13°SAN LUIS - Miércoles 24 de Abril de 2024

13°SAN LUIS - Miércoles 24 de Abril de 2024

EN VIVO

Un paseo por el Oriente porteño

Tres cuadras en el barrio de Belgrano componen un atractivo turístico en Buenos Aires con ideario y simbología de uno de los países más grandes del mundo.

Por Miguel Garro
| 05 de agosto de 2019
Fotos: Alejandro Lorda.

La visita a los barrios chinos del mundo suele ser un atractivo turístico que empieza con el pórtico tradicional y se extiende hacia algunas calles que, en rigor, poco representan al país oriental, el cuarto más grande del mundo. En Buenos Aires, el paseo comienza en la esquina de Arribeños y Juramento, donde está la estación Sarmiento del ferrocarril Mitre, que se encuentra en plena remodelación, en pleno barrio de Belgrano. Y la parte colorida y comercial, consta solo de tres cuadras en donde la simbología es permanente.

 

La arquitectura es el primer indicio de reconocimiento de una cultura que tiene símbolos fuertes y muy apegados en cuanto a lo visual. Más allá del chino mandarín que aparece en casi todas las vidrieras; las terminaciones en punta, la simetría bilateral y el rojo como predominante son conexiones inmediatas con el lejano país. También los grandes murales que decoran las cortinas y que el público puede ver solamente cuando los comercios están cerrados.

 

 

 

A eso se suman las estatuas de dragones alados que, al menos a una por cuadra, remiten a una cultura que conoce de historias breves y leyendas difundidas a través de su propia mitología. Todas las estatuas están rodeadas de cadenas para que el público no se acerque demasiado ni se saque fotos en contacto con la figura.

 

 

 

Entre los vecinos del barrio –que tiene a chinos pero también a coreanos, japoneses y vietnamitasla simpatía no es precisamente el sentimiento más corriente. Es muy difícil que, incluso comerciantes, acepten el intercambio de palabras con el forastero y mucho menos con los periodistas que visitan el lugar. Una cámara de fotos no es todo lo bien vista que merecería un sitio habituado al turismo.

 

 

 

Por supuesto que el idioma es la primera barrera a superar. Los ciudadanos chinos dispersos por el mundo no siempre están dispuestos a adaptarse a una nueva lengua y prefieren mantener su dialecto y usar las señas, los monosílabos o las onomatopeyas como forma de comunicación.

 

 

Otro aspecto que hace particular al barrio chino porteño es la gastronomía. En los restaurantes, en los locales de comida al paso y hasta en los kioscos se evidencia una particularidad variedad de platos que es difícil de encontrar en otros puntos de la ciudad.

 

Con las frituras como repetición, en los menús de los bares se puede encontrar sopa de aletas de tiburón, de mariscos, de cangrejo, arroz en todas sus variantes, pollo y pato y una gran variedad de gambas, pulpos y calamares.

 

 

Sonará extraño, pero el sushi no aparece como una opción.

 

 

En la calle, en cambio, las posibilidades se reducen a brochetas de langostino, salchicha, cerdo, kanikama o pollo frito; o para los más naturales albóndigas de vegetales o zapallos, todo pasado por la fritura.

 

 

​​​​​​

 

 

El atractivo de los supermercados (a lo largo de las tres cuadras hay por lo menos cinco de mediano tamaño, similares al Carrefour de frente a la plaza Pringles) consiste no tanto en sus precios como en la posibilidad de conseguir algunos productos importados imposibles de hallar en otros comercios. Polen y cúrcuma para las dietas orgánicas, té verde con cítricos y jengibre; té rojo con rosa mosqueta, melisa, flores y cardamomo; miel en panal y papas fritas sin freír son algunas de las rarezas que hay en los negocios más grandes.

 

 

 

El recorrido comercial por los mercados también incluye novedades respecto a la estética como champús provenientes de variadas, diversas y desconocidas plantas orientales; cremas para todo tipo de cuidados y otros productos cuya utilización sería novedosa para cualquier ciudadano común.

 

 

 

 

Los negocios callejeros son otro punto visual para conocer el movimiento interno del barrio chino porteño, muy distinto al visitadísimo barrio chino londinense -donde hay artistas callejeros de todas las nacionalidades- o al más tranquilo de La Haya, en Holanda, donde la sucesión de hoteles y restaurantes lo convierten en un tramo muy sobrio de la ciudad.

 

 

 

En Buenos Aires, en cambio, las chucherías que se encuentran en la Villa de la Quebrada están todas en las tres cuadras orientales, con amontonamientos de muñecos, juguetes, recuerdos y vestimenta a precios muy convenientes que se mezclan con Pokemones, personajes de Dragon Ball Z y galletas de la fortuna para darle un ideario oriental al paseo. Y en los kioscos se pueden conseguir bebidas importadas con sabores extraños y, para los coleccionistas, latitas y botellas de Coca cola, Pepsi, Fanta y Sprite escritas en mandarín.

 

 

LA MEJOR OPCIÓN PARA VER NUESTROS CONTENIDOS
Suscribite a El Diario de la República y tendrás acceso primero y mejor para leer online el PDF de cada edición papel del diario, a nuestros suplementos y a los clasificados web sin moverte de tu casa

Suscribite a El Diario y tendrás acceso a la versión digital de todos nuestros productos y contenido exclusivo