"Yo quería hacer plata, no política"
“Yo vine a hacer plata, no política”, dijo un directivo escolar involucrado en el PANE, el plan alimentario que prometía cajas y terminó en escraches, listas y reproches.
Esa frase, seca y descarnada, la escupió sin filtro el presidente de una asociación educativa a uno de los alfiles del poggismo. Una especie de rendición sin épica en el ojo de la tormenta: el PANE —sí, el Plan Alimentario Nutritivo Escolar— parece estar pariendo más reproches que adhesiones. Los "valijeros" ya no se callan.
"Hacemos lo que nos dicen, nos escrachan y después nadie nos defiende", le espetó, con más resignación que enojo, uno de los nuevos gerentes escolares reciclados en militantes, a un operador que todavía se pasea como si nada por los pasillos del Gobierno. La cita textual fue dirigida —según varias fuentes— a Diego Muñoz, y el autor un comerciante que pasó de manejar su negocio a repartir cargos y planillas. De eso se trata el PANE: de generar escuelas, cajas y lealtades todo al mismo tiempo, con una épica que dura lo que un reel de Instagram.
La promesa original —allá por marzo de 2024— era simple: te ubicamos, manejás caja, pero militás. Incluso te anotamos en las listas del 11 de mayo. Nada era gratis, claro. Pero todo parecía controlado, limpio, posible. Hasta que el escándalo se desató.
La eyectada de un funcionario del Ministerio de Producción fue apenas el síntoma más ruidoso. Lo que siguió fue el silencio incómodo, la distancia de los jefes y la evidencia de que el entramado tenía más fugas que una canilla oxidada. Los nuevos “directivos” descubrieron que manejar fondos públicos no es lo mismo que llevar una fotocopiadora o un taller mecánico. Que hay papeles, auditorías, docentes y padres que preguntan. Que no todo se resuelve con banderas y megáfonos.
Y ahora, cuando la ola empieza a romper, los arrepentidos quieren volver al anonimato. Algunos ya pidieron volver a sus negocios originales. Otros, simplemente, ya no atienden el teléfono. Lo que parecía una red de contención política se convirtió en una trampa de desgaste, donde los mismos que firmaron pactos de lealtad, hoy ensayan discursos de víctima.
Mientras tanto, el Gobierno guarda silencio. Y el PANE, convertido en una sigla maldita, empieza a dejar una lista de caídos que no son héroes ni mártires. Apenas oportunistas desilusionados. O como dijo uno de ellos, entre un mate y un parte diario: “Yo vine a hacer plata, no política”.


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