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"Las maldiciones", una trama política con cambios sustanciales

La serie que estrenó Netflix tiene cambios notables respecto a la novela original de Claudia Piñeiro como el escenario y el género de algunos protagonistas. Pero mantiene una esencia respecto a algunas prácticas de la política. 

Por Miguel Garro
| Hace 5 horas

Cuando en 2017 Claudio Piñeiro editó “Las maldiciones” la realidad política del país era muy diferente a la actual. No sería una novedad en una Argentina cuya visión social, económica y dirigencial presenta una vorágine diaria. En aquel año, el presidente era Mauricio Macri; en Buenos Aires gobernaba María Eugenia Vidal; el nombre de Santiago Maldonado apareció por primera vez en los diarios y la selección argentina se clasificó al Mundial del año siguiente con un Lionel Messi descollante. Afortunadamente, algunas cosas no cambiaron.

 

 

En la novela de la autora argentina, de módico éxito, inferior al que tuvieron otros de sus best sellers en aquella década como “Betibú”, “Un comunista en calzoncillos” y “Catedrales”, se describen dos argumentos centrales: el secuestro del hijo del gobernador de Buenos Aires y la maldición del título, referida a la imposibilidad histórica de que un primer mandatario bonerense llegue a ser presidente de la Nación.

 

 

Habían desfilado en la intentona en la democracia reciente Antonio Cafiero, Eduardo Duhalde, Felipe Sola y Daniel Scioli. En 2017, Axel Kicillof, gobernador actual de la provincia más poblada del país y cara de la victoria en las últimas elecciones legislativas, era diputado nacional y ahora se relame ante la posibilidad de ser un presidenciable en el peronismo.

 

 

El perfil del gobernador que Piñeiro traza en “Las maldiciones” es más parecido al de Macri o, en su defecto, al del olvidado Francisco de Narváez, quien tras media hora de gloria política buscó la gobernación dos voces y en ambas ocasiones perdió con Scioli.

 

 

Uno de los capítulos más interesantes de la pieza literaria que en aquellos años se conseguía, nueva, a 339 pesos y hoy está por encima de los 3 mil (algunas cosas han cambiado en Argentina), es el que cuenta la maldición que supuestamente Julio Argentino Roca había enviado a Dardo Rocha, gobernador de Buenos Aires y fundador de La Plata, porque había rechazado un ministerio para asumir el mando de la provincia. La medium en esa tramoya era “La Tolosana”, una bruja asentada en la localidad bonaerense de Tolosa.

 

 

Nada de eso está en la serie que Netflix estrenó el jueves 11 de septiembre y que en tres capítulos de menos de una hora toma una parte de la novela de Piñeiro para transformarla en historia audiovisual y sumarla a “Las grietas de Jara”, “El reino”, “La viuda de los jueves”, “Elena sabe” y “Betibú” en la nutrida lista de producción de la autora para cine o televisión.

 

La adaptación encabezada por Daniel Burman, un prestigioso director argentino que tiene en su filmografía obra relevantes como “El abrazo partido”, “El nido vacío” e “Iosi, el espía arrepentido”, toma algunos personajes –los centrales- y la trama del secuestro pero pone el foco en otra maldición, menos real y con más permiso de discusión: el de los padres hacia los hijos y el de los hijos hacia los padres. “Las bendis” con que mencionan las mamis a sus bebés, cruzadas veredas.

 

 

Pero es la paternidad (no la maternidad) el tema que conecta la seria nueva con el libro viejo. Después están los chanchullos políticos que Piñeiro tan bien describe en toda su obra, potenciados en la serie; y el tono policial que atrapa cada vez que Claudia imagina una historia.

 

 

Para separar definitivamente su producción de la novela original, Burman traslada la historia a una provincia indefinida del norte argentino y mantiene a Leonardo Sbaraglia como protagonista en mood Menem, primero candidato y luego gobernador. Suma a Alejandra Flechner como la madre del político y titiritera absolutamente insensible a veces oculta a veces visible del gestionar del dirigente y hace que el nene secuestrado en el escrito de Piñeiro sea en la serie una nena.

 

 

Más allá de los cambios de forma, el director consigue un entretenimiento austero, en el que las dosis políticas y de intriga se entregan en medidas apreciables y que acrecienta una producción audiovisual en el país extrañamente profusa, en contra de todos los pronósticos de una realidad nacional que se bambolea más allá de cualquier bendición esporádica.

 

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