23°SAN LUIS - Domingo 28 de Abril de 2024

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Los tatuajes definen como persona

Nunca me importó el qué dirán. Siempre llevé mi vida sin advertir las opiniones ajenas, porque son solo eso, visiones de la vida basadas en lo aprendido. Son cargas que no me corresponden.

 

Aun así, hace poco viví una cuestión que me hizo reflexionar y me pareció un desafío interesante para volcar en palabras. Caminaba en la siesta por una calle alejada del microcentro. Había una tranquilidad estresante, de esas quietudes que anticipan que lo peor está por venir. Sin embargo, no me inmuté y seguí el ritmo de mi paso.

 

En un momento, venía por la misma vereda una mujer. Me miró y vi en sus ojos el miedo. Pero antes de ese temor incontrolable, miró fijamente mis tatuajes. Los vio con cierto pavor e inmediatamente se abrazó a su cartera, como aferrándose en un sello inseparable.

 

Le devolví una sonrisa comprensiva. Entiendo que quizá mi apariencia le podía generar algún tipo de prejuicio. Pero lejos de calmar las aguas, le causé más temor y cruzó aceleradamente a otra calle.

 

Me apenó. No por mí, porque en lo personal los tatuajes forman parte de mi filosofía de vida. Pero pensé en cómo las estructuras o las concepciones del mundo nos pueden hacer vivir más infelices. En el caso de esta mujer, por ejemplo, experimentó minutos de tensión innecesariamente. Estuvo en alerta, casi de la misma forma en la que el cerebro actuaría frente a un peligro inminente, pero sin sentido.

 

Entonces, la pregunta invadió mi conciencia: ¿nos definen como persona los tatuajes? En una mirada apresurada uno podría pensar que no, pero si se rumia el concepto, estoy seguro de que la respuesta es afirmativa.

 

El arte en la piel forma parte de mi vida desde que soy niño. Hacia fines de los años 90 y principios del 2000, para mí era un deleite comprar revistas de tatuajes. Pasaba horas leyendo artículos sobre la historicidad de estas prácticas, que son tan antiguas como el hombre mismo.

 

Me hipnotizaban los inmaculados diseños que artistas del mundo plasmaban en las personas. Desde esos momentos, estaba seguro de que en algún instante de mi camino la tinta iba a ser una constante. Y no un capricho, sino un anclaje existencial, un modo de mirar las cosas. No venía de mi interior, me fue dado por intuición.

 

El primer tatuaje que me hice fue el nombre de mi mamá, en la época en que los locales alusivos aún conservaban las revistas con diseños para elegir. Era todo un ritual: uno llegaba, observaba tranquilamente los motivos, se pedía un turno o incluso se optaba por la sesión en el momento.

 

Tuve algunos “escraches”, producto de mi inexperiencia a la hora de elegir profesional. Pero esos errores me fueron guiando hacia la gente indicada. Me “rayé”, como dicen los que cuestionan la práctica, cuando no era moda y había cierta marginación. Hoy lo tienen cientos de miles de personas, muchas veces por mera masividad.

 

Año tras año, fui llenando mi cuerpo. Tengo algunos cargados de significados y símbolos, fundamentalmente espirituales: la Virgen de Guadalupe, el Sagrado Corazón de Jesús, un rosario, dos cruces. También llevo conmigo nombres e iniciales importantes para mí: al de mi madre se suma el de mi esposa, el de mi hija, mi hermana, mi abuela y algunos familiares que ya no están en este mundo.

 

Tengo otros con sentidos ocultos, que a simple vista parecen simplemente diseños o frases inconexas, pero que tienen en mi interior un anclaje profundo. La mayoría se me ven a simple vista, otros están más escondidos. Me acompañarán en la eternidad.

 

Mirando el devenir de mi existencia, en la que 13 años han estado atravesados por las agujas, veo que la tinta sí me define. Me traza como un hombre con una apertura al arte, con una sensibilidad a la expresión. Me expone con una bohemia colorida que me equilibra en medio de la estructura incomprensible.

 

Siempre me dibuja una sonrisa la opinión dañina. Porque los que me ven con desprecio no advierten que mi camino es como el de tantos otros, con obstáculos, con logros, pero hermoso, como el despertar cada mañana. Estoy con mi mujer hace 12 años, tengo una hija de 3 años. Una profesión. Vivo de lo que me gusta, que es un sueño cumplido. No tengo mayores problemas, algunos achaques en la salud, pero nada que me haga ver el sol negro.

 

Mi corazón, más allá de tantos defectos que me acechan, está lleno de amor. Y aunque tengo miles de errores, la empatía sacia mis vicios. Mi cuerpo expone un cúmulo de tinta, soy un “tatuado”, pero trato de practicar la virtud en la medida de mis limitaciones humanas. No me hace más ni menos que nadie, simplemente soy.

 

Dicho esto, claramente los tatuajes definen como persona.

 

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