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El conflicto en Siria: una guerra sangrienta que nació en paz

En el comienzo fueron protestas pacíficas contra el gobierno. La Primavera Árabe, los temores y el ansia de poder de al-Ásad y los intereses de las potencias mundiales alimentaron la maquinaria de la guerra.

Por redacción
| 22 de abril de 2018
Los exiliados de la guerra. Familias dejan la región de gouta oriental por el corredor de Hawsh al-Ashaari. el conflicto sacó de sus hogares a más de 11 millones de personas. Foto: AFP

Siete años después, mientras las potencias juegan sus cartas y la guerra tiñe de sangre y desesperanza el territorio sirio, es difícil recordar que todo comenzó con un puñado de problemas comunes a todos los países del mundo, en mayor o menor medida, y de la mano de protestas pacíficas. La locura y la embriaguez que provoca el poder pueden convertir una chispa en un conflicto del que no parece haber salida sin sufrimiento, y en el que las "soluciones" han forzado una escalada militar sin fin que ya costó la vida de medio millón de personas.

 

Las consecuencias de la guerra han sido catastróficas: además de los 510 mil muertos, entre ellos 106 mil civiles según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, más de 6 millones se vieron forzados a desplazarse dentro de Siria, más de 400 mil viven en campos de refugiados en países limítrofes y unos 5,5 millones de sirios buscaron refugio en diferentes partes del mundo. Su llegada a Europa en los últimos años causó una grave crisis humanitaria y política en el Viejo Continente.

 

Siria es noticia hoy, triste realidad en un mundo cada vez más violento. Pero todo empezó antes del 2011 con un levantamiento en paz. ¿Las razones? Desempleo, corrupción, falta de libertades políticas y represión. ¿El destinatario? El gobierno del presidente Bashar al-Ásad, quien había reemplazado en 2000 a su padre Hafez (murió ese año) gracias a una enmienda constitucional que le permitiría asumir el poder con menos de 40 años. Tenía 34.

 

Esas protestas se intensificaron con la aparición de la Primavera Árabe, nombre que recibieron las protestas y levantamientos que comenzaron en el Sahara marroquí y en Túnez a fines de 2010 y se extendieron hasta 2013. Esa Primavera se llevaría puestos los gobiernos de Zine el Abidine Ben Ali en Túnez, Hosni Mubarak en Egipto, Muammar Gaddafi en Libia, Samir Rifai en Jordania, Ali Abdullah Saleh en Yemen. A Gaddafi incluso le costó la vida: fue ejecutado cuando lo descubrieron mientras huía, en octubre de 2011.

 

 

 

El origen

 

En marzo de 2011, en Siria, un grupo de adolescentes que pintaron consignas revolucionarias en un muro escolar en la sureña ciudad de Deraa fue arrestado y torturado por las fuerzas leales al gobierno.
El hecho provocó protestas más firmes. Las más grandes en Damasco y Alepo el 15 de marzo, la fecha en la que se conmemora el inicio del conflicto en Siria. Se extendieron durante varios días.
Las fuerzas oficiales respondieron abriendo fuego contra los manifestantes, matando a varios, lo que provocó que cada vez más personas salieran a las calles.

 

El levantamiento se extendió por todo el país: exigían la renuncia del presidente al-Ásad. La respuesta de fuerza del gobierno para sofocar la revuelta sólo reforzó la determinación de los manifestantes. Pronto, cientos de miles protestaban en todo el país exigiendo su salida.

 

El temor de al-Ásad de correr la misma suerte que varios vecinos lo decidió a poner en práctica una durísima represión a las manifestaciones. De un día para el otro, las que eran protestas pacíficas se convirtieron en baños de sangre a la luz de la represión oficial. El ejército sirio fue tomando las calles en las principales ciudades del país y la guerra civil estalló.

 

Los simpatizantes de la oposición comenzaron a armarse; primero para defenderse, después para expulsar a las fuerzas de seguridad de sus regiones. Al-Ásad prometió aplastar lo que calificó como "terrorismo apoyado por el exterior".

 

La violencia creció rápidamente en el país. Aparecieron cientos de brigadas rebeldes para combatir a las fuerzas del gobierno, y lograr el control de ciudades y poblados.

 

En 2012 los enfrentamientos llegaron hasta la capital Damasco y la segunda ciudad del país, Alepo. Para entonces el conflicto ya era mucho más que una batalla entre quienes apoyaban a al-Ásad y los que se le oponían.

 

Y adquirió pronto características sectarias, enfrentando a la mayoría sunita del país, contra los chiítas alauitas, la rama musulmana a la que pertenece el presidente.

 

Además, a partir del apoyo de Rusia e Irán al gobierno sirio, arrastró a las potencias regionales e internacionales, lo que le dio otra dimensión al conflicto.

 

La posición cada vez más fuerte de rusos y estadounidenses extendió los efectos y la duración de la guerra. Su apoyo militar, financiero y político al gobierno o la oposición contribuyeron a intensificar los enfrentamientos y han convertido a Siria en un enorme campo de batalla que somete a su pueblo a vivir entre ruinas y lo obliga a emigrar para sobrevivir.

 

Las potencias regionales han sido acusadas de fomentar el sectarismo en lo que era un Estado ampliamente secular. Las divisiones entre la mayoría sunita y los chiítas alauitas provocaron que ambas partes cometan atrocidades que han causado enormes pérdidas de vidas, han destruido comunidades, fortalecido posiciones y reducido las esperanzas de lograr una solución política.

 

El Consejo de Seguridad de la ONU intentó instalar el diálogo, apuntando implementar el Comunicado de Ginebra de 2012 que contempla un organismo de gobierno de transición con amplios poderes ejecutivos "formado sobre la base de consentimiento mutuo".

 

Pero las conversaciones de paz de 2014, conocidas como Ginebra II, se interrumpieron y la ONU responsabilizó al gobierno sirio por rehusarse a discutir las demandas de la oposición.

 

En enero de 2016, Estados Unidos y Rusia persuadieron a los representantes de las partes en guerra para que asistieran a negociaciones en Ginebra y discutir una ruta de paz planteada por el Consejo de Seguridad. Incluía un cese del fuego y una transición política que llevara a elecciones.

 

Otra vez todo fracasó en la "fase preparatoria" cuando las fuerzas del gobierno sirio lanzaron una gran ofensiva en la norteña Alepo.

 

Estados Unidos y Rusia negociaron ese año varios acuerdos de cese de hostilidades, pero naufragaron.

 

En enero de 2017, Rusia, Irán y Turquía anunciaron un acuerdo para que cese el fuego parcial. Tampoco llegó a tener éxito.

 

Más recientemente hubo treguas parciales —no siempre respetadas— para permitir la llegada de ayuda humanitaria a regiones como la de Guta Oriental.

 

 

La última escalada 

 

Pero con el comienzo del 2018 las tensiones recrudecieron, el presidente Donald Trump subió la vara al reclamar y lograr nuevas sanciones internacionales contra Siria y Rusia, y el panorama se complicó completamente. 

 

Un presunto ataque con armas químicas el 7 de abril en la localidad de Duma, en las afueras de Damasco, que dejó 40 muertos y fue atribuido a las fuerzas leales a al-Ásad, fue usado como excusa por Estados Unidos para lanzar su ofensiva.

 

Se habló del uso de gas sarín y cloro, pero nunca se mostraron pruebas. Rusia y Siria negaron tajantemente el empleo de esas armas.

 

Trump lanzó el sábado 14 de este mes un ataque con misiles desde barcos y aviones contra supuestos objetivos militares donde el gobierno sirio fabricaría esos armamentos prohibidos. El ataque fue acompañado por Gran Bretaña y Francia, apoyado por Israel, la OTAN y la Unión Europea, y criticado por el mundo árabe, Venezuela e Irán, entre otros. Rusia advirtió por el deterioro de las relaciones internacionales; China le pidió a Washington aprender de los errores de su invasión en Irak, donde las armas químicas nunca aparecieron, el país quedó devastado y las fuerzas estadounidenses sufrieron considerables bajas en medio de una guerra terrible.

 

La Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) llegó el domingo pasado a Siria para investigar el ataque en Duma. Pero su acceso fue trabado por las autoridades sirias. El jueves pasado, cuando llegaban a la zona del ataque, el cuerpo de seguridad de la ONU que los protegía fue atacado a balazos y con explosivos, y debieron abandonar sus tareas.

 

La violencia no cede; las imágenes que llegan desde Siria son terribles, angustiantes. El final de un conflicto que encierra reclamos populares, choques religiosos y enormes intereses económicos no parece cercano.

 

En medio de facciones, países y millonarios negocios (empresas rusas, estadounidenses y europeas ya "sueñan" con los millones que dejará la reconstrucción) está la ciudadanía siria. Los civiles son las verdaderas víctimas y quienes, por culpa del extenso conflicto armado, han tenido que dejar su país para sobrevivir. Así inició lo que hoy conocemos como "la crisis humanitaria de refugiados". Varios de ellos eligieron San Luis desde el año pasado.

 

La guerra cumplió siete años hace poco, y ha provocado una de las más grandes crisis humanitarias del mundo. Hasta el día de hoy, el conflicto armado está lejos de dar un esperado giro optimista hacia la paz.

 

 

Las verdaderas víctimas

 

Los muertos, heridos, desplazados y refugiados le ponen cifras a una crisis humanitaria que va mucho más allá de los números. Sólo cuantifican un dolor inexplicable. En Siria sobrevive una generación de chicos y jóvenes que en su vida sólo han escuchado el ruido de las bombas, de las explosiones y de los edificios cayéndose. También han soportado ataques con armas químicas, que, si no los mataron, terminaron con sus ciudades y familias.
Los países vecinos enfrentan una crisis tratando de albergar al que se considera es uno de los mayores éxodos de refugiados de la historia reciente. Otro grupo de refugiados buscó asilo en Europa, lo que provocó tensiones y divisiones en los países de la Unión Europea sobre cómo compartir la responsabilidad de asilarlos.
Según la ONU se necesitan 3.200 millones de dólares de ayuda para los 13,5 millones de personas, incluidos 6 millones de niños, que no tienen tiempo para esperar. Cerca del 70% de la población no tiene acceso a agua potable, una de cada tres personas no puede satisfacer sus necesidades alimentarias básicas, más de dos millones de niños no van al colegio y una de cada cinco personas vive en la pobreza.
Las partes en conflicto complican aún más la situación al complicar el acceso de las agencias humanitarias a los necesitados. Gran parte del país está en ruinas y su población, profundamente traumatizada por la guerra.
La reconstrucción de Siria, una vez que se logre poner fin al conflicto, será un proceso muy largo y difícil.

 

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