18°SAN LUIS - Jueves 25 de Abril de 2024

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La ciudad extrañará sus cafés

El sonido de su llavero, inmenso, era el que anunciaba la llegada a la Redacción. No hacía falta verlo para saber que era él. Nunca le preguntamos de dónde eran todas esas llaves, pero me permito adivinar que eran de todos los sitios donde Eduardo Rodríguez Saá anidaba su generosidad. Porque sin duda esa es una de las virtudes que más recordaremos de él.

 

Para todos era Eduardito, no había otra forma de llamarlo. El domingo su familia y sus amigos lo despidieron. Tenía 76 años y una presencia en el periodismo y la vida social de San Luis que será muy difícil de olvidar. Haber sido director de La Opinión, haciendo gala de una profesión familiar que heredó, hizo que su "agenda de conocidos" fuese inmensa y desde temprana edad. Pero para él los conocidos eran en serio, esos que se escuchan, que se saludan en cualquier lado y prestos para el café.

 

En una Redacción que la pandemia ha vuelto a veces muy vacía, quienes compartimos con él trabajo y tiempo de charlas, cruzamos ayer nuestras anécdotas. Y hubo una sensación compartida: “Es una pena”. Porque cuando la buena gente se va, es una real pena.

 

En el centro de la ciudad todos lo conocían, el viejo bar Ocean fue durante muchos años el lugar de encuentro y en el último tiempo se había mudado a Aranjuez. Nunca estaba solo. Hombres y mujeres, de diferentes edades, se sentaban a compartir un café que se extendía por largos ratos. Entonces, se levantaba e iba hasta otro bar. Y siempre nos hacía lo mismo a un par de periodistas que también gustamos de la ceremonia del café: pagaba la cuenta (casi siempre a escondidas) y se iba. Y a veces hasta ni tomaba el café, bastaba con que nos viera por la ventana para que nos “regalara” el momento.

 

Eduardito empatizaba y se lo demostró a una compañera a quien en su separación ayudó con ánimo y hasta económicamente para que pudiera hacer frente sola a su nueva vida de madre. Tenía amigos en El Diario, con algunos se hablaba a menudo, incluso hasta la semana pasada. Y con quienes no era tan cercano, bastaba que se lo cruzaran en el centro para que él les dedicara un tiempo.

 

Y así como podía estar presente en el dolor de los demás se sentía feliz con la felicidad del resto. Como aquella vez que dedicó una larga charla, con ojos brillosos de dicha, para contar cómo había sido el celestino de un escribano amigo suyo. Es que en el fondo pareciera ser que toda su generosidad se alimentaba del afecto que repartía.

 

Para quienes no estaban vinculados con él, era fácil hacerlo. Como fuente inagotable de consulta, Eduardito siempre sabía el dato que alguien le pedía. O conocía a alguien que lo sabía y él mismo se encargaba de buscarlo.

 

Hablaba siempre de sus hijos y en diciembre a otra colega le dijo lo feliz que estaba de que ellos vinieran a visitarlo. Era un padre orgulloso, feliz de los logros de su descendencia.

 

El resentimiento no tenía espacio en su vida y quizás por eso irradiaba tanta paz y alegría. Siempre le encontraba una explicación al dolor, a la pena o al sufrimiento. Incluso cuando su madre murió y café de por medio (¿cómo si no?) hizo un repaso por la vida de doña Chita. “Es una forma de hacer el duelo”, dijo.

 

Los cafés del centro no serán iguales. Pero sobre todo la ciudad extrañará al buen tipo. Al hombre que tanto hizo por el periodismo de San Luis, pero sobre todo por tantos de nosotras y nosotros.

 

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