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Una mujer emerge entre la historia y la leyenda

Existió, pero no es seguro que haya sido una princesa de los “Michilingües”, pueblo originario cuya filiación étnica está puesta en duda. Y no vivió en la época en la que, según la versión oficial, Jofré fundó San Luis, sino después.

Por Gustavo Luna
| 06 de agosto de 2018

El rastro de Juana Koslay, o Coslay, se pierde en la leyenda. Se sabe que existió, que acaso se llamó originalmente Arosena y que habitó y poseyó tierras en las afueras de lo que hoy es la ciudad de San Luis. Que se casó con un capitán español, Juan Gómez Isleño, y que hasta ella llega, por vía materna, la ascendencia de Juan Pascual Pringles. Todo lo demás es sombras.

 

Una versión, publicada por el diario “El Oasis” en 1880, que el historiador Juan W. Gez dio por rigurosa certeza dice que el 25 de agosto de 1594, cuando Luis Jofré de Loaisa y Meneses plantó la traza de esta villa, hoy capital provincial, el padre de la mentada Arosena, cacique de los lares de El Chorrillo para más datos, fue invitado a la ceremonia junto a su hija, la princesa. Y que allí, entonces, ya sea por flechazo amoroso, ya sea por estrategias políticas de armonización entre los pueblos –entre los conquistadores y los conquistados–, convinieron en que Gómez Isleño pidiera su mano y la tomara por esposa. Para conciliar las dos culturas que se aunaban en la princesa aborigen casada con español, convinieron en rebautizarla Juana.

 

El feliz atributo de los historiadores de revisar el pasado y lo que sobre él se ha escrito ha llevado esa afirmación a la categoría de leyenda, que le corresponde. Y no sólo eso, el viento tranquilo pero incesante de la revisión hasta quiere erosionar el bronce que fija la fundación de San Luis en la fecha mencionada, y a manos de quien se tiene hasta hoy, de manera oficial, por fundador.

 

No hace mucho que el historiador puntano Néstor Menéndez ha dado publicidad a un trabajo suyo con el cual rebate la versión oficial. Y sostiene que lo de Jofré de Loaisa y Meneses no fue más que un embuste, una simple treta para legalizar la apropiación de familias originarias enteras, de modo de llevarlas a Chile, para venderlas o alquilarlas como mano de obra barata.

 


No hay ninguna prueba de la existencia de Juana Koslay para 1594, pero sí hay documentos que demuestran su existencia cuarenta años después

 

En “La verdadera fundación de San Luis”, Menéndez le asigna el honor de haber erigido esta aldea al gobernador de Chile Tomás Marín de Poveda, que habría concentrado la población –requisito básico para que la creación tuviera valor efectivo– y trazado las manzanas de la ciudad recién en noviembre de 1691. La historia que contó Gez es otra. “Desde el principio de su establecimiento, los españoles entraron en amistosas relaciones con los michilingües, que habitaban el valle del Chorrillo y parte sud de la ciudad, merced a la prudencia y celo apostólico de los dominicos que vinieron con los primeros pobladores”, dice Gez en su Historia de San Luis, un trabajo colosal encargado por el gobierno provincial, aunque sesgado en muchas de sus afirmaciones.

 

“Ya dijimos –abunda– que los aborígenes de esta región tenían una relativa cultura, un carácter dócil y que eran aptos para asimilarse a la vida civilizada, circunstancias que hicieron más humano el sistema de las encomiendas, mientras que, en otras partes, los indígenas sucumbían a los rigores de una esclavitud y de unas fatigas a las cuales no estaban acostumbrados. Prueba evidente de esta fácil sumisión, es la alianza con uno de los principales caciques de los michilingües llamado Koslay, con la única condición de reconocer la autoridad del soberano español y de someterse a sus legítimos representantes. Una de sus hijas fue bautizada solemnemente con el nombre de Juana y se desposó con un oficial Gómez Isleño, al cual se le otorgó la merced de las tierras de Río V, y hasta el límite con Córdoba”.

 

Gez sostiene que “de ese matrimonio nació Inés Gómez Isleño, quien se casó con el teniente Vicente Pérez de Moreno, padre de uno de los puntanos más valerosos e inteligentes de la época, Pedro Pérez Moreno, en el cual parecía haberse fundido la perspicacia del aborigen con la intrepidez legendaria del conquistador”.

 

Rebaten a Gez

 

Investigaciones posteriores a la de Gez, entre ellas algunas de Catalina Teresa Michieli –prestigiosa historiadora mendocina que trabaja para la Universidad Nacional de San Juan–, por caso “Los indígenas de San Luis en la Protohistoria”, sostienen que, con rigor científico, ni siquiera es posible afirmar que haya existido un pueblo originario llamado “michilingüe”.

 

Según Michieli, la teoría de Gez “daba un nombre e identidad imaginarios a estos naturales” que habitaban la Punta de los Venados y el Valle de El Chorrillo y no tiene “ningún fundamento documental histórico”.

 

No hay ninguna prueba de la existencia de Juana Koslay para 1594, pero sí hay documentos que demuestran su existencia cuarenta años después, sostienen los historiadores Nora Costamagna y Roberto Colimodio, autores de una investigación condensada en la obra “Apuntes biogenealogicos para la historia de San Luis y Cuyo”.

 

Documentos de litigios por la posesión de la tierra prueban la existencia de Juana Coslay unos cuarenta años después de la fundación de San Luis que la versión oficialmente aceptada le atribuye a Jofré de Loaisa y Meneses. Costamagna y Colimodio dieron con dos documentos que mencionan a Juana, casada con Gómez Isleño probablemente en 1633. Lo que no pueden afirmar que haya sido de una familia originaria.

 

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