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Pedro Borsotto llegó de Italia: fue el rey de las galletitas

Por redacción
| 27 de agosto de 2015
La primera. Interior de la panadería de Pedro Borsotto en la esquina de Chacabuco y 9 de Julio.

Cuentan que don Pedro Borsotto llegó a la Argentina entre 1927 ó 1928, venía huyendo de su Italia natal, era un perseguido político del dictador italiano Benito Mussolini que no aceptaba opositores a su gobierno.

 


Don Pedro había nacido en Cuneo y cuando tenía un año, perdió a su madre y siete años después, a su padre. Huérfano y con cuatro hermanos menores que él (José, Francisco, María y Juan), debía buscar la forma de no pasar necesidades. Tenía que aprender a vivir.

 


En su pueblo natal y ayudado por vecinos comenzó a hacer pan casero y vender hasta que logró abrir las puertas de una pequeña panadería, la que manejó con criterio y con el invalorable aporte de sus hermanos. Con el tiempo conoció a quien sería su esposa, Catalina Grosso y con ella compartió buenas y malas. Borsotto, que se mostraba como un joven audaz e inteligente, ingresó al cuerpo de carabineros, trabajo que le aportaba otros ingresos al hogar.

 


Pero vino el régimen del dictador Mussolini, y la suerte cambió, comenzó a ser perseguido como otros tantos uniformados y la muerte comenzó a rondar en su vida.

 


Hoy, su hijo Juan que suma 76 años en sus documentos pero parece tener muchos menos, dice que su padre le contaba que en una oportunidad, era buscado por las fuerzas aliadas a Mussolini y que su esposa y uno de sus hermanos, José, lo taparon con harina y lo escondieron en una amasadora. “Lo buscaron por todos lados, incluso rompiendo las pocas bolsas de harina que había, no lo encontraron. Ahí mi padre se dio cuenta que debía huir sino su suerte estaría echada. Los perseguían para ser fusilados donde los encontraran”, relata.

 


“Dejó todo en manos de mi madre y mis tíos -continúa‑ y huyó a Génova junto con mi tío Juan. Allí se embarcaron como polizones en el "Giulio Césare", rumbo a la Argentina, un viaje que duró un poco más de 60 días. No tardaron en descubrirlos y para pagar sus pasajes, trabajaron limpiando o ayudando en las cocinas hasta tocar tierra en Buenos Aires”.

 


Juan no sabe por qué decidieron venir a San Luis. "Lo hicieron en tren, no conocían a nadie y el otro problema era el idioma, acá no había muchos lugares dónde hospedarse hasta que se enteraron que había un sitio al que llamaban la Aguada de Pueyrredón, donde fueron bien recibidos, estuvieron un tiempo, pero era una odisea.

 


Su oficio de panadero le abrió algunas puertas hasta que se hizo de amigos y conoció a la familia Di Genaro, dueños de una panadería en la esquina de Chacabuco y 9 de Julio. Trabajó con ellos hasta que pudo adquirir un terreno en Belgrano y Chacabuco entre los años 1932 y 1933”, detalla.

 


“Nada le fue fácil a mi padre, solía contar que trabajaba hasta veinte horas por día, había contraído deudas y había que pagarlas por eso le dedicaba todo el tiempo a su panadería, elaboraba el producto y salía a comercializarlo. Todo pasaba por sus manos”, agrega.

 


Según Juan, su tío homónimo se fue a vivir a Villa Mercedes y nunca más se supo algo de su vida. "Lamentablemente es así porque los Borsotto somos muy unidos, en estos últimos tiempos hemos detectado algunos apellidos Borsotto en Córdoba y Santa Fe, seguramente somos familiares pero ésa es otra historia”, sostiene esperanzado en que alguna vez se sepa la verdad.

 


Con los años, don Pedro Borsotto hizo traer a su esposa Catalina y a su hermana María con la intención de rearmar su matrimonio y sumarlas al trabajo en el pan. Hoy su hijo recuerda una anécdota de aquel accidentado viaje. “Mi padre le había encargado a su amigo, don Carlos Odicino, a que fuera a buscarla a Buenos Aires, don Carlos, como buen amigo y coterráneo, fue pero se desencontraron. Mi madre entró en pánico porque estaba sin dinero, sin conocidos y sin alimentos en un país extraño. Mi pobre madre se desesperó, para colmo, ella no sabía que los trenes tenían baño, en una de las paradas se bajó y el tren siguió su marcha con mi hermana María a bordo, hasta que volvió a subir, allí recién se encontró con don Carlos, el enviado de mi padre”.

 


La panadería abrió sus puertas en 1937. "El trabajo daba sus frutos, rendía y no había como hoy tanta devaluación monetaria. Mi padre con sus ahorros y algún dinero que trajo de Cuneo, levantó el edificio de lo que fue la panadería Borsotto Hermanos, donde se fabricaba pan, galletitas, masas dulces, pan dulce y caramelos. Se fue creando un emporio y pasó a ser una gran panadería, una de las mejores. Fue la primera fábrica de galletitas de Sudamérica. El secreto de la pastelería lo trajo mi tío José de Italia”, expresa con orgullo.

 


El logo del comercio era un águila con las alas desplegadas y en sus garras unas cadenas rotas. "Tal vez es sinónimo de poder o de su vida y de haber conseguido en la Argentina, la libertad que en Italia no tuvo”, aclara.

 


Don Pedro era un gran laburante, con mucho sacrificio fue haciendo su capital, en 1942 compró camiones para hacer los repartos y viajar al interior de la provincia. También a San Juan, a San Martín y la ciudad de Mendoza, y a Villa Dolores. Todos adquirían los productos de panificación, el negocio crecía y cada vez era más conocido.

 


Juan era un niño cuando su padre hizo venir de Italia a cinco especialistas masiteros: Bernardo, Constanzo, Doménico, Natalio y Perlo trabajaron mucho tiempo en la panadería. Con los años tres se volvieron a Italia, uno se fue a Villa Mercedes. Bernardo, que era primo hermano de mi padre, tuvo en Buenos Aires una rotisería, después una pizzería y murió a los 50 años. Borsotto Hermanos le vendía pan al Gobierno de San Luis para ser distribuidos en centros asistenciales y escuelas, y todos los años, el pan dulce y masas finas, al Gobierno de la Nación encabezado por Juan Domingo Perón.

 


“Debido a la gran cantidad de pan dulce que se hacía, construyeron unos seis o siete piletones de cemento donde se ponía sal y se preparaba una salmuera, mientras esto ocurría, mi padre compraba huevos en la campaña y después de clasificarlos los ponía en esos piletones. Con ese sistema, los huevos duraban dos a tres años, hoy al pan dulce se le pone colorantes, de huevos, ni hablar”, confirma el cambio que sufrió con el paso de los años.

 


El hombre de 76 años cuenta una anécdota que resume lo que se hacía querer su padre. "Una vez se fueron a Saladillo con monseñor Pedro Dionisio Tibiletti, había 24 bautismos, una vez allá, mi padre fue elegido padrino por veinte chicos. Paró el camión y comenzó a bajar las galletas, los panes dulces y todo lo que llevaba para vender. Regresó inmensamente feliz, y cuando él falleció, ocho de aquellos niños –que eran sus ahijados- estaban en el velorio. Fue increíble”.

 


Y también recuerda las grandes celebraciones que organizaban para el Día de San Pedro y San Pablo. “Todos los años, y vaya uno a saber por qué mi familia celebraba el 29 de junio. Mi padre invitaba a todos, los gobernadores Zavala Ortiz y Eriberto Mendoza, obispos, funcionarios y amigos. Era una fiesta muy a la italiana, a veces había más de trescientas personas, con música y comida todo el día y a la noche la gran fogata. A veces venía de Fraga don Mauricio Civalero con su familia; don Sales, un albañil que tocaba con dos cucharas; la flauta de don Vicente Iacossa; don Carlos Odicino y sus tablitas. Acordeones de Justo Daract y de San Luis, todo  era  un acontecimiento, nadie quería estar ausente".

 


A Pedro no se le conoció inclinación política. Fue presidente del Centro de Panaderos de San Luis, integró la Cámara de Comercio de la provincia y miembro de la Federación Económica de la República Argentina. Cuando falleció, el 14 de julio de 1966, cientos de puntanos estuvieron en el entierro. Incluso José Berd Gelbar, ministro de Economía durante la tercera Presidencia de Juan Domingo Perón, asistió al velatorio. Sin dudas una persona muy querida y respetada en todos los estamentos.

 


Don Juan, sin ponerse triste evoca que la empresa comenzó a decaer cuando murió su padre, que era muy personalista y celoso con sus conocimientos que nunca enseñó la fórmula de los panes. "Nos faltó experiencia, José que hacía las galletitas y Francisco que hacía los caramelos se llevaron el secreto a la tumba".

 


"Si ellos hubieran preparados a sus descendientes, hoy estaríamos hablando de otra historia. Eran italianos muy cerrados y posesivos en sus convicciones. No hubo forma de aprender de ellos. Una lástima”, se lamenta.

 


“El edificio de Belgrano y Chacabuco está construido con materiales de primera calidad, en los sótanos estaban las calderas alimentadas con leña, su base se asienta en columnas de 60 centímetros de espesor, trajeron mármol de Carrara para embellecer el lugar y tuvo el primer horno rotativo, tiene 28 metros de largo y es mecánico, ingresaban 60 latas para hornear de un metro por otro y salían listas para embolsar”, añade Daniel Borsotto, uno de los hijos de don Juan.

 


Hoy en día una parte de esa propiedad pertenece a la firma Aiello y el resto a la familia Suárez Lucco. Mónica Beatriz, también hija de don Juan dice que "nosotros creemos que todavía está el horno mecánico como en aquellos años, cada vez que paso por ahí, miro hacia adentro y evoco mis años de niñez cuando jugaba en medio de pisos de mármol de Carrara y de los sótanos donde se almacenaba la mercadería".

 


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