Homenaje al natalicio 127° de Augusto Müller

Entre saxos, trompetas y flautas traversas flotantes, amigos, estudiantes y familiares de Augusto Müller recordaron al director y fundador del Orfeón Puntano en el aniversario 127° de su natalicio. “Don Augusto”, como le decían quienes lo querían, era un hombre de familia y sobre todo un amante de la música que pasaba horas escribiendo a mano las partituras para sus alumnos.

El Centro Cultural Puente Blanco se transformó, durante dos horas del lunes, en un cafetín antiguo. Seis mesas con manteles en blanco y negro, como si fuera un filme viejo, bordeaban a uno de los protagonistas del homenaje: una lira tallada en madera que acompañó al Orfeón Puntano desde sus inicios, en 1930, y que fue restaurada por Jorge, uno de los exalumnos de Augusto.

Entre los invitados flotaban instrumentos que colgaban desde el techo y partituras que había distribuidas por las escaleras que rodean el salón. Olga Müller, la hija de Augusto, fue la invitada de lujo. Una mujer canosa, de sonrisa gentil que resaltaba entre los demás, parecía ser el único toque de color entre la ambientación vintage y las tenues luces blancas.

El primer contacto con la música llegó pasadas las 19, cuando la joven violinista de 16 años, Pilar Mareco, inundó el salón con el desliz del arco por las cuerdas y su rápido movimiento de dedos sobre el mástil del instrumento con su interpretación de un preludio.

Luego, fue el turno de tres de los alumnos de “Don Augusto” de tomar el micrófono y recordar anécdotas. Jorge, uno de los más emocionados por el homenaje, rememoró los viajes que hicieron con él, y una particular anécdota cuando, camino a la Villa de Merlo, volcó el auto en que iban. “Él decía que en la guerra cantaba con pedazos de balas en la espalda, así que eso no le iba a hacer perder el gusto de cantar junto al Orfeón Puntano”, recordó Jorge.

“Don Augusto” fue un austriaco que estudió música en el Conservatorio Imperial de Viena. Sin embargo, en 1914 lo llamaron para luchar entre las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Cuatro años después, decidió emigrar a Argentina e instalarse en San Luis.

“A mi papá le gustaba muchísimo lo que hacía, trabajaba una barbaridad porque era su pasión. Creo que a él, después de esa guerra infame, lo que lo salvó acá cuando vino a la Argentina fue la música, vivía por la música”, relató una emocionada Olga, quien aseguró que a su papá no le gustaría el homenaje ya que no creía en ellos.

Pasadas las 20, comenzó el segundo segmento musical a mano del coro femenino Sistema Sueños del Arte, seguido por Diego Tello. El pianista cerró la noche con la sonata “Claro de luna'' de Beethoven, un pequeño reconocimiento para Olga y su carrera como concertista de piano.

Tras algunas lágrimas derramadas, a causa de la nostalgia, y sobre todo muchas risas por el recuerdo de la personalidad chispeante y musical de “Don Augusto”, la fábrica artesanal Tecla Funes le regaló un telar en colores tierra a Olga, como un pequeño agradecimiento por la labor que su padre realizó por el arte y los coros puntanos.

 Redacción - NTV