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Carlos Astorga, un heladero que mantiene vigente un viejo oficio

Tiene 52 años y hace diez que recorre los parques Las Naciones y el IV Centenario. Estaba sin trabajo y por un conocido supo del rubro. Unos compañeros le regalaron la chaqueta, la caja y el silbato.  

Por redacción
| 01 de marzo de 2020
Sacrificio. Todos los días Carlos prepara con mucho cuidado la caja para transportar los helados. Además, le pone hielo seco para que no se derritan. Foto: El Diario.

Con una chaqueta blanca que anuncia su llegada y una bici con una caja de telgopor, Carlos Astorga (52) todas las semanas recorre el Parque de las Naciones y el Parque IV Centenario. Con un solo soplido de su silbato despierta la alegría de los futuros comensales en busca de un helado. 

 

Como todos los días, llegó al Parque de las Naciones. Sonriente acomodó su gorra para protegerse del sol intenso y se dispuso a ofrecer "palitos, tacitas y bombón bañado en chocolate". Hace más de 10 años que en la época estival Carlos recorre las calles puntanas. No le importa si hacen  35º grados o llueve, él siempre sale en la siesta y cumple con su labor que tantas satisfacciones le trajo. 

 

Fue gracias a un conocido que dio con su profesión, porque en ese entonces estaba sin trabajo. "No tenía ni para comer. Le comenté mi situación y me dijo que hablara con su cuñada, que ella tenía un comercio en donde repartía helados a la gente para vender. De ahí sacábamos un porcentaje", dijo con nostalgia y recordó que recibir esa noticia fue un alivio.  

 

Lejos de quedarse quieto, se presentó en el local y le comentó que quería empezar, pero no contaba con las herramientas. Fue ahí donde unos viejos compañeros del oficio le prestaron un silbato y la caja de telgopor. Lo único que le faltaba era la bici, pero no fue un impedimento para él. "Tomé la caja y caminé por los barrios 1º de Mayo y San Martín. Al principio me daba vergüenza y no sabía cómo acercarme a la gente, pero con el tiempo gané confianza", dijo con un sonrisa.

 

Carlos es un especialista en el producto que vende: "No es solo cargarlos y ya está. Primero hay que poner hielo seco para que no se derritan, ya que siempre y cuando estén en buenas condiciones los podés devolver. Si no perdés mucha ganancia", destacó. Sobre la elección de los clientes contó que mucho depende de las preferencias de gustos, pero sobre todo influye la parte económica. "A veces piden los más barato, que son los de agua. Algunos de bajos recursos juntan unas moneditas y se dan el gusto de llevarse un bombón de chocolate, mientras que quienes tienen varios hijos optan por las tacitas, que les rinden mucho más", manifestó.

 

Después de unos meses de haber gastado las suelas de las zapatillas, Carlos por fin pudo comprarse su bicicleta, que hasta el día de hoy lo acompaña en sus recorridos diarios. "Mi expareja guardaba lo que ganaba y cada quince días le pagaba a un muchacho la cuota, hasta que un día fue totalmente mía", expresó emocionado y precisó que el ser heladero le dio muchas satisfacciones que no esperaba tener. 

 

"Nací en Mendoza, pero hace más de 30 años que vivo en San Luis. Me vine con lo puesto, en mi casa lo único que teníamos era un par de sillas y una garrafa. Todo muy precario. Me esforcé y gracias a este oficio pude comprar los muebles y armar nuestro hogar. Eran otras épocas", precisó orgulloso.  

 

Para tener unos pesos más, el puntano por adopción trabaja media jornada en el Plan Solidario. "Nunca me quedo sin hacer nada. La situación está complicada y la peleo todos los días", destacó el heladero, quien apenado aseguró que su rubro sigue vigente, pero que cada vez son menos por falta de ventas. 

 

Todas las semanas, Carlos sale de su casa al mediodía y dice que conoce perfectamente qué hora es la indicada para trabajar en cada lugar. "Los domingos la gente sale tipo 15. Primero me voy al río del Parque IV Centenario y tipo 16 parto para el Parque de las Naciones. Ya soy conocido por la zona, siempre me ven y me compran", concluyó Carlos, quien se subió a su bicicleta y se fue contento a su casa: vendió los 100 helados que había comprado. 
 

 

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