Ya se habían incriminado el uno al otro en otras oportunidades, pero ayer, antes de que cerrara la etapa probatoria del juicio en su contra, no dejaron pasar la posibilidad de volver a hacerlo. Alejandra Esperanza Barzola y Mario Sergio Molina, acusados de torturar y asesinar a golpes a su beba de cinco meses, pronunciaron frases muy duras en un último intento por evadir su responsabilidad en el crimen. El próximo viernes darían el veredicto.
El miércoles 6 de abril, día en que comenzó el debate oral, los padres de la beba asesinada tuvieron la oportunidad de hablar ante los jueces de la Cámara del Crimen Nº 2. Pero no lo hicieron, y en su lugar la secretaria del tribunal leyó las declaraciones que habían dado en la etapa de instrucción.
En las audiencias que hubo desde entonces, médicos, peritos y policías, describieron, muchos de ellos con angustia y pesar, los detalles de un caso que los estremeció. Pero por el estrado también pasaron vecinos y familiares de Barzola y Molina, que a su manera trataron de beneficiar con sus dichos a uno u otro acusado.
En el encuentro de ayer estaba prevista la declaración de los últimos dos testigos: un psiquiatra que atendió a la mamá de Nazarena, la víctima, en el Hospital San Luis; y un médico veterinario que empleaba ocasionalmente al padre de la chiquita y que constituía el pilar principal de la coartada del acusado.
La pequeña murió un viernes a la mañana, y Molina siempre sostuvo que había estado trabajando en un campo cercano a La Toma desde dos días antes. “Luis Ojeda me pasó a buscar el miércoles a las 7:30 de la mañana y me llevó a la estancia La Morenita. Me encargó hacer una picada para los vehículos y sacar unos renuevos”, contó luego de que Hugo Scarso, uno de sus abogados, le pidiera al tribunal que lo dejara ampliar su indagatoria, justo antes de que llamaran a declarar a Ojeda.
Minutos después, el veterinario echó por tierra esa historia. “Ratifico lo que dije en mi primera declaración: nunca tuve contacto con él en esa semana”, aseguró. Sí admitió haber contratado a Molina unos 15 días antes del crimen, ocurrido el 28 de noviembre de 2014, pero para sacar escombros y chapas de su domicilio particular en calle Bolívar. “Hacía 2 o 3 años que no lo contrataba para llevarlo al campo”, agregó.


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