En Calle Angosta se vivieron cuatro días de música y vidriera política
Por el imponente anfiteatro desfilaron funcionarios de todas las líneas, legisladores, aspirantes a cargos y el público, que disfrutó de los grupos y de su reunión identitaria.
Para los villamercedinos, la Fiesta Nacional de la Calle Angosta es una reunión indispensable para su corazón cultural. Es la oportunidad de cantar junto a sus artistas las canciones que hacen a su historia y a su presente. Es la chance de celebrar, una vez al año, el orgullo de ser parte de una ciudad reconocida a nivel nacional por esa calle inmortalizada en una cueca que el año pasado fue injustamente fustigada por un funcionario del Gobierno Provincial.
El encuentro que se realiza en un anfiteatro espectacular es el punto de reunión para que los villamercedinos ratifiquen por medio de la cultura un espíritu que es la parte no visible de otra conformación abstracta: la identidad.
Los dirigentes políticos tomaron nota hace años de que los festivales son un buen lugar para pasear sus sonrisas custodiadas por su seguridad personal y una comitiva de funcionarios de segunda, tercera y hasta cuarta línea que pugnan por una foto tan lejana que apenas es alcanzada por las luces de los flashes.
La noche inaugural de la 36 edición de la Fiesta Nacional de la Calle Angosta, el jueves, tuvo como cierre al artista más convocante de la grilla, el siempre presente Jorge Rojas. Era una oportunidad que la dirigencia política no iba a desaprovechar para darse un baño de contacto popular siempre controlado. Estuvieron, mostrando sus dientes impecables, el gobernador de la provincia Claudio Poggi; el ministro de Cultura y Turismo Juan Alvarez Pinto -ambos de mangas de camisa-; la senadora nacional Ivanna Arrascaeta con su inseparable pareja y asesor Rodolfo Negri -quien eligió una camisa más informal, casi hawaiana-; y, por supuesto, el intendente de la localidad, Maximiliano Frontera, responsable de la organización del festival.
No está de más recordar en este punto que Alvarez Pinto fue, cuando era intendente de Merlo, quien le dio refugio en el gabinete municipal a Gonzalo Mastronardi, el dirigente que había denostado a la Calle angosta y que Poggi mandó a echar del ministerio. En la política, las rispideces se olvidan rápido.
Esas amnesias fueron las que hicieron a Frontera recibir con un abrazo tan largo como duró la postura de los fotógrafos al ministro y con otro un poco más extenso al gobernador. El anfitrión los llevó a pasear por el predio, los sentó a su lado en la primera fila y los hizo subir al escenario cada vez que pudo. La respuesta de la gente, en su mayoría, fue de indiferencia.
El domingo a la noche, en la última jornada, el que viajó hasta Villa Mercedes fue Bartolomé Abdala, presidente provisional del Senado de la Nación y cartero de una declaración de interés cultural a la fiesta.
La mayoría de los funcionarios que visitaron el anfiteatro estuvieron cuidados muy de cerca por numerosos miembros de la seguridad, excesivamente celosos, excesivamente peinados, excesivamente inmutables, excesivamente serios.
Tanto exceso contagió a los integrantes de la empresa de seguridad privada que tenía por objetivo custodiar los alrededores del escenario. En la primera noche, un grupo de jubilados que estaba en la platea quiso subir al enorme tablado para bailar una zamba interpretada por el ex “Los Nocheros”. Fueron frenados de muy mal modo por los patovicas que no tuvieron forma de entender que las intenciones de los bailarines eran tan indefensas como los chocos que ladraron a los autores de la célebre cueca.
Finalmente, las parejas de adultos mayores pudieron subir al escenario, bailar lejísimo de Rojas y saludar corteses a los miembros de seguridad al bajar, que no respondieron a la amabilidad.
Quien tuvo libertad total para bailar por donde quiso y subir al escenario cuantas veces se hizo llamar fue Frontera, un intendente que intenta junto a su esmerado equipo de comunicación proyectar, sin suerte por ahora, la figura de un dirigente cercano a la gente. “El Maxi”, como le gusta que lo llamen, bailó chacarera, cueca, zamba, se puso un gorro jujeño, levantó las manos en señal de saludo aún cuando no lo saludaba nadie, besó a nenas y nenes, habló con cuanto artista pudo, tomó mate, abrazó a correligionarios, compañeros, adversarios y puso cara de circunstancia patriótica ante la bella interpretación del himno de Zandra Risatti; siempre con el ojo atento a que las cámaras estuvieran cerca.
En el plano musical -la Fiesta de la Calle Angosta es fundamentalmente eso-, la reunión villamercedina se sostuvo en la estelaridad de Rojas, en los buenos resultados de grupos que no tienen el aura de las estrellas pero sí mucha convocatoria (“Los Kijanos”, “Destino San Javier”, “Los nombradores del alba”,”Por siempre Tucu) y en la gran cantidad de artistas villamercedinos que quieren estar en su fiesta. En ese punto, vale la pena destacar la permanencia de “El trébol mercedino”, la mística de “Las cien guitarras mercedinas”, la prolijidad de Federico Olguín, la revisión de “Herencia” y el sensacional show que brindaron Viveka Rosa con El Picahueso malambo.
Justo en el último día se observaron algunos problemas en el armado de la grilla a raíz de la decisión de incorporar a la fiesta folclórica una fecha dedicada al cuarteto. La consecuencia fue que artistas de otros géneros como el emblemático Américo Moroso y el poeta arrabalero Pol Mun -cultores del tango y el folclore leguleyo- tuvieron que convivir con la impaciencia de los seguidores de “La Barra”, el conjunto que cerró la noche y el festival, cuando el lunes ya estaba muy entrado.


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