen Poblet, hablaba con mi papá, y mi papá conmigo, y así, pero nada más que en el grupo familiar, por la herencia del apellido”, cuenta, a sus 80 años, María del Carmen Orozco Poblet, descendiente del prócer.

 

Marcelino nació en San Luis el 2 de junio de 1761. Era hijo del chileno Francisco de Poblete y de Manuela Gómez de Lamas, señala el historiador Urbano J. Núñez. En 1780, con 19 años, integraba la Compañía Distinguida de Nobleza, ya que en esa época los vecinos tenían la obligación de integrar las milicias que defendían las ciudades.

 

Cuando se desató la “fiebre del oro” en San Antonio de las Invernadas (La Carolina), Poblet fue a buscar riqueza en ese yacimiento. El cabildo de San Luis fue uno de los primeros en adherir, el 12 de junio de 1810, al movimiento insurreccional de mayo. Cuatro días antes lo había hecho el cabildo de Concepción del Uruguay, en Entre Ríos. Pero hay un detalle que no es menor: Concepción está a 304 kilómetros de Buenos Aires; San Luis, a 821.

 

La clave para dimensionar de manera cabal la valentía de los habitantes de San Luis está en un par de datos: uno es que adhirieron a la revolución ni bien recibieron la notificación de que tal levantamiento se había producido en Buenos Aires y de que, si lo apoyaban, debían elegir un diputado. El otro, que San Luis pertenecía a la gobernación intendencia de Córdoba del Tucumán, uno de los centros más importantes del poder de España en América. Y el gobierno cordobés no se conformó con presionar a los puntanos para que no se plegaran al movimiento revolucionario, los amenazó con mandar el ejército para sofocar la iniciativa de emancipación.

 

Era ya la oración del 11 de junio cuando un jinete entró al galope a la ciudad. San Luis se extendía un par de cuadras alrededor de la Plaza Mayor, la actual Independencia, en el sosiego sólo amenazado por algún malón ranquel que un vigía, apostado en el cerro El Lince, debía tratar de adivinar oteando el horizonte hacia el sur.

 

El emisario entró por el Camino Real, no más que una huella que venía de Buenos Aires, surcada por patas de caballos y ruedas de carretas. Era don Manuel Corvalán, el mendocino comisionado por la Junta revolucionara para traer la noticia a Cuyo. Preguntó dónde podía ubicar a algún hombre del cabildo y le indicaron un solar de la actual calle Ayacucho, entre Mitre y Caseros.

 

Allí residía don Marcelino Poblet, el alcalde de primer voto, llamado así por resultar el primer elegido entre los vecinos, en una votación que se hacía cada 1° de enero, para integrar el gobierno comunal, el Cabildo, que concentraba en sus funciones los tres poderes del Estado. Ser el alcalde de primer voto implicaba ser el presidente del cuerpo.

 

Aquella fría noche de invierno de hace 207 años, Corvalán le dio a Poblet la buena noticia de la formación de la junta. Había llegado lo más rápido posible a traer el mensaje. “Ése fue el WhatsApp de la revolución”, les dijo el historiador Martín Baca a estudiantes secundarios, el 12 de junio de este año, en una charla en el Archivo Histórico Provincial, a propósito de la adhesión de San Luis, para significar la prontitud, dados los medios de transporte de la época, con que había llegado la noticia y la inmediatez con que los puntanos decidieron adherir al movimiento.

 

El dueño de casa le dio a Corvalán otras dos buenas noticias, aquél 11 de junio de 1810. Le adelantó su voluntad favorable, que descontaba tendrían también los otros representantes de la villa –lo que en cierto modo acarreaba una tranquilidad para el emisario, por su seguridad personal–, y le dijo que no necesitaba salir a buscar posada, porque se hospedaría en su casa.

 

La residencia de Poblet ya no existe. En la misma cuadra, el frente de la casa de María del Carmen Orozco Poblet, en Ayacucho 1283, ostenta hoy una placa de bronce colocada por la escuela “Normal Mixta”, por iniciativa del historiador Hugo Arnaldo Fourcade.

 

Los miembros del Cabildo eran Poblet, Agustín Palma, Alejandro Quiroga, Jerónimo L. Quiroga y Santiago Funes. Debían tomar una decisión bajo la presión de saber que se granjearían, como ocurrió, las amenazas de Córdoba, que llegaban mediante notas en las que el gobernador cordobés, Juan Antonio Gutiérrez de la Concha, los tildaba de delincuentes y traidores. Les advertía que responderían “con sus personas y sus bienes” si no daban marcha atrás en su resolución. Porque, en efecto, aquel 12 de junio de 1810, los vecinos de San Luis proclamaron su adhesión a la revolución. Por eso ahora, en esa fecha San Luis celebra el “Día del Cabildante Puntano”.

 

El 30 de junio, a las ocho de la mañana, los cabildantes fueron a misa antes de reunirse a deliberar, en la sede del gobierno de la ciudad, a un costado de la Plaza Mayor, en la actual calle San Martín, metros al sur de 9 de Julio, donde ahora está ubicada la Casa de las Culturas. Tenían que elegir diputado y lo designaron a Poblet.

 

El gobernador de Córdoba –que el 26 de agosto de 1810 moriría fusilado junto a Santiago de Liniers, en Cabeza de Tigre, por haberse opuesto al movimiento insurreccional– intimaba a los puntanos a mantenerse leales a los representantes del rey Fernando VII, advirtiéndoles que recibiría auxilio militar de Potosí y Salta para sofocar su levantamiento. Al comandante de las milicias de San Luis, José Ximénez Inguanzo, le había ordenado que desconociera la autoridad del Cabildo de San Luis y marchara a Córdoba “con toda la gente de armas de la ciudad y su jurisdicción”, para sumarla a las tropas con las que pretendía enfrentar a la expedición enviada al interior por la Junta de Buenos Aires, al mando de Francisco Ortiz de Ocampo.

 

El Cabildo de San Luis le contestó que “no se detenía por el momento a refutar la falta de razón y justicia de sus amenazas”, ya que “había recibido instrucciones de la Junta de Buenos Aires para tratarlo (al gobernador de Córdoba) como a un enemigo declarado del Estado, actitud que estaba decidido a mantener con toda energía”.

 

Acto seguido, desconoció la autoridad del gobernador, lo declaró enemigo de la “nueva causa”, destituyó al comandante Ximénez Inguanzo y prohibió su entrada a los cuarteles. Le pidió apoyo al Cabildo de Mendoza, por si Gutiérrez de la Concha intentaba atacar.

 

Además, por si hacía falta otra muestra de su decisión a favor del movimiento revolucionario, dispuso enviar ciento cincuenta soldados a sumarse a las tropas de Ortiz de Ocampo.

 

Recién cuando, sorteando penurias, San Luis logró reunir el dinero que demandaba el viaje y la estadía del diputado en Buenos Aires, Poblet emprendió la marcha, a fines de 1810.

 

Las luchas intestinas entre los revolucionarios, la naciente tensión entre el puerto y el interior, no tardaron en relegar a un margen a los diputados provincianos. Poblet volvió a San Luis, fue protagonista central de conflictos políticos locales y fue confinado al paraje El Tala, próximo a Villa del Carmen, a principios de 1812.

 

En 1815 ingresó a la Cofradía del Rosario, de la que también fueron miembros sus descendientes, hasta el padre y las tías de María del Carmen Orozco Poblet, según le contó ella a Cooltura.

 

Por esa pertenencia, el historiador José Villegas sostiene que don Marcelino, que murió en 1825 –en octubre, probablemente– estaría sepultado, como otros cofrades, en la explanada de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario del Trono, junto al Antiguo Templo de Santo Domingo, en 25 de Mayo y San Martín.

 

 

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