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Una voluntad más firme que el hormigón armado

Construyó en Córdoba el dique San Roque, el primero de Sudamérica, que fue el embalse artificial más grande del mundo. Y estuvo preso por eso. Pese a todo, su murallón y su tesón siguieron en pie.

Por Gustavo Luna
| 23 de abril de 2018
En 1944 decidieron hacer una nueva presa, de hormigón, a 150 metros del murallón construido a fines del siglo XIX.

“El dique se viene, el dique se viene”. Eran las cinco de la mañana cuando la Policía empezó a despertar a los gritos a los vecinos de la ciudad de Córdoba, el 27 de julio de 1892. El alerta, más que prevenir una catástrofe, tenía el propósito de instalar la zozobra en la población, para afianzar el infundio de que el dique San Roque, el primero de Sudamérica y el embalse artificial más grande del mundo en esa época, estaba mal construido. Y para desacreditar a sus constructores, el catalán Juan Bialet Massé y el ingeniero Carlos Casaffousth.

 

No habían pasado tres años desde que, el 29 de octubre de 1889, Casaffousth anunciara que el dique estaba terminado. Sólo una vendetta política podía hacer que la Justicia, que suele tener pies de plomo, encarcelara con tanta diligencia a Bialet Massé y Casaffousth, el 8 de octubre de 1892.

 

Pasaron más de un año detenidos, hasta que se comprobó que el murallón era tan só- lido como la voluntad del catalán, nacido el 19 de diciembre de 1846, en Mataró, Barcelona, que llegó como médico a la Argentina en 1873. Vivió en Buenos Aires, Mendoza, La Rioja y San Juan, donde se casó con Zulema Laprida, nieta de Narciso de Laprida, el presidente del Congreso de Tucumán.

 

En 1877, radicado en Córdoba, le ofrecieron hacerse cargo de la recién creada cátedra de Medicina Legal, en la Universidad Nacional. Bialet Massé entendió que para estar a la altura de tal responsabilidad, debía conocer de leyes. Y se puso a estudiar Derecho. En veinte meses se recibió de abogado. Más tarde, ya en su edad madura, cuando le ofrecieron la cátedra de Legislación Laboral y Agrícola, se dedicó a estudiar otra vez y se recibió de técnico agrónomo.

 

Bialet Massé instaló en Córdoba la primera fábrica de cal del país, “La Primera Argentina”, donde produjo material de la misma calidad y a la mitad de precio del que, hasta entonces, importaban de Francia.

 

No se agotan en esos datos los pergaminos del polifacético intelectual y empresario, de cuya muerte, ocurrida en 1907, se cumplen hoy ciento once años. Es, además, el autor de una investigación que plasmó en un documento fundamental para conocer la realidad social de la Argentina que se aprestaba a festejar el centenario: el “Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República”, publicado en 1904.

 

Al final del juicio contra los constructores del dique San Roque se probó que las crecidas no fisuraban el murallón. Pero el escarnio injustificado, la prisión y la pérdida de sus propiedades, que no mellaron el tesón de Bialet Massé, sí hicieron grietas en el ánimo de su socio Casaffousth, que murió de depresión poco después, el 24 de agosto de 1900.

 

De alguna manera fueron víctimas de las disputas políticas de la elite conservadora que gobernaba el país, de la cual formaba parte el ex gobernador de Córdoba (1880-1883) y luego presidente de la Nación Miguel Juárez Celman. Él había favorecido a Bialet Massé para que su empresa construyera el dique, un proyecto que diseñaron Casaffousth y su colega Eugenio Dumesnil.

 

La marejada política arrastró a los constructores. Juárez Celman, sucesor en la Presidencia y concuñado de Julio Argentino Roca, exacerbó el sistema de gobierno presidencialista y lo llevó al extremo, al punto que su gestión fue llamada “el unicato”: él era el único que tomaba decisiones en el Poder Ejecutivo Nacional.

 

Sus adversarios, el propio “El Zorro” Roca entre ellos, no se lo perdonaron. A la crisis política se sumó la económica. Todo desembocó en la “Revolución del Parque” (hito en la génesis de la Unión Cívica Radical), del 26 de junio de 1890, que, aun sofocada por el Presidente, limó tanto su poder que lo llevó a dimitir el 6 de agosto de ese año.

 

El falso perito Stavelius

 

Los enemigos de Juárez Celman no se demoraron en perseguir a sus adversarios. Enviaron un supuesto ingeniero, el sueco Federico Stavelius, a inspeccionar el dique. Y el inspector señaló que el murallón tenía casi un centenar de fisuras que filtraban agua y que, por su probable ruptura, la población río abajo estaba en riesgo.

 

“Escribo a Ud. desde el departamento de Policía donde estoy preso por el crimen de haber construido el dique. Le garanto por mi honor que el dique es bueno, y está bien a pesar de algunos desperfectos causados por el abandono, pero no se asuste. Es cierto que hay que derribar el dique, para que no quede nada que venga de los Juárez ¡¡¡Bárbaros !!!”, le escribe Bialet Massé a Juárez Celman, también caído en desgracia.

 

Stavelius estima que el costo de las reparaciones será de cuatrocientos mil pesos. Aunque siguen en prisión, los responsables de la construcción advierten que ese presupuesto está sobrevaluado y calculan que con apenas 5.000 pesos se pueden refaccionar las roturas causadas por la falta de mantenimiento.

 

Al final, la verdad los hará libres al catalán y a su socio, el 10 de noviembre de 1893. Probaron no sólo que el informe de Stavelius es falaz, sino que hasta el título del técnico es falso. No era ingeniero ni perito idóneo.

 

El escándalo motivó la renuncia del gobernador de Córdoba, Manuel Pizarro, un día después de la liberación de los constructores, que lograron la absolución definitiva dos años después.

 

Las reformas y reparaciones que le hicieron más tarde al dique costaron sólo el uno por ciento de lo que había calculado Stavelius.

 

La inflación, que aumentó los costos de la obra, y el pleito judicial posterior pulverizaron la economía de Bialet Massé, pero no su tenacidad. En 1896 le inició una querella judicial a Stavelius, por perjurio y ejercicio Ilegal de la profesión. Logró que lo extraditaran.

 

Al año siguiente, el dique se rebalsó por segunda vez y el gobierno organizó una fiesta en el embalse. Como el “ingeniero” Stavelius había dicho que cuando el agua colmaba su cota, el muro de contención vibraba y hasta sacudía las tejas de la casa del guardadique, Bialet Massé y varios políticos que habían salido a apoyarlo se pararon sobre el murallón y exclamaron “¡vibra, vibra, Stavelius”.

 

Recién en 1944 decidieron hacer una nueva presa, de hormigón, a 150 metros del murallón construido a fines del siglo XIX. Entonces ordenaron dinamitar el antiguo, hecho con 150 mil toneladas de piedra y la cal que fabricaba Bialet Massé. Pero tres explosiones consiguieron hacerle solo un agujero. Hoy, cuando el agua baja en el embalse, es posible verlo aún, incólume, dándole le razón a su constructor: “La tempestad de pasión pasará y el dique perdurará por los siglos”, había predicho Bialet Massé.

 

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