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El signo de la destrucción de la Catedral de Odessa

 La invasión rusa a Ucrania no deja de acumular su saldo criminal. En lo que va de la guerra, las estadísticas arrojan más de 62 mil muertos, arriba de 60 mil heridos, al menos 15 mil personas perdidas y unos 140 mil edificios destruidos. A ese oscuro haber se sumó recientemente la destrucción de la Catedral de la Transfiguración, en la ciudad de Odessa, un templo cargado de historia, tradición y fe.

 

Este lugar fue iniciado alrededor de 1794 por el metropolitano Gavril Bănulescu-Bodoni. Cuentan los hechos que con la muerte de Catalina II de Rusia y el reinado del nuevo zar Pablo I, se bloquearon todos los fondos para la construcción del templo. Finalmente, con el nombramiento del duque de Richelieu como gobernador de Odessa, pudieron reanudar las obras, que fueron consagradas en 1808.

 

Para dar una idea de la riqueza arquitectónica, se trataba de un edificio con decoraciones de mármol policromado. Solo el campanario fue construido entre 1825 y 1837. La iconografía daba un toque artístico infinitamente trascendente. Por su relevancia, pasó a ser el lugar de enterramiento de los obispos de Táurica y del gobernador general de Nueva Rusia, Mijaíl Vorontsov, y su esposa.

 

Para el año 1936, fue destruida por Stalin. Pero el terror soviético, que parecía implacable, no pudo con la fuerza espiritual de un pueblo arraigado a la fe. Tuvieron que pasar varios años hasta que entre 1999 y 2003, fue reconstruida. Para 2010, fue consagrada por el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kirill.

 

Tal como lo afirmó recientemente en una publicación la Arquidiócesis Ortodoxa de Buenos Aires y Sudamérica, “paradójicamente la Catedral pertenece a la jurisdicción ucraniana del Patriarcado de Moscú”. En pocas palabras, definieron un acontecimiento totalmente contradictorio. El edificio todavía depende nominalmente del Patriarcado de Moscú, a diferencia de la Iglesia Ortodoxa Independiente de Ucrania, que obtuvo reconocimiento canónico en el plano ortodoxo en 2019.

 

El último fin de semana fue terrorífico para la ciudad ucraniana que conforma un punto clave del mar Negro, cuyo centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco a principios de este año. No solo el templo religioso fue afectado, sino que bombardearon diferentes puntos. Todo surgió después de que Rusia retirara, a mediados del mes, un acuerdo sobre la exportación de cereales ucranianos; fue así que empezaron a atacar zonas portuarias de la ciudad.

 

El repudio se hizo eco en diferentes sectores. Representantes de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana del Patriarcado de Moscú (UOC-MP) apelaron al patriarca Kirill. Incluso Alexander Klimenko, arcipresidente de la UOC-MP, publicó en el canal de Telegram del arzobispo Victor Artsyzki: “Más de una vez, en tus sermones, hablas de la unidad de la santa Rusia, que estás destruyendo por completo con tus bendiciones y obras”, dijo dirigiéndose a Kirill.

 

Momentos posteriores al bombardeo, el archidiácono de la Catedral, AndryPalchuck, lamentó: “La destrucción es enorme. La mitad de la Catedral quedó sin techo y los pilotes centrales y los cimientos fueron destruidos”.

 

El 23 de julio, después de rezar el Ángelus, el Papa Francisco manifestó: “Sigamos orando por la paz, especialmente por la querida Ucrania, que sigue sufriendo muerte y destrucción, como sucedió tristemente anoche en Odessa”. Las oraciones fueron dirigidas hacia “la Ucrania mártir”, ante unos 20 mil fieles en la plaza San Pedro.

 

Desde el Kremlin negaron haber atacado el edificio y se excusaron indicando que la destrucción fue causada por misiles antiaéreos ucranianos, disparados para interceptar los cohetes rusos que caían sobre la ciudad.

 

Si se lee entre líneas, el ataque a la Catedral es un signo. Pero no un atisbo apocalíptico, sino un símbolo trascendente en sí mismo, como lo han sido otros acontecimientos lamentables en la historia. Basta con remontarse al nombre del templo para entenderlo: Catedral de la Transfiguración.

 

Según narran los textos bíblicos (san Mateo, san Marcos y san Lucas), Jesús se transfigura y se vuelve radiante en gloria divina sobre una montaña. De alguna manera, esa glorificación se manifiesta aun en los hechos más oscuros. Quienes creemos en la esperanza de una vida nueva más allá del mundo, independientemente del credo, tenemos la certeza de que el abismo cesará en su propia limitación. Aunque su momentánea destrucción parezca invencible.

 

En este escenario de ataque a la fe, cabe el pasaje del Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sostienen”.

 

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