Tras el aislamiento, trabajadores callejeros retornan a su labor
Cafeteros y lustrabotas volvieron a recorrer la plaza Pringles. Con medidas de precaución de por medio, buscan regresar a la actividad tras 70 días paralizados
Jorge Luis Díaz, “El Gato”, “El doctor de sus zapatos”, colocaba ayer, pasadas las 10 en una esquina de la plaza Pringles, una solución de agua con lavandina y creolina sobre la suela de los zapatos de su cliente. Con el barbijo puesto y tras recibir el dinero por su servicio de lustrabotas, agarró una barra de jabón blanco, la sacó de un estuche y empezó a lavarse las manos en una fuente, que por la pandemia de coronavirus, la Municipalidad instaló en esa misma esquina.
La nueva normalidad, con distanciamiento social y tapabocas de por medio, provocada por un virus que en la provincia no tiene contagiados desde hace más de 60 días, afectó en gran parte a los trabajadores informales, esos que patean la calle y no cuentan con otro sustento que el que hacen en el día recorriendo la ciudad. El Diario de la República constató que cafeteros, lustrabotas, vendedores ambulantes y artesanos están en plena actividad.
De quienes aceptaron dar su testimonio, "El Gato” es quien se mostraba más entusiasmado por recibir clientes nuevamente. Radicado en San Luis desde hace once años, ya tiene una silla personalizada con su nombre y hace poco más de un mes se animó a volver a su esquina, frente al Banco Nación, empujado por la necesidad.
“Estuve 70 días aproximadamente sin venir. No quería transmitir ninguna enfermedad a mi familia, mis hijos. Otra de las cosas es que tomé todas las precauciones, de cómo cuidar a la gente”, explicó el lustrabotas. “Estuve encerrado en casa. Llegó un momento en que los ahorros que tenía guardados lamentablemente se terminaron. No tengo sueldo, jubilación, pensión y uno vive de la calle, lamentablemente tenés que volver. La necesidad te obliga a volver a trabajar”, justificó.
Díaz admite que la actividad aún no vuelve al ritmo de antes. “Está muy lento. La gente tiene un poco de temor, miedo y lo bueno es que siempre me felicitan por las determinaciones que tomé, para mi seguridad y la de mi familia”, describió. “Estoy agradecido de la gente, con un corazón tan grande que de una forma u otra me colabora lustrándose, aportándome el pan diario de mi familia”, aprovechó para decir el lustrabotas, quien reconoció no tener ninguna dificultad para realizar su trabajo de parte de la Policía o la Municipalidad.
Precavido. "El Gato" Díaz echa una solución de lavandina y creolina en las suelas del zapato de su cliente. Foto: Martín Gómez.
Cada trabajador sin oficina más que las veredas y con compañeros como policías y agentes de tránsito tiene una historia diferente que lo llevó hasta ese lugar. Cristian David Castro era empleado del shopping y por “un exceso de personal”, su empleador le ofreció salir con un carrito a vender café. Ayer era su segunda jornada laboral con buenas ventas, con el café a 40 pesos y con una medialuna a 60.
“Para nosotros fue muy duro. A veces no teníamos para comer. Nos estamos reinventando para tratar de sobrellevar esta crisis”, admitió. “Nunca pensé que iba a salir a vender café, pero tampoco es nada de otro mundo. Antes de salir a robar, prefiero salir a trabajar”, dijo con una leve sonrisa. El joven marcó que la Municipalidad no le solicitó habilitación, solamente tener la libreta sanitaria al día y los cuidados necesarios.
Hay otros que vieron una oportunidad en el parate. Angélica Gredo hace tres años y medio no se tomaba vacaciones de su trabajo de vender café, té y hasta ensalada de frutas. “Por una parte lo tomé bien, como un descanso. Por otra parte, uno no está preparado para una situación así”, afirmó, haciendo un balance sobre el momento inédito que vive el mundo.
“Decidí volver porque este es mi trabajo, este es mi sustento. Yo no recibo ayudas, lo que vendo a diario es mi alquiler y mi comida”, apuntó. Con un permiso de circulación y otros trámites pendientes, salió de nuevo a la calle en su bicicleta adaptada con canastos para alojar termos y tortitas.
A las 10 el centro mostraba actividad casi similar a la de antes de la pandemia. Filas largas en bancos y locales de pago de servicios y policías monitoreando. La diferencia radicaba en un carro de bomberos que recordaba constantemente mantener el distanciamiento social, que a simple vista parecía no cumplirse y el uso casi generalizado de barbijos. En esta nueva normalidad, de a poco los trabajadores de la calle volvían a su trabajo, con precaución, pero entusiasmo para ganarse su sustento.


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