Dice la historia que hace un siglo, cuando los juegos favoritos de los niños eran las pelotas de trapo, o los trompos que se dormían en un hilo sedal emitiendo extraños zumbidos asombrando a todos, y las bolitas, llamada “las chorlas”, “los ojitos” o “las japonesas” (eran de vidrio), “las fierrinas”, eran de acero, sacadas de un viejo ruleman pedido en talleres mecánicos y “las carrascales”. Cuando a una bolita de este material se le saltaba el carrascal, los muchachones gritaban: “Mirá cómo te quedó… carcocha…”.
En esos años ocurrió un hecho muy particular entre una docente y un alumno de la 37 que marcaría para siempre la imagen y la historia del establecimiento. Cumpliendo estrictas directivas de la superioridad, las escuelas tenían la obligación de observar la higiene de los alumnos, cabellos, manos y uñas. Esa labor estaba a cargo de la maestra de turno. Un día, quien cumplía esa función detectó que uno de los alumnos tenía las manos sucias y que llegaba apurado a la fila porque había estado jugando a las bolitas.
A la maestra le llamó la atención la urgencia del niño en ingresar al grado y al mirarlo le dijo: “…Mirá cómo están tus manos… como carcochas…”, a lo que el niño le respondió: “Más carcocha es la escuela que tienen ustedes…”.
El diálogo fue tan espontáneo que rápidamente las maestras lo tomaron como una broma o vaya a saber por qué siguieron llamando “carcocha” al colegio. El alumno protagonista de ese episodio fue Antonio Latorre y la maestra María Isabel Ortiz Lobos de Crespo, quien luego fue directora.
Dice el ex vicedirector Américo Galván: “Nos guste o no, el mote pasó al pueblo y aún hoy se la denomina de esa manera, debemos reconocer esta verdad. La casa donde funcionaba la escuela, era en realidad un edificio 'carcocho".
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